El señorío del rugby

Publicado el 28 febrero 2013 por Davidmaldini @ConDdeDeporte

Como una gran mayoría de personas en mi más cercano circulo social, yo me crié entorno a la figura deportiva del fútbol. En menor medida también formaban parte de mi círculo de intereses otros deportes como el béisbol, el fútbol americano o el baloncesto. Por distintos motivos, he tenido la oportunidad de asistir a eventos deportivos de alto nivel e incluso llegar a conocer las entrañas de los mismos. Para que os hagáis una idea, he asistido a un total de cinco mundiales de fútbol, unos Juegos Olímpicos, así como partidos de la liga regular de la NBA (baloncesto), NFL (fútbol americano) y  MLB (béisbol). Sin embargo, no había tenido oportunidad de adentrarme en el mundo del rugby hasta hace muy poco tiempo. Gracias a los consejos de mi amigo David y, por qué no admitirlo, los videojuegos, primero con el Rugby 2008 para ordenador y posteriormente con el Rugby 2011 Rugby World Cup Edition para Playstation 3, he conseguido conocer las reglas y los fundamentos de este deporte. Como bien ha explicado David, para conmemorar los seis meses de vida de este Blog del que orgullosamente formo parte, decidimos darnos una vuelta por tierras escocesas para presenciar in situ uno de los torneos de mayor renombre  de dicho deporte, el Seis Naciones. Disputado desde el Siglo XIX entre los cuatro países de la Commonwealth, exceptuando a Irlanda del Norte, y posteriormente con la unión de Francia e Italia, este evento desata pasiones no sólo entre los seguidores de los mismos, sino como hemos podido comprobar, también recibe espectadores de otros países y muchos de ellos españoles.

De lo que voy a hablaros principalmente en este espacio es algo que me ha llamado poderosamente la atención y es el señorío que rodea al deporte en sí. Muchos que nunca han tenido la ocasión de conocer mejor el rugby, y yo me incluyo hasta hace unos años, pueden pensar que es un deporte azaroso, promovido principalmente por la sed de violencia de sus participantes. Aquellos que observan a un jugador con toda la cara sangrando pensando solamente en acudir a placar a sus rivales y robarles el balón se llevan las manos a la cabeza pensando que el deporte no vale la pena por sus altos tonos de agresividad. No tienen idea de cuan equivocados están. Es el deporte quizá menos azaroso, en donde cada movimiento está muy calculado y planeado estratégicamente y las reglas que lo regulan están pensadas específicamente para permitir que estas estrategias sean mucho más visibles y, aunque no sea fácil de creer, también están pensadas para evitar lesiones graves entre sus participantes. Sin embargo, como es obvio en un deporte de alto contacto, los golpes ocurren y ocasionalmente alguien recibe una herida que le hace brotar sangre dejando imágenes esperpénticas que provocan revulsión entre los menos conocedores de este deporte. Para aquellos que ven el mismo con este prejuicio, voy a intentar desembarazarlo con unos alicientes de este deporte que a mí me han impresionado.

Al entrar en el estadio de Murrayfield, estadio bellísimo por cierto, es curioso constatar que las aficiones se encuentran entremezcladas, es decir, un aficionado escoces y sus acompañantes pueden perfectamente tener a ambos lados aficionados irlandeses y viceversa. En un partido de fútbol de prácticamente cualquier liga del mundo es común observar cómo la afición del equipo visitante es enviada a un sector específico, generalmente cubierto por algún dispositivo policial o en ocasiones separado físicamente del resto de aficionados del equipo local por algún material, como por ejemplo, unas vallas o una pared. Esta diferencia en principio puede no ser tan singular, pero intenten pensar, como nos ocurrió a nosotros, en un hincha enfervorizado de su equipo que se pasa todo el partido alentando a sus compatriotas (en nuestro caso una joven irlandesa). Han sido muchas las ocasiones en las que en los partidos en los que yo he acudido a la tribuna de un estadio de fútbol, los aficionados se increpan por comentarios profanados por un seguidor del equipo rival, esto en muchas ocasiones da lugar a situaciones desagradables, a veces aderezadas con violencia. Sin embargo, en las gradas de Murrayfield, cánticos hacia uno y otro equipo eran realizados sin el menor atisbo de mala cara por la afición rival.

Otro tema que es digno de mención honorífica en este deporte es la imagen del máximo ejecutor de las normas dentro del campo, que no es otro que el árbitro. En cualquier deporte que uno pueda imaginar aparece este curioso personaje siendo objeto de improperios por los aficionados de uno y otro equipo. Uno pensaría, qué le hace querer estar ahí, y es cuando uno llega a la conclusión de que ellos son los verdaderos apasionados del deporte. Pero en fin, volviendo al rugby, yo no fui capaz de escuchar una sola queja por ninguna de las dos partes en referencia a las decisiones que el colegiado haya podido adoptar. Los jugadores quizás podían llevarse las manos a la cabeza tras escuchar una decisión polémica, sin embargo, lo hacían  más a modo de lamento por haber realizado una acción errónea digna de infracción que por considerar que el árbitro erraba en su juicio.

El ambiente es otro punto que me sobrecogió. Bien es verdad que los aficionados no se encuentran cantando o saltando buena parte del partido, como sí lo hacen algunos aficionados a otros deportes, sin embargo, escuchar de repente una gaita cuando el equipo escoces se encontraba en sus peores minutos y ver a la gente ponerse a cantar el himno escoces alentando a sus muchachos a conseguir la inesperada remontada fue algo que me causó mucho respeto y admiración. Si quieren algún ejemplo visual de esto pueden consultar la película Invictus y observar a los aficionados sudafricanos cantando el Sho Sholoza, que significa seguir empujando, en el momento en que se está celebrando una melé con la perspectiva de evitar que el equipo rival anote cuando faltan pocos segundos para dar por finalizado el encuentro.

En cuanto al terreno de juego en sí, ninguna señal de romper con el fair play. No vi a los jugadores perdiendo tiempo, fingiendo lesiones o agrediendo a un rival cuando la pelota no estaba en juego. Es lógico ver a jugadores enzarzados en empujones después de recibir un fuerte placaje, pero esto no es más que una reacción natural e instintiva de una persona cuando es víctima de algún tipo de agresión, por más justificada que esta se encuentre. Aunque es cierto que después de pensárselo dos veces, el jugador se da cuenta que está obrando mal y termina por conformarse y no hacer más sangre del golpe recibido, válgame la paradoja. Incluso cuando hay un jugador lesionado en el terreno de juego, el partido continúa, y las asistencias entran a ver al afectado mientras el balón sigue volando por los aires, con el consecuente peligro que conlleva la posibilidad de ser arrollado por un jugador que no es precisamente pequeño.

En fin, esto es lo que tiene el rugby de especial, y de lo que muchos no aficionados al mismo han de darse cuenta y no pensar que por ser un deporte con un contacto atípico al resto de deportes, es decir, un golpe que en rugby es perfectamente legítimo en otros deportes sería comúnmente considerado falta “flagrante”, es un deporte salvaje y no regulado. Por ello animo a todos ellos a observar partidos y ver cómo siempre al final de que cada encuentro tanto aficionados como jugadores se dan la mano, se hacen una vez más el pasillo, y comienza lo que se denomina el “tercer tiempo”, pero esa es una historia completamente distinta.

ANDER JAVIER AGUIRRE CARRION