Mucho he reflexionado sobre el sentido de mi voto. Me he planteado varias posibilidades. Desde el voto nulo hasta votar opciones un poco peregrinas. Pero lo que nunca me planteé fue no votar. Y no me lo he planteado porque considero que es un derecho de ciudadanía al que no quiero renunciar y por el que muchas personas, mujeres y hombres, lucharon y perdieron incluso la vida, como para permitirme el lujo de no ejercerlo.
Considero que en estas elecciones generales las mujeres nos jugamos mucho. Y, a pesar de no haber visto ningún debate electoral me he acabado enterando de alguno de los temas que llevan los partidos.
Me resulta especialmente indignante conocer las propuestas que algunos partidos llevan en materia de violencia de género. Pero todavía me resulta más indignante que este tema tan absolutamente delicado y complicado se haya colado en las agendas electorales y se haya hablado de él en un sentido restrictivo y dando pábulo a discusiones ya superadas.
Este es un claro ejemplo de cómo el patriarcado, en forma de neomachismo, incluso con voz de mujeres, puede llegar a reaparecer rearmado para cuestionar logros ya conseguidos o definiciones ya consolidadas. Es terrible.
Pero es todavía más terrible el desconocimiento del que hacen gala en materias como derechos humanos, acuerdos y pactos internacionales, análisis crítico de la historia, etc. Me produce verdadero pasmo, como quienes pretenden gobernarnos desconocen (o deciden desconocer) este tipo de cosas e incluso de normativas internacionales con tal de que el patriarcado más rancio mantenga los privilegios actuales.
A ver, una cosita. Que cuando casi medio millón de personas exigíamos el pasado 7 de Noviembre que las violencias machistas se convirtieran en una cuestión de estado, no pedíamos que se cuestionara la legislación vigente para hacerla más laxa y cuestionar de ese modo y por enésima vez la situación de las mujeres víctimas. No. Que no era eso. Que lo han entendido mal. Que lo que exigíamos y para lo que tantas personas fuimos a Madrid el pasado 7 de Noviembre es precisamente para que tomen consciencia de que, por ejemplo, solo durante lo que llevamos de campaña electoral han sido ASESINADAS cuatro mujeres. Si, ASESINADAS y no muertas como se empeñan algunos medios de comunicación en mantener. ASESINADAS por varones que han decidido ASESINAR después de, seguramente llevar años maltratándolas de diferentes maneras. Y esto, al parecer, a algunos partidos políticos parece no importarles.
Somos muchas las personas que consideramos que esta campaña es un fraude en muchos sentidos. Y ya no hablo sólo de la exclusión de algunos partidos con representación parlamentaria de algún debate o del ninguneo que sufre por parte de los grandes (e interesados) medios de comunicación. Hablo de la manipulación electoral interesada que sobre los temas que más nos afectan a las mujeres están haciendo los partidos de la derecha más rancia, sean los viejos o los emergentes. Me da igual. La derecha es derecha aunque pretenda “conquistar” el centro. Y a las mujeres nunca nos fue bien con gobiernos de derechas.
Me duele escuchar a mujeres de casi todos los partidos, incluso de los emergentes socialdemócratas, dejar para más adelante o en segundo plano los aspectos relacionados con las desigualdades de género.
Señoras, queridas señoras que aspiran a estar en las instituciones, les ruego que sean un poco ambiciosas y que abran los ojos a esas desigualdades que ahora niegan y que basadas en el género, construidas históricamente en la desigualdad entre mujeres y hombres llevan a una visión androcéntrica del mundo. A una visión en donde a las mujeres nos asesinan, nos prostituyen, nos usan como materia prima de trata de personas, pero que ustedes justifican con una “la violencia no tiene género”. Señoras aspirantes la violencia tiene género femenino. Pero además su ceguera inducida por intereses también patriarcales, a quién beneficia es a sus propios compañeros de filas.
Ellos, los líderes de los partidos son los candidatos a la presidencia del gobierno. No hay ni una sola candidata de los grandes partidos. La visión que se sigue transmitiendo es que buscan a las personas adecuadas, hombres o mujeres. Y de paso se rechazan las cuotas o listas cremalleras, aunque estén reguladas por ley. Una ley, la Ley orgánica de igualdad que también critican y cuestionan. La imagen que se sigue dando es la de una campaña en donde las protagonistas son las mujeres pero para seguir poniendo en tela de juicio los derechos ya conseguidos por y para las mujeres. Por la derecha y por parte de la socialdemocracia emergente. Triste, muy triste.
Se ha conseguido que se reconozcan las desigualdades de clase y, aunque el capitalismo intenta disfrazar con una amplia “clase media” a la clase trabajadora, sabemos de la existencia de las desigualdades de clase. Las reconocemos y la señalamos. Luchamos contra ellas por tenerlas claramente identificadas, nombradas, señaladas y son incuestionables.
Pero con las desigualdades de género no ocurre los mismo. Hay demasiados intereses en que no las podamos identificar para que combatirlas sea mucho más complicado. Nos asesinan a más de cincuenta mujeres en lo que llevamos de año por terrorismo machista, pero resulta que no es un tema consecuencia directa de la desigualdad por razón de género. Hay que fastidiarse con el discurso!!!!
El voto es nuestra arma, nuestro instrumento para intentar cambiar el orden de las cosas. Y yo lo voy a utilizar. Y lo haré para dar voz a quienes llevan en sus listas mujeres comprometidas en la lucha contra las desigualdades de género. Mujeres y también hombres que llevan propuestas concretas para prevenir las violencias machistas y que han incluido en sus programas las reivindicaciones que gritamos el pasado 7 de Noviembre. Ese será el sentido de mi voto.
Porque tengo claro que las desigualdades de género, como las de clase existen. Y de la misma manera que combato las de clase, seguiré combatiendo las de género, que insisto en que, aunque se intenten invisibilizar, las tenemos ahí y as sufrimos cada día.
Eso sí, hay que querer verlas puesto que las voces masculinas dominantes y muchas femeninas que pretenden serlo, las siguen negando. ¿Con qué intereses? Seguramente los de mantener privilegios.
En un día como hoy hago mías las palabras de María Mercé Marçal que decía aquello tan hermoso y vigorizante de: “Al azar agradezco tres dones: haber nacido mujer, de clase baja y nación oprimida”.
En ese sentido, en ese camino deberíamos ser capaces de emitir nuestros votos de mujeres trabajadoras y naciones (entendidas estas en su sentido más amplio) oprimidas, a quienes realmente nos pueden representar como somos.
Ben cordiament,
Teresa