En oposición a la "materia" inerte, podemos hablar del espíritu como lo que nos dota de vida, lo que nos determina como vivos. En este sentido, la espiritualidad sería la relación del ser vivo con su principio de vida. Todos somos espirituales, en el sentido de que todo ser se relaciona con el misterio vital de su existencia.
La espiritualidad no es filosofía, la espiritualidad se trata de experiencia real, se trata de vivencias. El lenguaje del espíritu no es el pensamiento sino la experiencia. Estas experiencias son aquellas que nos enfrentan con el misterio del principio vital, con la realidad que somos, las experiencias que ponen al que las experimenta en un punto límite, que nos tambalean todos nuestros esquemas. Estas experiencias pueden ser agradables o desagradables, y suponen rupturas de nivel existencial. La infancia está llena de estas experiencias: las primeras sensaciones, el contacto con otras personas, las primeras palabras, las primeras veces en cualquier cosa… toda infancia está llena de espiritualidad. Un niño actúa y habla como un genio, un loco, un artista,… está relacionándose con la vida de forma real, no tiene límites.
Cuando el niño se hace adulto, pierde en gran medida su espiritualidad. La vida en la ciudad, la educación y posteriormente el trabajo asalariado suponen grandes impedimentos para el correcto desarrollo de la misma. Aunque también en el adulto existen experiencias espirituales: un joven enamorado, una mujer dando a luz, un hombre que pierde a un ser querido, incluso la degustación de un plato puede ser una experiencia espiritual.
La base del conflicto para el correcto desarrollo de la espiritualidad en la vida moderna podemos encontrarlo en la virtualidad de ésta. El joven en la escuela y la universidad, el adulto en el trabajo asalariado y ambos en sus tiempos de ocio viven en una especie de “presente-continuo”, desconectados de las experiencias reales, en un bochornoso continuo, en el que cada día es igual al anterior y al siguiente, sin voluntad y por tanto sin relación con nuestras acciones. Sin experiencias reales el ser humano no puede experimentarse, no puede verse a sí mismo, no sabe de sí mismo. Permanece dormido.
Vivimos de espaldas a la vida real del ser humano, vivimos de forma “virtual”. Nuestra única “experiencia” es la que tenemos con formas exteriores huecas, sin contacto verdadero con ninguna vida, ya definidas anteriormente por otra persona.
Nunca en ninguna civilización anterior la gran preocupación metafísica, las preguntas fundamentales por el ser y el significado de la vida han parecido tan completamente remotas e inútiles
Frederic Jameson