El Silencio de Dios

Por Claudio Auteri Ternullo @micedvalencia
Existen quienes niegan la existencia de Dios a causa de su silencio en muchas ocasiones, y dicen: “Si hubiera Dios no permitiría eso y eso otro.” A los tales se les llama infieles, palabra que significa “sin fe”. Para contestar a ellos es importante demostrar que el silencio de Dios no prueba ni impotencia ni negligencia de su parte. Por ejemplo, en el caso de la crucifixión de su Hijo amado, Dios guardó silencio mientras su Hijo unigénito era muerto, porque sabía que únicamente de esa manera se podía efectuar la salvación del mundo pecador.En toda ocasión en que los hombres han criticado el silencio de Dios, podemos ver que hubo una causa, un motivo suficiente para ello. (Estúdiense Job 23:1–10; Salmo 28:1; 35:22, 23; 44:23, 24; 83:1.) El caso de Job puede tomarse como típico de la actitud de todos los santos de su época: los 2.500 años desde Adán hasta Moisés, en que no hubo revelación escrita de Dios. Ellos creían firmemente en la existencia, la omnipotencia y la bondad de su Creador, pero tenían en su corazón el anhelo insaciable de conocerle mejor, de oír su voz, de ver sus huellas y de tener comunión más íntima con él.Podemos escuchar el clamor de los santos de aquel entonces en las palabras de Job: “¡Quién me diera el saber dónde hallar a Dios!… He aquí yo iré al oriente, y no lo hallaré; y al occidente, y no lo percibiré; si muestra su poder al norte, yo no lo veré; al sur se esconderá, y no lo veré.” En las referencias citadas en los Salmos se oye el mismo clamor al Todopoderoso: “Oh Dios, no guardes silencio; no calles, oh Dios, ni te estés quieto.”Podemos discernir la causa principal del clamor de los santos de aquel entonces: era porque el Redentor prometido no había venido. La actitud de los piadosos en todas las edades desde la promesa de Génesis 3:15 hasta la encarnación se resume en las palabras de Jacob: “Tu salvación esperé, oh Jehová” (Génesis 49:18). Y cuando Cristo nació, su venida fue anunciada a todos los que esperaban la redención en Jerusalén (Lucas 2:38). El clamor del alma en vista del silencio de Dios se relaciona con el cumplimiento de algunas de sus promesas.Durante los cuatro milenios antes de la encarnación, Dios se había revelado a los hombres en visiones, en sueños, en voz audible, y por 1.500 años en su Palabra escrita del Antiguo Testamento; pero todavía les faltaba la revelación suprema en su Hijo, la Palabra viviente, Emanuel, Dios con nosotros. En él, y sólo en él se satisfacen todos los anhelos del alma humana y se resuelven los misterios y problemas de la vida.La declaración de Salomón en Eclesiastés 8:11 merece mención especial, porque nos explica cómo los hombres interpretan mal el silencio de Dios. “Por cuanto no se ejecuta luego sentencia sobre la mala obra, el corazón de los hijos de los hombres está en ellos dispuesto para hacer el mal.” Ellos saben que lo que hacen es malo, saben que están pecando, y que el juicio de Dios les caerá encima, pero como no cae muy pronto, cobran ánimo en su camino malo y dicen: “No seré movido jamás”, “será el día de mañana como éste, o mucho más excelente” (Salmo 10:6; Isaías 56:12).¿Es lógico culpar a Dios por los accidentes que son causados solamente por la negligencia, descuido, o maldad de los hombres? ¿Acaso conviene al hijo criticar a su padre, o a la criatura culpar a su Creador? (Isaías 29:16; 45:9; 64:8; Jeremías 18:6; Romanos 9:20, 21). Job, en su mortal angustia, había dicho algunas cosas duras, a raiz de las cuales Eliú le reprendió severamente. Pero fue la revelación de Dios mismo lo que le humilló a hacerle clamar: “Yo hablaba lo que no entendía; cosas demasiado maravillosas para mí, que yo no comprendía … por tanto me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza” (Job 42:1–6; Salmo 73:11–26; Juan 9:3; 13:7; 1 Pedro 1:7).Hay otro pensamiento más profundo que relaciona el silencio de Dios con el libre albedrío del hombre. La libertad moral del ser humano no tan sólo incluye su responsabilidad moral sino también la limitación de la intervención divina. Dios hizo al hombre a su propia imagen con libre albedrío, y deja que sus criaturas ejerzan libremente esa voluntad. Esto hace al hombre responsable de todas sus acciones.La Biblia nos enseña que Dios cuida y gobierna todo el universo, y que su gobierno se extiende hasta a las acciones libres de los hombres. “Yo también te detuve de pecar contra mí” (Génesis 20:6; 31:24; Oseas 2:6). Pero por lo general Dios no impide que el hombre peque, sino que guarda silencio. “En lo referente a los mensajeros … Dios lo dejó, para probarle, para hacer conocer todo lo que estaba en su corazón” (2 Crónicas 32:31; Salmo 81:11–14; Oseas 4:17; Hechos 14:16; Romanos 1:24, 26, 28).Dos frases en el Salmo 50 nos explican el tratamiento de Dios con el mundo durante esta edad de gracia. Este Salmo describe la segunda venida de Cristo en tres etapas: el rapto de los santos (vs. 4–6); su trato con Israel y la gran tribulación (vs. 7–15); y el juicio de los inicuos (vs. 16–21). Las dos frases significantes son: “Vendrá nuestro Dios y no callará”, y “Estas cosas hiciste, y yo he callado” (vs. 3, 21).Es evidente, pues, que durante esta dispensación de gracia Dios está guardando silencio, y que este silencio terminará cuando Cristo venga otra vez. “Luego hablará a ellos en su furor, y los turbará con su ira” (Salmo 2:5). El hombre se ha jactado de sus prodigios, sus conocimientos, y su facultad de manejar el mundo sin Dios. Así, el Omnipotente ha guardado silencio para que el hombre orgulloso manifestase lo que podía hacer, ¡y ha resultado un caos!Un motivo para el silencio de Dios en cuanto a las aflicciones de su pueblo se halla en su infinito amor. El desea el bienestar eterno nuestro, y tiene que dejarnos pasar por las pruebas necesarias para refinarnos y perfeccionarnos (Job 23:10; Juan 13:7; 1 Pedro 1:7; Santiago 5:1–8; Hebreos 12:4–11). Otro pensamiento interesante puede mencionarse aquí, y es que en toda la Biblia vemos que Dios ejecuta juicio sumario una vez para demostrar su actitud hacia tal o cual pecado, y después guarda silencio para con el hombre. Pero al fin su juicio caerá, si no en esta vida, lo será entonces después de la segunda venida de Cristo (Números 15:32–36; 1 Timoteo 5:24).
Notaremos veinte ejemplos de estos escarmientos que Dios nos ha dado en la Biblia, demostrando lo que él piensa acerca de varios pecados: (1) Lascivia, Génesis 12:7; (2) Amor al mundo, Génesis 19:26; (3) Inmundicia, Génesis 38:7–10; (4) Idolatría, Exodo 32:26–29; (5) Borrachera, Levítico 10:1–3, 8–10; (6) Blasfemia, Levítico 24:11–16; (7) Maledicencia, Números 12:1–10; (8) Falta de fe, Números 14:39; (9) Rebelión, Números 16:30; (10) Murmuración, Números 16:41–49; (11) Fornicación, Números 25:1–8; (12) Robo a Dios, Josué 7:22–26; (13) Falta de reverencia, 1 Samuel 6:19; (14) Presunción, 2 Samuel 6:6, 7; (15) Falta de discernimiento, 1 Reyes 13:21–24; (16) Codicia, 2 Reyes 5:26, 27; (17) Incredulidad, 2 Reyes 7:18–21; (18) Profecías falsa, Jeremías 28:1–17; 29:22, 32; (19) Orgullo, Daniel 4:29–37; (20) Mentira, Hechos 5:1–11.