Otros años por estas fechas, los periódicos y los informativos asturianos nos ofrecían a diario las estadísticas de pesca de salmón. Acompañaban sus crónicas con fotos de los orgullosos pescadores y con publirreportajes sobre el paraíso astur de la pesca de salmón. "En los ríos asturianos hay salmones para regalar", así se titulaba un artículo de la prensa regional hace tan solo 4 años. Alcaldes, políticos de todo signo, hosteleros, presidentes de asociaciones y vecinos de las localidades ribereñas, relataban sus logros y apostaban por el negocio, frotándose las manos pensando en los millones de euros que supondría la pesca del salmón para la maltratada economía asturiana. Pero este año esas páginas brillan por su ausencia. Silencio casi absoluto, como si no hubiera temporada de pesca o se hubiera suspendido por alguna razón desconocida.
Y os preguntaréis qué está pasando. Pues la respuesta es muy sencilla: no hay salmones. La temporada de pesca con muerte comenzó el 11 de abril y todas las capturas de este mes han alcanzado la increible cifra de ¡23 peces! Probablemente se trate del peor inicio de temporada de la historia. En el Esva, como era esperable, no se ha pescado ni un solo salmón, pero los pescadores no quieren oir hablar de que se vede este río.
Ya es cada vez más difícil justificar este triste balance culpando a los cormoranes, las garzas y las nutrias. Tampoco es creíble que sea la pesca en el mar la que está acabando con los salmones, porque desde hace más de una década es una pesquería anecdótica, entre otras cosas porque ya no es rentable. Aunque les cueste admitirlo, o sencillamente no quieran creerlo, el salmón se extingue, las repoblaciones no funcionan y además son perjudiciales, tal como confirman cientos de artículos científicos. O se veda el salmón inmediatamente o se extinguirá en unos pocos años.
Adios a la pesca, adiós a la gallina de los huevos de oro y lo peor de todo, adiós a una especie excepcional y a una población única en el mundo, que se perderá para siempre por culpa del egoismo y la avaricia de unos pocos. Y por supuesto, con la inestimable ayuda de una administración que antepone los votos y los sillones a las evidencias científicas.