El sanguinario cromwell, que prohibió hasta el teatro, a salvo de leyendas

Publicado el 10 noviembre 2021 por Carlosdelriego

El déspota sanguinario Oliver Cromwell, puritano fanático, que prohibió cualquier cosa que produjera alegría

En los alrededores del Parlamento de Inglaterra puede verse una gran estatua de Oliver Cromwell (1599-1658), un tipo cruel y sanguinario, puritano fanático y dictatorial que llegó a prohibir el teatro y toda diversión popular. Esto ocurría en la ‘avanzada’ Inglaterra, no en la ‘oscurantista’ España de los Austrias, y sin embargo nadie le atribuye leyenda negra ni la acusa de sociedad retrógrada

De familia acomodada, Oliver Cromwell (que en realidad se apellidaba Williams) aun era veinteañero cuando entró en el Parlamento. Desde ese momento maniobró de modo demagógico, fanático y sibilino hasta que se hizo con el poder total, más absoluto que el que tenía el propio rey Carlos I Estuardo (al que consiguió cortar la cabeza en 1649), de hecho, estuvo a punto de hacerse coronar rey, aunque se conformó con el título de Lord Protector. Según subrayan todos los textos y crónicas, era hosco y malhumorado, rudo, vulgar y alérgico a toda muestra de alegría: no debió reír diez veces en toda su vida.

Protestante puritano extremista, Cromwell persiguió con saña toda disidencia, desde los monárquicos hasta los protestantes anglicanos, pasando por los católicos. Su obsesión era la religión mucho más que la política. Por eso capitaneó abundantes campañas militares que siempre acaban con monstruosas matanzas. El propio Cromwell alardeaba de ello en sus informes al Parlamento: “Los enemigos caían como las espigas bajo la hoz que las siega”. Cuando se procesó al rey Carlos I Estuardo, éste pidió ser escuchado, propuesta que se iba a aceptar cuando Cromwell se levantó y sentenció: “¿Vais a estorbar y retrasar el proceso? Lo único que deseáis es salvar a vuestro antiguo amo, pero nosotros sabemos lo que tenemos que hacer”; en fin, el tirano ya había decidido.

Pero sus actos más sangrientos y abyectos fueron los que perpetró en Irlanda, donde abundaban sus odiados católicos. A partir de agosto de 1649, al frente de sus brutales ‘Ironsides’ (‘Costillas de hierro’), Cromwell eliminó a todos los habitantes de dos ciudades, Drogheda y Wexford, e incluso se regodeó de sus hazañas en su informe: en Drogueda “… entramos y no dimos cuartel. La totalidad de su población ha sido pasada a degüello. No se perdonaba a nadie, hombres, mujeres, niños”, incluso hay historiadores que afirman que ejecutó incluso a los animales. EnWexford sus soldados “…pasaron a filo de espada a cuantos cayeron a su alcance”. Son sus propias palabras, ¡y bien orgulloso las escribió!

Cuando se hizo con el poder total convirtió Inglaterra en un país asfixiado y triste, donde todo el mundo tenía mucho cuidado con los puritanos, que vigilaban y denunciaban. Y es que Cromwell prohibió el teatro, las fiestas populares, los deportes y actividades tradicionales, la música y los vestidos ostentosos, y cerró las tabernas…, todo aquello que sonara a fiesta, todo lo que produjera alegría o risa quedó terminantemente prohibido. El Lord Protector montó una especie de estado policial en el que, mediante el terror y la delación, mantuvo a la población amedrentada e imposibilitada.

Oliver Cromwell murió en 1658, y cuando poco más de un par de años después se restauró la monarquía (enero 1661) los restos del tirano fanático y sangriento fueron exhumados junto a los de otros dos regicidas, sus esqueletos fueron ahorcados (sin quitarles el sudario) y allí quedaron expuestos durante horas, luego las cabezas se clavaron en picas y se colocaron donde había sido ejecutado Carlos I.

Todo esto sucedía mientras en España reinaba uno de los últimos Austrias, Felipe IV. Y a pesar de la falsa creencia de que aquella España era retrógrada y oscurantista, fanática e inquisitorial, nunca se cerraron corrales de comedias y nunca dejó de representarse el teatro de Lope o de Calderón, ni se censuraron las sátiras de Quevedo, ni se cerraron tabernas ni se prohibieron bufones y juglares.

Aunque la realidad es obstinada y evidente, abundan los que, siguiendo el tópico ignorante, acusan a aquella España de vivir en el oscurantismo y el atraso, de estar dominada por los curas y el fanatismo religioso. Todo falso, todo bilis producida por la envidia y por el temor. Y a pesar de todos los Cromwell que alumbró, no hay lecturas negras para Inglaterra.

CARLOS DEL RIEGO