Rudy Kousbroek, Adriana Hidalgo. Trad. Diego J. Puls.
En una de las historias describe un árbol lleno de manzanas, “manzanas como estrellas en el cielo”, y luego, al final, dice que no, que no era un manzano sino un castaño, pero esto último prefiere no saberlo. Así se va conociendo la vida de Rudy Kousbroek a través del libro: naciendo en Indonesia –Sumatra, mejor–; yendo al colegio en Italia, donde al lado de un camino alguna vez vio un montón de naranjos con sus frutos brillantes que adornaban todo el paseo; luego en Ámsterdam durmiendo en un salón abovedado, un internado, dice, en el que tocaba, en las noches, caminar a tientas y adivinar el camino al baño y luego el de vuelta para dar con la cama de uno: “también eso forma parte de la experiencia”; y luego en París, entendiendo esa ciudad como el intento más afortunado para alegrar el alma, pues allí los más importantes son los detalles y su conservación: la antigüedad y la historia son las cosas que no se cambian.
Hay un libro que se parece muchísimo a El secreto del pasado, que es su hermano: Celebraciones de Michel Tournier: “Exultar porque te sientes abrumado por la gracia de un músico, la elegancia de un animal, la grandeza de un paisaje, incluso el horror grandioso de un infierno, son cosas que dan sentido a la vida”, escribe Tournier al comienzo y es la perfecta descripción de un libro en el que, entre otras genialidades, Kousbrek compara “el desgarramiento de los lazos del corazón” con una serpentina que se rompe, esas serpentinas que la gente tiraba desde los barcos cuando se iba para no volver.
Otra vez Tournier: “Este librito celebra la riqueza inagotable del mundo”.
Tomás David RubioLibélula Libros