En la ciudad de Puebla, Puebla en México, en el convento de las monjas capuchinas se venera una curiosa imagen del Niño Dios con la peculiaridad que a muchos sorprende de estar llorando lágrimas de sangre. Esta imagen del siglo XVIII está envuelta en una leyenda que, como suele suceder en estos casos, tiene varias versiones: la primera y más difundida nos habla de un “hereje u hombre falto de fe”, y la otra nos habla de un ladrón. En ambos casos el fin es el mismo; terminan profanando la imagen del Niño Jesús.
Según estas leyendas, esto sucedió el 10 de agosto de 1744 en el convento de la Merced de la ciudad de Valladolid (hoy Morelia) en el estado de Michoacán. Debido a que el patrón del templo anexo era San Lorenzo, después de las festividades en honor al Santo se desató una tormenta. El hombre “falto de fe” se guareció dentro del templo y al estar dentro comenzó a atacar a las imágenes, en especial la de Nuestra Señora de la Merced a la que arrebató el Niño Jesús de los brazos. Huyó con él a las afueras de la ciudad, donde furioso, comenzó a desmembrar la imagen, quitándole piernas y brazos, por lo que la imagen del Niño comenzó a derramar lágrimas de sangre. Esto aumentó la ira del hombre quien, con el punzón que sostenía la imagen a la Virgen, le arrancó los ojos dejándole las cuencas vacías. Esto no detuvo el llanto, por lo que le dio 33 puñaladas y decidió abandonarlo entre piedras en el cerro de Punjuato.
La segunda leyenda, como ya menciono, nos habla nuevamente de la festividad de San Lorenzo y un hombre que se esconde en la iglesia esperando que terminen las celebraciones litúrgicas. Al concluir estas y quedar el templo oscuro comenzó a arrancar las joyas de las imágenes y al ver los hermosos adornos que tenía la imagen de la Virgen de la Merced decidió robarlas, pero al intentarlo sintió la mirada del Niño sobre si y oyó que este daba alaridos. El ladrón quiso callarlo tapándole la boca con las manos, pero a la imagen le salieron dientes y mordió al delincuente.
Enfurecido el hombre sacó un puñal y le arrancó a la imagen del Niño las esmeraldas que tenía por ojos. El niño dejó de morderlo, pero comenzó a derramar lágrimas de sangre de las cuencas vacías. Asustado el hombre ante aquel portento, decidió llevarse consigo la imagen y dejarla enterrada en un agujero para tratar de ocultar su sacrilegio.
Según se nos narra, un indígena encontró la imagen y la llevó de regreso al templo, donde fue recibido con gran tristeza y arrepentimiento por la manera en que había sido profanado. El padre fray José Miguel Durán de la Huerta O.M., superior del convento, decidió enviar a la imagen al convento de capuchinas de Puebla, explicándole a la abadesa, Sor María Manuela Josefa lo que había sucedido con ella y pidiéndole fuera resguardado en su convento para que se le hicieran homenajes de expiación y desagravio.
La imagen fue recibida en Puebla con una misa solemne y las capuchinas se encargaron de su custodia hasta el día de hoy. Durante todo el año permanece resguardado en el convento de donde solo le sacan en su festividad que es el día 10 de agosto.
La fotografía más popular que se conoce del Niño Cieguito es una foto de la réplica que existe en el templo de las Capuchinas, puesto que de la original existen muy escasas fotografías. En la original se nota la naturalidad de las lágrimas de sangre siendo derramadas de sus cuencas. La imagen es ataviada con los símbolos de la pasión, una corona de espinas, los clavos, una Cruz, y en una de sus manos lleva una bandeja con dos ojos recordando su profanación. Esto ha propiciado que sea considerado patrón de los ciegos, enfermos visuales y todas las enfermedades de la vista. Es una imagen que impresiona a la mayoría, pero esto no ha evitado que tenga una gran cantidad de devotos.
Las leyendas que se narran sobre esta imagen están llenas del barroco de la época aunque la del ladrón parece un poco más factible que la del hombre falto de fe que, sin razón ni motivo, comienza a profanar las imágenes. Ambas leyendas tienen muchos elementos milagrosos, además no se puede olvidar la importancia que se daba en esta época a la imagen religiosa, llegándolos a considerar muchos casi como si se tratara del mismo Cristo, lo que avala también la posibilidad de una profanación a este tipo de imágenes solo por el desafecto a este tipo de creencias. Esto mismo es lo que complica, como en la mayoría de los casos, conocer cuál es el relato que más se acerca a lo que realmente ocurrió.
Lic. André Efrén Ordóñez Capetillo.
Gracias, André, una vez más por traernos algo sobre estas devociones del otro lado del mar. Y bueno, yo mismo soy el primero en considerarla una imagen horrenda, tanto por la forma, como por el fondo. Ni por asomo se ven rastros de "ojos arrancados", sino simplemente cuencas que no han tenido ojos jamás. A saber quien fue el de la idea de hacerlo así y, con el tiempo, dotarlo de una leyenda propia. Añadido el "misterio" de que solo sale una vez al año, ya tenemos toda una historia. Eso y que la imagen está repintada, no queda de la pintura original ni rastros. Y si hablamos de las demas imágenes de este niño, todas dan espanto, las modernas, peor. En fin, para gustos, colores...
Ramón.