A pesar de su brevedad —42 páginas de texto—, esta nueva entrega de la colección «La Gaveta» de la Editora Regional de Extremadura llevaba tres o cuatro meses en casa sin ser leída. Sí leí la primera breve prosa —«El invierno holandés»— nada más recibir el libro, y pude vislumbrar que iba a interesarme la escritura de su autora, María Fernanda Sánchez (La Zarza, Badajoz, 1992), desconocida para mí. Y celebro mucho la
aparición de una nueva voz en las letras de jóvenes extremeñas —el suyo es uno de los nombres incluidos en la antología coordinada por Pilar Galán
La materia cambiante. Panorama de la joven narrativa extremeña, que también publicó la ERE el año pasado— que ha reunido en esta preciosa edición veintitrés textos que es un gusto leer por la apacible mirada que proponen sobre realidades y sobre momentos. También por el recorrido por los sentidos que sugiere esta prosa sencilla y ajustada a un tono de especial justeza estilística, que nos lleva a la vivencia de la grandeza de lo menor de la vida. Suscribo lo que publicó en
su blog Álvaro Valverde, que dio más datos sobre esta autora que me ahorro repetir, aunque retome ahora lo que dice sobre estos relatos que «parecen a veces las anotaciones de un diario de alguien que observa o contempla lo que tiene delante de sus ojos, en numerosas ocasiones a través de una ventana, pero que también ve a través de sus recuerdos. Qué bonito el contraste entre el clima hostil parisino o londinense y el del tórrido verano extremeño que evoca su infancia. Hay en este libro una unidad de tono que propicia una voz propia. Las palabras nos llegan desde la soledad y el silencio. Desde dónde mejor. Sánchez ha logrado crear una atmósfera que aporta al conjunto un estado de ánimo no exento de melancolía», escribió Álvaro. Es extraordinariamente sugerente esa intención de lo sensitivo; pero yo me quedo con la escritura, con todo lo que envuelve este texto de alusión consciente al acto de escribir. Se contempla («De la pintura ausente», «La ventana», «Frío»…), se escucha («El desierto. El silencio del olvido», «Septiembre»…), se huele («Conflagración»…), se siente con todo; pero entiendo que, principalmente, desde la escritura, pues todo, un paisaje, un árbol, la evocación de un momento, un viaje… se materializa en la página en blanco ante la que se enfrenta la voz que nos habla y a la que constantemente se alude directa o indirectamente en estas prosas. Por ejemplo, cuando la manera de «capturar el otoño de infancia» es «atraparlo con palabras» (pág. 16); cuando sobre «el papel en blanco se dibujan mejor las siluetas de las sombras que son ya los abetos» (pág. 21); cuando se asocia la escucha de las palabras escritas por Virginia Woolf (
Las olas) a las limitaciones de la propia voz o a un cuaderno vacío (pág. 39); cuando emergen las palabras «porque en el silencio tienen espacio para ser» (pág. 55). Cuando, en definitiva, en uno de los trozos más cortos de este libro apacible, «Niebla», el que lo cierra, una luz blanca y cambiante se convierte en una metáfora del estado de creación (literaria). No ha podido ser mejor comienzo para conocer la obra de una escritora hasta el momento desconocida. María Fernanda Sánchez.
El silencio de lo invisible (Mérida, Editora Regional de Extremadura —Col. La Gaveta, 41—, 2019).