El sabor del verano

Por Lagastroredactora @lauraelenavivas

Actualidad / Historias de restaurantes

Pensando en escribir en este blog sobre temas que estén relacionados con el estío me acordé de nuestras vacaciones de verano del año pasado. Hicimos un viaje a La Provenza que conté aquí, yendo en coche desde Madrid. De vuelta decidimos entrar a pasar la noche en Barcelona porque yo tenía muchas ganas de visitarla después de haber vivido un año y medio allí. La lluvia empezó ya en la autovía A2 a la altura de Girona, como una hora antes de llegar a la ciudad.

Aquello era un palo de agua, como se dice en mi tierra, mi chico -el chef- tuvo que bajar la velocidad al mínimo porque casi no se veía de la tormenta tan fuerte que estaba cayendo. Cuando llegamos a Barcelona por suerte el tiempo mejoró, tanto, que nos dio tiempo dar un paseo por el barrio Gótico que es uno de mis favoritos, y buscar la acogedora terraza que está junto a un resto de muralla antigua, al final de la calle de la Draguería que creo se llama baixada de Viladecols y que alberga las mesas de varios locales, aunque no recuerdo el nombre de ninguno.

Sentados allí empezó a llover de nuevo, y nos metimos en el bar a esperar a que acampara.

Creímos que sería un ratito.

Cada vez apretaba más. Nos asomábamos al exterior a ver la calle y aquello era un río. Los osados que iban caminando o medio corriendo se veían completamente empapados. La calle oscura, las farolas con luz tenue, el agua fluyendo a su antojo porque la oscuridad y la lluvia reinaban esa noche. Y nosotros queriendo que escampara porque el plan era tomarnos una caña en esta terraza y luego ir a La Bareloneta, a nuestro bar favorito de la ciudad.

Pasaron otra ronda de cañas dentro del local y un rato más de lluvia y de noche. Mi chico además quería ver el juego de no sé qué de baloncesto que comenzaba ya porque es un friki de ese deporte, así que decidimos armarnos de valor y salir.

Nos fuimos corriendo como tratando de acortar el tiempo bajo la lluvia, como si eso hubiese hecho que que nos mojáramos menos. Fuimos por un costado del puerto y atravesamos la calle grande, Ronda Litoral creo que se llama (si no me he equivocado mirando Maps). Había gente igual que nosotros mojándose y riéndose, porque nos daba risa vernos empapados brincando a la mayor velocidad que podíamos por el empeño de ir a un bar. Entramos al barrio de La Barceloneta y fuimos buscando la calle.

Ahí estaba el Bitácora.

Un bar con pinta de los de barrio de siempre, con ese ambiente alternativo y modernito que pienso tienen muchos lugares en Barcelona. Pedimos nos pusieran el partido y esperamos una mesita mientras nos secábamos un poco, estábamos chorreando agua.

El Bitácora era el bar al que nos íbamos después de un día de playa cuando vivía allí. Nos pasábamos la jornada en La Barceloneta, una playa de turistas en su mayoría, atestada de gente y de vendedores y hasta un poco sucia. Pero nos encantaba relajarnos durante el día tirados al sol, por la tarde dar un paseo mirando al mar y luego recalar en el bar a comernos un pincho de tortilla impresionante, unas sardinas maravillosas y algún postre casero como el tiramisú. Nos tomábamos unas cervezas y nos íbamos caminando hacia la casa en la que vivía cogidos de la mano ya de noche. Incluso, una vez nos topamos con las fiestas del barrio y nos quedamos un rato.

Por eso era nuestro bar favorito en Barcelona. Por toda la experiencia que representaba visitarlo.

Esa noche, con las ropas mojadas logramos sentarnos a la mesa, pedirnos un pincho, una bomba catalana que me encanta, unas sardinas y un tiramisú otra vez. Nos sentíamos con hambre, nos reíamos de la carrera bajo la lluvia solo por el empeño de llegar al bar, brindamos con nuestras cervezas, vimos el partido, pedimos otras birras. No mirábamos la hora porque seguíamos de vacaciones, aunque terminando ya.

Pero la experiencia era genial porque visitar un lugar para comer mucho tiene que ver con nuestro estado vital independientemente de la calidad o no del servicio.

En vacaciones estamos relajados, disfrutamos más el momento y por ello tenemos una disposición natural a pasarlo bien. Puede ser una gran cierre de ciclo si has estado todo el año trabajando duro. Por eso es necesario desconectar, de la rutina, del teléfono, de los deberes; y practicar el aquí y el ahora, o el mindfulness como lo llaman algunos.

E ir a sitios, saborear, mirar, reír. Percibir. Forma parte del proceso de limpieza y renovación interna que pueden ser las vacaciones de verano, y es lo que quiero contarte en este post que no sé cómo calificar.

Si te vas ahora concéntrate y disfruta tus momentos. Da igual si almuerzas en el bareto de la esquina o cenas en el estrella Michelín. La experiencia puede llegar a convertirse en un instante entrañable de tu vida cuando la recuerdes pasado un tiempo. Como el Bitácoras de La Barceloneta.

Y si vas este verano a la Ciudad Condal, ve y pídete un pincho, una bomba, una sardina y un tiramisú por mí ;)

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