Y es que El señor Ibrahim y las flores del Corán, siendo una lectura extremadamente sencilla, es capaz de suscitar las más diversas interpretaciones, como se probó en el club de lectura celebrado ayer. Lo primero que hay que poner sobre la mesa - y en eso estuvimos todos de acuerdo - es que no estamos ante una narración realista, sino más bien ante una especie de fábula. Momo es un adolescente con hambre de vida, que precisa de alguien que le guíe en su descubrimiento del mundo. Su padre está descartado. El pobre hombre está hundido por problemas económicos y sentimentales, por lo que apenas se relaciona con su hijo. Así que lo primero que se le ocurre al protagonista es recurrir a una prostituta, porque estrenarse en el sexo equivale a inaugurar su nueva condición de adulto. Después irá arraigando una profunda amistad con el tendero del barrio, un musulmán en un distrito donde los judíos imperan, el señor Ibrahim.
El señor Ibrahim es musulmán, sí, pero practicante del sufismo, como él no tarda en comentar. El sufismo es la rama más espiritual del islam. Algunos dicen que precede a la misma religión islámica. Otros, que es su expresión más pura y hay quienes opinan que no es más que una herejía. Sea como sea, en la versión que practica el señor Ibrahim parece que hay mucho de tolerancia con el resto de religiones. La relación que entabla con Momo, basada en un principio en consejos prácticos sobre la vida cotidiana, poco a poco se va profundizando hacia asuntos más espirituales y menos mundanos. Es casi como una metáfora del poder de las religiones para captar adeptos que andan un poco perdidos por la existencia. Momo va a ser un discípulo fiel de las enseñanzas del señor Ibrahim. La consolidación final de su vínculo se va a producir con un acto simbólico - casi como la ceremonia de entrada de un nuevo miembro en la comunidad de creyentes - que no va a ser otro que la adopción de Momo como hijo.
Como no conocemos las verdaderas intenciones de Eric-Emmanuel Schmitt a la hora de escribir este relato, no podemos estar seguros de que estan fueran hacer proselitismo de las religiones en general y del islam en particular. Hay quien lo ha interpretado más bien como una fábula sobre las relaciones padre-hijo, como una especie de manual de autoayuda con algunas ideas sencillas y universales. Sea como sea, aunque es difícil obviar el encanto de la amistad entre estos dos personajes, no está mal analizar el profundo sustrato ideológico de la propuesta del autor. La película tampoco ayuda demasiado en este sentido. Es casi una traslación literal del libro, aunque con el añadido de un música estridente y constante - para hacer ver al espectador en todo momento que nos hallamos en los años sesenta - que no hace más que entorpecer la esencia del relato. Lo mejor es sin duda la impecable interpretación de Omar Sharif, que compone un personaje inolvidable, pero el filme de Dupeyron poco más aporta. Me quedo con la escena final ¿qué quieren decir esas flores y esa carta insertas en el Corán? ¿Acaso que hay que leer el libro sagrado como la interpretación correcta de toda la naturaleza, de todo lo que existe? Entre todas las enseñanzas del señor Ibrahim hay una que no me resulta especialmente simpática: el rechazo a los libros como fuente de conocimiento. Mejor preguntar a las personas, le explica a su futuro vástago. En el fondo creo que quiere decir algo así como: ¿para qué leer otros libros existiendo uno que contiene todas las respuestas, el Corán?