El educador tiene que recordar su infancia y asumirla desde la nueva perspectiva que le otorga su experiencia.
Convertirse en el adulto que esperaba encontrar en cada uno de los que conoció entonces, y si tuvo suerte, asemejar sus actuaciones a las de aquel educador que recuerda con cariño.
Así tendrá una referencia segura para acercarse a los niños y las niñas y representar su papel, jugar a ser "el mayor", pero asumiendo su rol muy en serio.
Siempre se deberá tener presente que los niños y las niñas esperan:
Espontaneidad y naturalidad en el trato.
- Observación atenta de lo que les interesa, gratifica, preocupa o produce tensión.
- Reflexión personal y en equipo por parte de los educadores, para incorporar modos de actuación que favorezcan la seguridad y naturalidad.
- Complicidad, que significa comprender lo que les ocurre para atenderles, así como permitirles que favorezcan la seguridad y naturalidad.
Valoración en sus cambios de comportamiento
Como conquistas personales, de cada una de sus identidades, para adquirir una idea positiva de sus posibilidades.
Rituales en torno a las rutinas o actividades habituales
Por ejemplo, saludar por la mañana a cada niño de una manera especial (con un ripio con su nombre); encender una vela y oscurecer un poco la luz para contar un cuento; cantar canciones inventadas para cambiar de actividad, para recoger los juegos o alistarse para la salida.
Entre los principales intereses que tiene el educador estarían:
- Eludir las situaciones de confrontación que conducen a una imposición para poner límites.
Para conseguir algo de los niños es mejor un tratamiento indirecto, a modo de juego.
- Evitar la actuación enfrentada de deseos.
Por ejemplo, si es la hora de dormir el adulto no puede preguntar ¿quieres dormir?, porque sabe que posiblemente la respuesta sea "no", lo cual requerirá de una imposición por su parte. Por el contrario, cuando llegue la hora de acostarse, el adulto recordará:
"Es la hora de ir a la cama, ¿prefieres que te cuente un cuento o que te cante una canción?"
- Superar la idea de que "no se puede con tal niño".
Siempre se deberá tener presente que cada niño es un individuo, con sus diferencias de tiempos de aprendizaje y atención. Por ello nunca se deberá distinguir entre el grupo y menos transmitir esta diferencia mediante comparaciones.
- Reconducir sin estridencias los comportamientos infantiles.
- Ofrecer siempre normas muy claras y positivas.
Los mensajes asociados a estas normas pueden ser: "¡Qué alegría estar al lado de ...!"
Envitando imprecisiones o generalizaciones del tipo: "¡Qué bueno/malo eres!" "Qué bien" o "Qué mal".