¿Os acordais de lo que os conté sobre la mujer que tejía mariposas al lado de la parada del autobús?
Os decía que un día me entraron ganas de comprarle una pero no lo hice no sé por que… Llevaba varios días arrepintiéndome porque no había vuelto a verla. Y ayer, quedé con una amiga justo allí al lado, y en cuanto la vi, arrastré a mi amiga hasta la sillita de aquella mujer. Con un amable buenas tardes nos dio la bienvenida a su humilde ‘negocio’. Comencé a inspeccionar todas las mariposas que estaban rigurosamente colocadas sobre aquella sábana blanca. “¡Dios mio, qué difícil…! ¡Son todas preciosas!”, dije. La mujer sonrió y mi amiga y yo estuvimos charlando un rato con ella sobre lo incondicional y valioso que es el amor de y por los padres.
Solo os animo, como ya dije en el post anterior, a que si tenéis un impulso, por ayudar, dar una moneda o sorprender a alguien lo hagáis, no lo dejéis para mañana, porque no se sabe donde podemos estar…