A primera vista, los espejos mágicos se parecían a cualquier otro espejo de bronce. Una cara estaba pulida y la otra tenía un diseño en bronce. La peculiaridad es que cuando la luz intensa incide sobre la cara pulida del espejo, la luz reflejada proyecta el diseño del reverso sobre cualquier superficie plana.
Hasta que William Bragg en 1932 descubrió que Shen tenía razón respecto a las arrugas superficiales imperceptibles, no se desbarató la idea por la que se creía que eran transparentes. Al crearlos, los espejos comenzaban siendo planos con el diseño en el reverso, produciéndose luego la convexidad superficial raspando y arañando elaboradamente. Entonces se pulía la superficie para que brillara. Las tensiones producidas por estos procesos provocaban que las zonas de la superficie más finas se abultaran hacia afuera y se volvieran más convexas que las zonas más gruesas. Finalmente se aplicaba una amalgama de mercurio en la superficie creando más tensión y pandeo. Como resultado, las imperfecciones en la superficie del espejo coincidían con el patrón dorsal, aunque eran demasiado minúsculas para ser vistas. Pero cuando el espejo reflejaba luz brillante contra un muro, con el consiguiente aumento de la imagen, el efecto reproducía los patrones como si pasara a través del bronce.
Fuente: Wikipedia, Kyoto journal