El silencio de los domingos

Publicado el 26 mayo 2015 por Laesfera
La idiosincrasia no formaba parte de las costumbres de los señores y señoras que habitaban las casitas que se apoyaban unas en las otras en una línea recta, más bien eran los lazos familiares, los que realmente fueron los que se encargaron de que en cierto modo, surgiera en la cotidianidad de los días el conocerse, mitigar las penas con el consuelo y, sin lugar a dudas, también, un cierto cinismo, o querer saber algo más de lo que sucedía dentro de los hogares, cuando las puertas permanecían cerradas y los cerrojos echados…,
Preferiblemente los domingos eran uno de esos días en que la curiosidad por saber algo de cada cual propiciaba el encuentro en la casa que más flores llevaba en la fachada y en los parterres. Un coche enorme de color oscuro no tardaría en salir, porque el cochecito del bebé y las mantitas ya se habían colocado en la parte posterior, y las lunas de las ventanas abiertas por el calor; pero eso no distrajo lo suficiente, también el domingo se convertía en un día silencioso, porque las dos naves comerciales cejaban su actividad y sólo los pajarillos acudían y siempre se llevaban algo en sus picos de las alfombras de cortezas de pan tostado o, los restos de algún bote de leche o refresco que, en el momento de desembalar se hubieran escurrido entre los palees; mientras las miradas se dirigían a los tulipanes blancos, y a los geranios, y las retamas de lavanda, una de las mujeres se atusaba el pelo inquieta y propiciaba una verborrea absurda con el fin de poder saber la verdad sobre algunos de los jóvenes de las familias, seguramente esa inquietud, esa curiosidad la hubiera dejado satisfecha todo el día. De modo que su mirada inquisidora y el modo en que jugaba con los dedos de sus manos, debieron descubrirla, si, eso pensó
Eulalia, que observaba con agudeza todos sus movimientos, parece que está en trance, se dijo. No se habría conformado con la respuesta añadida, y siguió insistiendo, pero Eulalia se negó por completo a ceder a sus rogativas, a su detestable intriga, que no era otra cosa sino poder tener un domingo extraordinario, y se hubiera ido doblando la esquina feliz por ello, porque alguien por fin confesara a sus estúpidas preguntas o, a sus absurdas dudas, qué poco le llena la vida se volvió a decir Eulalia. El peso del mediodía disolvió la extraña reunión y es que no es cuestión de idiosincrasia, quizás costumbres, o vidas malsanas…

Texto: +Maria Estevez