El Siluro, el monstruo del Ebro

Por Marcredondo

Peces que pueden llegar a medir 2,5 metros y pesar 200 quilos. No, no es una película. Quien quiera comprobarlo que se acerque al Ebro. Y si le queda muy lejos, que ponga la palabra “siluro” en buscadores de internet o en Youtube. A uno se le quitan las ganas de acercarse al río. Como yo he vivido en mis propias carnes la invasión de esta especie, puede ser bueno que te cuente lo que he visto desde niño.

 El Ebro es el río más caudaloso de España. En él se alojan, o mejor dicho, se alojaban, muchas especies de peces. Mi familia es de Xerta, un pueblecito de Tarragona bañado por el Ebro, y cada verano mi padre aprovechaba para enseñarme su afición a la pesca. Recuerdo las noches pescando anguilas de más de dos palmos al lado de un pequeño fuego para alumbrarnos. Es lo que recuerdo con más nostalgia. ¡Cómo luchaba ese pez! En esa época, todo lo que se sacaba del río se podía comer.

Era normal pescar preciosas carpas, pez esbelto y gordinflón. Barbos, algunos de ellos teñidos de un sorprendente color rojizo en el lomo. Percas, lucios, sabogas y algún que otro esturión (yo ya vi pocos porque en la parte baja del río ya ha desaparecido)

Me acuerdo un verano, en un bar del pueblo con mi tío, que la gente hablaba de un nuevo pez que se estaba comiendo al resto. Un pez que los alemanes habían traído para practicar la pesca deportiva. Eso se hizo en 1974. Hablaban de peces que podían medir casi un metro. La gente alucinaba y algunos se reían. La gente de pueblo puede llegar a ser muy cruel, aunque también hay mucho iluminado suelto.

 Un día mi padre vino exaltado, corriendo, con la caña de pescar en mano, gritando por la calle. Había pescado su primer siluro (en el pueblo se llama incorrectamente sirulo). Había pescado una pieza de… un palmo. Mi madre no se pudo descojonar más, hasta que vio que ese pez tenía la cola de anguila y la cabeza de rape. ¡Ah! ¡Y dos antenas! Días después yo pesqué uno, también pequeñito.

 Durante los siguientes veranos entre carpas y barbos siempre se colaba en el anzuelo algún siluro. Cada vez eran más grandes. Años después lo que se hace raro es pescar anguilas, barbos o carpas. Además, se pescan como si fueran un saco. No luchan, se dejan llevar por el anzuelo. En los bares del pueblo, compartiendo pared con los jabalís cazados en invierno, hay imágenes de siluros de más de un metro. Y cada vez que se pescaba algún ejemplar de más de un metro se llevaba hasta la plaza del pueblo para enseñarlo. Ahora ya no es noticia.

 El Ebro ya no es lo que era. Antes nos bañábamos en él. Ahora, a ver quién se atreve. El mejillón cebra, el cangrejo americano, las centrales nucleares, y como no, la construcción de piscinas municipales, ha dejado las orillas del río que parecen más propias de Alexander Platz o de Benjamin Franklin Strasse que de Cataluña. Sólo se habla alemán. Son los únicos que se atreven a comer este pez que, según dicen, sabe a lucio. ¡Con lo divertido que era dejarse llevar por la corriente!

Hoy en día me consuelo visitando un río con las aguas más limpias que nunca gracias a la invasión de algas. Éstas, filtran el agua y la dejan casi cristalina. Sólo la madrilla, ese pececito que no mide ni 5 centímetros, merodea por la superficie junto a los zapateros de agua. ¿Cómo se aguantarán sobre el agua esos simpáticos animalitos?

Os he dejado la foto de un siluro. Sólo locos como el de la derecha pueden ser capaces de levantar un pez como este. Yo también pondría esa cara. ¡Como el peso lo aguanta su amigo de la izquierda!