Eran épocas como éstas, en las que las cosas se hacen para tener razón y no para conocer la verdad. Épocas en las que absolutamente todo es un pretexto para convencer mediante engaños y mentiras a quienes no han sido adiestrados en la sana duda. Épocas en las que gana la convicción y no el pensamiento.
Sin embargo, en todo infierno hay un intersticio que permite a la razón colarse a sembrar la intriga entre llamas de certeza, arguyendo inferencia ante la admonición del cómodo chamuscado. En el paisaje descrito aparecen voces como el ruso Verea, insuflando en la consciencia de los que piensan, argumentos que los convencidos prefieren ignorar para no evidenciar la imposibilidad de confutarlos.