El Ser total no es el Uno absoluto, pues contiene a todos los seres y es por esta razón múltiple. Por tanto, el Uno no es el Ser total, sino que el Ser total es uno por participación en aquél y por la comunión de los seres que el Ser total contiene.
La Inteligencia tampoco es el Uno, ya que se piensa a sí misma, siendo a la vez pensante y pensado. Por tanto, el Uno no es la Inteligencia, sino que la Inteligencia es una por participación en aquél y por la comunión de las formas que la Inteligencia contiene.
Por consiguiente, el Uno está más allá del Ser y de la Inteligencia. No es parte del conjunto de los seres o de las formas, ni la suma de todos ellos. No es ni ser ni inteligencia, mientras que toda inteligencia y todo ser penden de él.
En el cristianismo la trascendencia del Uno se refleja en el misterio de la Trinidad, aunque a diferencia de lo que sucede en la metafísica plotiniana no se establece una jerarquía entre el Uno, la Inteligencia y el Ser total, sino que las tres personas divinas son la misma realidad suprema: El absoluto indivisible, acto puro y fuente de todo bien (el Padre), la reflexión intelectual de éste sobre sí mismo (el Hijo) y el vínculo entre ambos (el Espíritu Santo).
Tanto en Plotino como en la teología cristiana lo múltiple no se da en la mente de Dios y, por consiguiente, tampoco la pluralidad de ideas. Ésta es una consecuencia de la creación, la cual supone la disgregación del ser mediante su mezcla con la nada. De ahí que no se llegue a Dios con la sola ayuda de abstracciones y razonamientos, siendo éstos parte de la vía purgativa y la iluminativa. Es preciso vaciarse por completo para imitar en la medida en que la naturaleza lo permita la suma simplicidad de Dios a fin de provocar que el alma, regresando a su origen, rememore la unidad con su creador.