Brillante tu puesta en escena. Afrodita debió convertirnos en Pigmalión y Galatea. La locura del sexo se mide en la cantidad de tiempo que soy capaz de dominar la necesidad de acabar de desnudarte. De arrancarte el regalo de esa camiseta de Viviendo Calles y comenzar a llenar tu cuerpo del sabor a tabaco de mis manos y mis besos. Perdona que te haga el amor fuera de contexto, pero no sé muy bien cómo va esto.
El café acaba de subir, disculpa que te deje a medio desnudar en mi memoria mientras me sirvo uno. Necesito templar mis nervios antes de continuarte. No preguntes a qué me refiero: Me atengo a mi derecho de no declarar sin la presencia de tus labios.
Admirarte. De eso se trata. Cerrar los ojos y abandonarme a tus deseos, a tus necesidades, a tus manías, a tus complejidades, a tus jadeos con sabor a sangre. Así que dómame, enjaula mi lado salvaje en tu piel. Tómate tu tiempo. Soy tuyo y no tengo prisa por dejar de serlo. Seré tu crimen perfecto. El ruido y la furia. El silencio y la perversión. La sumisa dominación de mi mente para no gritar nunca más “de este orgasmo no beberé”.
Átame y dómame, hazme olvidar lo aprendido en los hipódromos y adiéstrame en trotar libre sobre tu valle. Instrúyeme en encadenar los pasos de los eslabones por tus muñecas, en domesticar el acero cabalgando sobre tu cuerpo, en reventar las venas de las cuatro paredes que nos vean follar, en fustigar mi alma por los pecados de la tuya.
En profanar las reglas de Lucifer.
Quiero ver el mundo desde tus ojos. Dómame, que tengo todo el tiempo del mundo para hacerte mía.
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