Puede que ya la conozcan. Durante la guerra el Centro de Análisis Naval del ejército británico inició un estudio para mejorar la protección de sus bombarderos expuestos al fuego alemán en sus operaciones en el continente. Para ello hicieron una estadística de los daños que presentaban los aviones al volver a la base. Como no era operativo blindar completamente el avión, conociendo dónde se concentraban en mayor medida los impactos de las balas alemanas podrían reforzar esas zonas para aumentar su seguridad.
Hasta que llegó Wald, un matemático judío de origen húngaro que se ocupaba de estadísticas, y le dio la vuelta al razonamiento. No había que reforzar los lugares que presentaban más impactos sino los que no presentaban ninguno, ya que los aviones estudiados eran, precisamente, los que habían regresado con éxito.
La estadística había olvidado a todos los que no regresaron, los que habían sido derribados. Se habían centrado solo en los ganadores, los que habían sobrevivido. El razonamiento de Wald es lo que hoy día se conoce como el sesgo del superviviente.
El sesgo del superviviente fue, al menos en mi caso, una de esas puertas; aunque su utilidad práctica es limitada. Es liberador reconocerlo pero casi imposible evitarlo. Ello supone un esfuerzo sobrehumano. La verdad es que el sesgo del superviviente no deja de ser un razonamiento lógico destinado a nuestra propia preservación, el impulso superior del ser humano. Nos fijamos en qué hace el superviviente –imaginen aquellos hombres de Atapuerca, en un entorno tan hostil– para sobrevivir con él. Si una mujer de 116 años nos dice que su secreto es desayunar beicon todos los días tendremos que hacerle caso ¿no?
Esta limitación personal se agrava en una sociedad empapada de los mensajes de los medios de comunicación. Noticias y anuncios ponen su lupa en el superviviente y arrinconan los fracasos, con lo que provocan una visión distorsionada de la realidad en la que el éxito es cotidiano y parece muy fácil de alcanzar, basta con proponérselo. Memeces de tal calibre caen en mentes tiernas, de cualquier edad, y provocan catástrofes diarias. De las que no nos enteramos, claro.
Los sesgos cognitivos
La mente debe tomar decisiones rápidas y para ello busca los caminos más cortos y el mínimo esfuerzo. Y se acostumbra. El del superviviente no es más que otro tipo de sesgo cognitivo, esto es, un efecto psicológico que nos lleva a una distorsión de la percepción y a desarrollar, a partir de ahí, un pensamiento supuestamente lógico que no es más que una falacia. No es exactamente un prejuicio –el machismo que exagera las denuncias de mujeres falsamente maltratadas sí lo sería, por ejemplo– sino un proceso psicológico involuntario. Hay un montón de sesgos cognitivos; el efecto de arrastre, encuadre, confirmación o el del falso consenso. Y, cómo no, el de la falsa vivencia, actualmente en sus pantallas del Ibex 35 y medios asociados usándolo a todo trapo. Encontrarán una explicación aquí con un ejemplo sobre leyes y puentes muy gráfico.
Supervivientes para todos
Uno de los ejemplos más usados para describir el engaño del sesgo del superviviente es el del Triángulo de las Bermudas, un hit del mundo del misterio que causó furor en los años 70 y 80. Se empezó a analizar al milímetro cada desaparición de barcos y aviones en aquella zona del mundo, algunas sin explicación convincente. Hasta que, pasado el furor, empezó a verse que allí no había más desapariciones inexplicables que en otros lugares del mundo. Simplemente allí había focos mucho más grandes.
El arte es otro de los campos abonados a esta interpretación sesgada. Da la impresión de que antes se hacían películas mucho mejores, por ejemplo. Dejando aparte la infantilización de Hollywood –en base a criterios comerciales– lo que ocurre es que solo han sobrevivido las perlas depuradas por el tiempo; películas que han ido pasando eliminatorias generación tras generación porque siguen siendo válidas. Un sesgo, en este caso, que me parece muy útil y que no entiendo como alguien puede despreciar, pero ese es otro tema. Lo mismo ocurre con la música, la literatura y el resto de las artes.
En manos de los gurús de la autoayuda el sesgo del superviviente es un arma de destrucción masiva de la capacidad crítica. Si tu aspiración es ser un líder deshazte de algún escrúpulo y encuentra inspiración en la biografía de Julio César; pero no te detengas mucho en el pasaje de Vercingétorix, derrotado y muerto con 36 años, no sea que se te cambie el foco.
Como el pensamiento es vago por naturaleza tendemos a solucionar los problemas por la vía rápida y en ese sentido el sesgo del superviviente es un caramelo para nuestro cerebro. Pero la realidad es mucho más compleja porque, entre otras cosas, está sujeta al azar. Así como la suerte no puede servir de coartada para todo, tampoco es un factor a despreciar, como suelen hacer los gurús del éxito. Ellos venden un método porque todos queremos un método, unas instrucciones que podamos entender y controlar. El azar no se puede entender ni controlar, así que no nos sirve. Pero también juega.
Por cierto, Wald murió, muchos años después de la guerra, en un accidente de avión.
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