Sí, ruinas. Parece que un día amaneció distinto, el sol al revés, de arriba a abajo de oeste a este y todo terminó. Fue una ciudad enorme, hermosa y prestigiosa. Copán tiene escaleras que hablan, estelas que cuentan historias, paredes y pinturas que no pueden callarse. Parece imposible que en el medio de la selva uno tenga que cubrirse los ojos para esquivar por un rato el bullicio.
El camino a Copán es un viaje en si mismo, recuerdo que íbamos por la ruta, nadie yendo nadie viniendo. La camioneta alumbraba como podía el resto de noche oscura que lo cubría todo.El asfalto termino bien atrás, lo que quedaba era tierra, arcillosa, húmeda, reptando el camino en su cuerpo, como podía, abrazando montañas bajas y algunas altas pasando entre los arboles mas verdes y grandes que ví. Seguíamos el camino con la indicación dibujada con pulso tembloroso sobre un papel rayado. El mapa…bien gracias. En una de las salídas de una recta larga que se acomodaba lentamente al costado de una montaña las luces tenues de la camioneta me dejaron ver, por suerte, que la mitad del camino había desaparecido. Verdaderamente desaparecido, ya no estaba, lo que alguna vez había sido ruta ahora era vacío, el cuerpo de ese camino ahora estaba 300 metros mas abajo en el fondo de una cañada. Me detuve esperando ver mejor, nos quedamos esperando pesando en nuestros pensamientos si el paso de la camioneta seria demasiado para lo que quedaba de camino o si podríamos seguir a pesar de todo. Finalmente, confiando en que las desgracias siempre sucederán mañana aceleré y pasamos. Realmente pasamos. Mas aliviados pero atentos seguimos adelante. Un rato después otra aventura. En la oscuridad absoluta de la desolación hecha camino descubrimos la ruta casi cortada al medio por una maquina gigante. Estaban trabajando o habían estado allí, era de noche y la maquina cortaba el paso otra vez. No quieren que lleguemos a Copán, pensé. Quienes? Me pregunté. Nadie puede querer eso me respondí y acerque la camioneta a la maquina amarilla que decía “cater” había perdido el “pillar” de su nombre, paradójicamente. La iluminamos cuando nos acercamos y distinguimos un movimiento en la cabina. Se nos acerca un señor morocho, bajo y vestido de obrero con el detalle de un rifle verdadero en las manos, no dejo de sorprenderme la escena porque era verdaderamente algo que no esperaba. Asi es que este buen hombre se va acercando curioso con su rifle entre manos. No debe ser muy amistosa la zona, pienso. El camina tratando de ver entre las luces nuestras. Finalmente hablamos, amistosamente, el solo cuida las maquinas, nos asegura que vamos bien y falta poco, no dispara, no amenaza, sonríe con un par de dientes que le faltan y sacude el rifle cuando nos vamos. Mejor así.
Finalmente llegamos al pueblo que queríamos llegar. Es el umbral de lo que venimos a buscar. El pueblo, muy poco originalmente, se llama “Copán Ruinas”. El hotel Jaguar nos dará una cama y nos dejara dormir, otro hotel nos dará la cena y a la mañana despertaremos listos para seguir.
El sol tiene la capacidad de embellecerlo todo y esa virtud se hizo presente. El sol arriba coloreando el camino verde y terroso al mismo tiempo, entre las montañas bajas, las plantas enormes. Finalmente llegamos, cumplimos con el cometido. Estábamos en Copán, las estelas características, las escaleras, los templos de la que fue una de las ciudades mas grandes e importantes del imperio maya. Estremece pensarlo, emociona vivirlo.
Nadie sabe como fue el final de Copán, miro al sol y le pregunto. Me tapo los oídos y escucho. Las lágrimas no lo dejan hablar. Llueve... como siempre.
Te cuento del viaje. marcelo lopez. argentina