¿A quién se le iba a pasar por la cabeza convertirse en una especie de campeón mundial de la supervivencia? Pero lo cierto es que el Ruletista conseguía, por el momento, mantener ese ritmo demencial en una carrera en la que solo había otro concursante: la muerte.(p.37)
De este modo, jugando, existiendo sólo en la ficción, el Ruletista sobrevive siempre al tambor del revólver, incluso cuando pone 5 balas en seis agujeros, o, cuando, en un desesperado intento de suicidio, llega a poner las seis... Este incremento del riesgo tan tremendista, que llenará las cavas clandestinas de un público burgués que pretende contemplar la muerte de cerca y disfrutar con la infamia, dota al relato de una intensidad dramática que va creciendo hasta el final. Y es que no se necesitan seiscientas páginas para reflexionar, a través de la narrativa, sobre la suerte o el azar, sobre lo que está escrito y no puede cambiarse. Se necesita tan solo precisión y certeza. Fuerza y capacidad narrativa. Imágenes que apuntalen la carga dramática. Como dicen en una famosa serie de la HBO; “lo que está muerto no puede morir”.
A Cărtărescu se le ha adscrito a una corriente de vanguardia dentro de la narrativa rumana contemporánea que se ha denominado onirismo u onirismo postmodernista. Este texto clarifica bastante el significado de la etiqueta, pues plantea una filosofía de vida en la que la existencia funciona como un simple juego consistente en ir sobreviviendo; el juego como vida; la vida como juego; la literatura como el gran juego de la vida. Y entre medias, el Ruletista, alguien a quien solo el narrador ha visto y conoce, dado que el narrador tampoco existe en un plano real. Un juego nada nuevo, por cierto, pero muy lúdico si el autor tiene maestría para reinterpretarlo con lucidez. Como sucede con Cărtărescu, que además de ser un gran jugador, demuestra ser un gran autor; un cuentista de época.
El Ruletista, de Mircea Cărtărescu. Impedimenta, 2013.