El silencioso sacrificio del socialismo responsable

Por Zogoibi @pabloacalvino
Kindle

Y supongo que, enseguida, algún lector se preguntará: “¡ah!, ¿pero es que un hay socialismo responsable?” Pues, al parecer, haylo. Y me explico:

Si en las elecciones autonómicas en Andalucía se pudo desplazar al PSOE de su hegemonía regional fue gracias a la acción, tal vez sinérgica -aunque esto último no me atrevería a darlo por seguro-, de dos factores simultáneos, concomitantes y creo que también interrelacionados.

El primero, como todo el mundo sabe, fue la inesperada y enérgica eclosión de Vox, que a su vez tuvo un efecto doble: por un lado, galvanizó a muchos votantes del centro y la derecha que se quedaban en casa, bien por carecer de oferta política que los representara (desafectos a un PP que tiempo ha abandonó sus valores para comprar casi todo el discurso progre, o escépticos hacia un Ciudadanos mudable y huero que ni siquiera sabe lo que es aunque sepa lo que no es), bien por haber perdido la esperanza y confianza en sus líderes (pues si el Partido Popular había tirado la toalla lustros atrás y ya descreía de su propia victoria, el llamado centro tenía -y sigue teniendo- más ganas de pactar con el PSOE que de luchar contra él); por otro lado, originó un potente campo gravitatorio en la derecha ideológica que obligó al resto de partidos a desplazar “hacia el verde” sus posicionamientos y discursos e hizo, por una suerte de ósmosis electoral, tal “succión” de votos desde el resto del espectro (salvo el inamovible PSOE, claro) que incluso un porcentaje no desdeñable de radicales de izquierda se mudó al extremo opuesto.

No obstante, la perturbación que el partido de Abascal introdujo en el panorama político andaluz no habría bastado a desbancar al PSOE sin el concurso coadyuvante de un segundo factor, al que -creo- no se ha dado la debida importancia ni se ha ponderado lo suficiente: la abstención de esos a quienes he llamado socialistas responsables. Y es que las cuentas -y el recuento- de esos comicios no me salen de ninguna manera si no introduzco dicho efecto, dado que, pese a los muchos votos que movilizó Vox, el descenso neto en la participación -respecto a anteriores ocasiones- sólo se explica por una enorme desmovilización del electorado tradicional del PSOE.

Ahora bien, ¿por qué tanta abstención entre los votantes socialistas? Mi tesis es que muchos de ellos, conscientes de la deplorable y ruinosa gestión que su partido ha hecho en Andalucía durante cuatro décadas ininterrumpidas, y acaso convencidos, por fin, de la absoluta necesidad de un cambio, decidieron, por cierto sentido de la responsabilidad, no oponerse a él; que ya es mucho, teniendo en cuenta que un sociata de pro jamás meterá en el sobre electoral una papeleta que no sea del PSOE. Pero es que aquí no se trató de sociatas sensu stricto, sino de la existencia, hasta ahora insospechada, de una casta de socialistas responsables que han contribuido a posibilitar dicho cambio del único modo que su religión les permite hacerlo, que es la abstención. Quizá hayan seguido un proceso mental semejante a este: “yo no puedo, activa y conscientemente, intentar destronar a mi partido; pero sí puedo no votar, y si la oposición echa de Andalucía al PSOE, no habrá sido mi responsabilidad directa.”

Llegados a este punto, no es descabellado dar un paso más allá y suponer que una parte de quienes así procedieron corrían -conscientemente- cierto riesgo de ver perjudicado su interés personal en caso de que tal cosa sucediera. Pienso, por ejemplo, en las muchas personas o familias enteras que viven de ese chollo llamado PER (Plan de Empleo Rural), y al que podría meter la tijera un eventual cambio de gobierno; o en los que viven de los cursos de formación, o de los diez mil chiringuitos clientelistas que el PSOE ha creado durante todos estos años.

Y son estos socialistas con quienes me quedo: esos cuya propia estabilidad económica va aparejada al destino del PSOE y que, no obstante, decidieron no votarlo. A ellos creo justo agradecerles el sacrificio de su abstención; un sacrificio intrínsecamente silencioso, invisible y no reconocido que, en algunos casos, podría hasta calificarse de heroico.

Lástima que en las generales del 28 de abril no vaya a suceder lo mismo. No me pregunten por qué; es un pálpito que tengo.