En El sha, el autor no traza un relato lineal de los hechos que narra, sino que va analizando distintas fotografías, notas recogidas a pie de campo o testimonios y a partir de ellos desarrolla una historia que, tristemente, se repite en muchas naciones, aunque en cada una de ellas posea matices distintos. Durante casi cuatro décadas, Mohammad Reza Pahlevi fue el soberano absoluto de Irán, estableciendo un gobierno basado en el culto a la personalidad y en el enriquecimiento desmesurado de una pequeña parte de la población, frente a la miseria de la mayoría. Jamás dudó en reprimir los brotes de descontento masacrando a los manifestantes a través de la policía o el ejército. Gobernó siempre tratando de hacer progresar al país por la vía rápida, comprando compulsivamente toda clase de bienes y material militar, gracias a los ingresos del petróleo, un maná, que se preveía inagotable, de dinero fácil:
"Y es que el petróleo crea la ilusión de una vida completamente diferente, una vida sin esfuerzo, una vida gratis. El petróleo es una materia que envenena las ideas, que enturbia la vista, que corrompe. La gente de un país pobre deambula pensando: ¡Ay Dios, si tuviéramos petróleo…! La idea del petróleo refleja a la perfección el eterno sueño humano de la riqueza lograda gracias a un azar, a un golpe de suerte, y no a costa de esfuerzo y de sudar sangre. Visto en este sentido, el petróleo es un cuento y, como todos los cuentos, una mentira. El petróleo llena al hombre de tal vanidad que éste empieza a creer que fácilmente puede destruir ese factor tan resistente y reacio que se llama tiempo. Teniendo el petróleo, solía decir el último sha, en el período de una generación ¡crearé otra América! No la creó. El petróleo es fuerte pero también tiene sus puntos débiles: no sustituye a la necesidad de pensar, tampoco sustituye a la sabiduría. Una de las cualidades más tentadoras del petróleo y que más atrae a los poderosos es que refuerza el poder. El petróleo da grandes ganancias y, al mismo tiempo, no crea graves conflictos sociales porque no genera grandes masas de proletariado ni tampoco importantes capas de burguesía, con lo cual un gobierno no tiene que compartir las ganancias con nadie y puede disponer de ellas libremente, de acuerdo con sus ideas o como le dé la gana."
Durante algunos años, sobre todo en los setenta, cuando los precios del petróleo subieron desmesuradamente, a Irán llegaron toda clase de bienes de equipo para construir fábricas, de vehículos y de productos de lujo, además del armamento más avanzado del momento. Reza pretendía, a través del programa de la Gran Civilización, llegar a ser la tercera potencia mundial. La cruda realidad fue que gran parte de este material se perdió por la falta de infraestructuras en el país para conservarlos, la ausencia de puertos capaces de absorber el enorme tráfico marítimo generado por tanto pedido y asimismo la mala calidad de la red de carreteras del país. Además, el país carecía de todos los especialistas, ingenieros o conductores necesarios para poner en marcha tan ambiciosos planes. Ni siquiera en el ejército existía personal capaz de manejar armas tan sofisticadas. Así que hubo que traer a una gran cantidad de extranjeros, que cobraban sueldos desmesurados en relación a los iraníes, otro motivo de gran descontento con el régimen. Mientras tanto, alrededor del sha se organizaba entre los privilegiados un mercadillo privado de corruptelas, negocios y prebendas, en el que el objetivo último era la ostentación más descarada de riqueza, lujo y poder.
El gran pilar que sostenía el gobierno del sha era la temible policía secreta, la Savak. La Savak era una institución oculta y a la vez omnipresente en la vida de los habitantes de Irán. Cualquiera podía ser un savakista o un informador, por lo que el mero hecho de mantener una conversación ya era peligroso. Cualquier alusión, aunque fuera inocente o metafórica (o que pudiera interpretarse como tal) al malestar que provocaba el régimen, era duramente reprimida. Mucha gente desaparecía y era sometida a horribles torturas, muchos de ellos por mero capricho de sus verdugos. Este miedo constante provocaba un clima parecido al que podía vivirse durante el nazismo, el estalinismo, la Rumanía de Ceaucescu, la República Dominicana de Trujillo o la Alemania comunista, entre otros muchos tristes ejemplos. Había que elegir muy bien las palabras que se utilizaban en cualquier diálogo:
"La experiencia les había enseñado que debían evitar pronunciar en voz alta palabras como agobio, oscuridad, peso, abismo, trampilla, ciénaga, descomposición, jaula, rejas, cadena, mordaza, porra, bota, mentira, tornillo, bolsillo, pata, locura, y también verbos como tumbarse, asustarse, plantarse, perder (la cabeza), desfallecer, debilitarse, quedarse ciego, sordo, hundirse, e incluso expresiones (que comienzan por el pronombre algo) como algo no cuadra, algo no encaja, algo va mal, algo se romperá, porque todos estos sustantivos, verbos, adjetivos y pronombres podrían constituir una alusión al régimen del sha, por tanto eran un campo semántico minado que bastaba pisar para saltar por los aires. Por unos instantes (pero pocos) la duda asaltó a la gente de la parada: ¿no sería el enfermo también un savakista?, porque ¿el que hubiera criticado al régimen (ya que en la conversación había usado la palabra sofocante) no querría decir que tuviese permiso para criticar? Si no estuviese autorizado a hacerlo, se habría quedado callado o hubiese hablado de cosas agradables, por ejemplo de que hacía sol o que el autobús iba a llegar de un momento a otro. Y ¿quién tenía derecho a criticar? Sólo los de la Savak, que de ese modo provocaban a los incautos charlantes para después llevárselos a la cárcel. El miedo omnipresente trastornó muchas cabezas y despertó tales sospechas que la gente dejó de creer en la honestidad, en la pureza y en la valentía de los demás."
Ante este panorama, mucha gente optaba por buscar refugio en las mezquitas, el único lugar donde podía obtenerse un poco de paz de espíritu y donde fue fermentándose la revolución que se personificó en el ayatolá Jomeini, que llevaba en el exilio desde 1964. Fue una revolución sangrienta, repleta de masacres, pero alimentada por el fervor religioso de unos y la esperanza democrática de otros. El sha huyó hacia su exilio dorado y al final se estableció una república teocrática, algo que debió desesperar a los seguidores del dirigente democrático Mohammad Mosaddeq y a quienes habían soñado con un Irán verdaderamente moderno, laico y garante de la justicia social. Al pueblo iraní le esperaban nuevos sufrimientos y horrores, como la guerra con el vecino Irak, como si de una maldición bíblica se tratara. Pero esa es otra historia...