Hubo un tiempo en que Lima no solo era el centro neurálgico del poder español en el nuevo mundo sino también el lugar desde donde se coordinaba la vida espiritual de un territorio que abarcaba desde Centroamérica hasta el Río de la Plata. Es por ello por lo que muchas de las órdenes religiosas europeas decidieron instalar en esta ciudad sus casas matrices y centros de educación y formación y organizar desde allí misiones que saldrían a expandir sus creencia a todo un mundo nuevo y fascinante que estaba poblado de desiertos inacabables, gigantescas montañas y selvas infinitas. De ahí que como bien se dice en el libro LIMA (ediciones Mapfre, 1992) de Juan Ghunter y Guillermo Lohmann “la ciudad pudo jactarse de haber albergado a las primeros bienaventurados del nuevo mundo”.
Imbuidos como estaban los occidentales del misticismo azorado que mezclaba el oro y la cruz se dedicaron a ganarse un paraíso en la tierra, a costa de los indígenas que para ellos trabajaban en las minas, y en el cielo mandando a construir impresionantes iglesias, conventos, capillas y oratorios particulares. De hecho las cofradías, hermandades y órdenes religiosas se esmeraban en tener las mejores iglesias o conventos a modo de demostrar lo importantes que eran (es por eso que muchas de ellas estaban muy cerca de la plaza de armas de Lima, lugar donde se centraba el poder hispánico) y exponer su poderío a los indígenas y al mismo tiempo contagiarlos de su causa.
Foto tomada del blog Lima la única
Llegó el momento en que la Ciudad de los Reyes (nombre oficial de la ciudad antes de siquiera llamarse Lima) tenía tantos edificios religiosos que se la podría haber considerado la “Jerusalén del nuevo mundo” o la “Roma de las Indias Orientales”. Hay que imaginar lo enfebrecida de misticismo religioso que viviría la sociedad limeña de entonces. La consecuencia de tan afiebrado sentimiento solo podría tener una consecuencia: la aparición de santos. Y la cosa no tardó en ser así. De ahí que en medio siglo asombraran con “su santidad, ascetismo y virtudes taumatúrgicas” (Juan Ghunter y Guillermo Lohmann) personajes como Santa Rosa de Santa María y San Martín de Porres, además de otros como Santo Toribio de Mogrovejo, San Francisco de Solano (del que ya escribí en un post sobre el Rimac lugar donde vivió) y San Juan Masías.
Rosa de Lima es famosa por haber tenido una vida ascética y atormentada. Hay quien la considera una verdadera sierva de dios y otros una loca masoquista. Era famosa por los tormentos con los que ella misma se fustigaba y que de hecho fueron la causa de su muerte prematura; pero también fue conocida por los actos de piedad que tenía para con los indígenas y pobres de la ciudad. Se le atribuyen muchos milagros y su aura de santa ya era considerada estando viva. Cuenta la historia que al morir la gente en las calles se fue encima del cadáver tratando de arrancarle algún pedazo de su ropa por lo que tuvo que ser vestida de nuevo hasta en tres oportunidades.
El lugar donde Rosa vivió esa vida de leyenda aún ahora puede ser visitada y se encuentra, cual oasis de paz, en la por momentos caótica y bulliciosa avenida Tacna, en el centro de Lima, la que el personaje Zavalita miraría “sin amor” al inicio de la novela “Conversación en la Catedral” de Vargas Llosa.
En ese santuario se conservan muchos de los ambientes que estuvieron directamente ligados a su vida como por ejemplo los restos de una ermita donde ella rezaba y la habitación donde dormía.
También hay un pozo de veinte metros de profundidad donde sus devotos depositan sus deseos escritos y que recibe más cartas y pedidos que nunca el 30 de agosto día de Santa Rosa y fiesta nacional del Perú.
El cuerpo de santa rosa de Lima no se encuentra en este lugar sino más bien en la Iglesia de Santo Domingo (sobre el cual escribí en este post) en donde en un retablo a la izquierda del altar principal se puede ver su cráneo expuesto a los devotos. Los católicos en esta parte del mundo son muy dados a creer en la conservación de pedazos de los cuerpos de las personas consideradas santas o con vida de santos (en el Convento de Santa Catalina en Arequipa por ejemplo se conserva la lengua de un obispo) así como algunas tribus consideran necesario mostrar las cabezas reducidas de los vencidos. En el mismo retablo en que se expone el cráneo de Rosa también se muestra el de San Martín de Porres, el santo de la escoba famoso por haber hecho comer en un solo plato a perro, pericote y gato. Hombre de raza negra que vivió en la misma época que Rosa y de la que de hecho fue amigo. Justamente la casa donde se dice nació Martín se encuentra frente al santuario de Santa Rosa de Lima. Hoy no hay mucho que ver allí excepto su bonita fachada. Dentro funciona la Casa Hogar San Martín de Porras donde se presta ayuda a gente pobre.
Así que aquí tienes otro lugar poco conocido en el centro de Lima uno que además de ser muy bonito tiene mucha historia y te da la oportunidad de tener cierta tranquilidad en medio de toda la barahúnda limeña. Para llegar allí solo tienes que tomar la calle Callao que desde la plaza de armas de Lima (es la que hace esquina con el Jirón de la Unión, que es la calle peatonal) baja cuatro calles hasta el mismo santuario de santa Rosa de Lima.
Pablo
DATOS
Jardín de Santa RosaEntrada gratuitaHorario de visita: Lunes a domingo de 9 am a 1 pm y de 3 pm a 6 pm.