EL SÍNDROME DEL SUPERVIVIENTE INFECTA A EUROPA Las calamitosas imágenes de los refugiados que huyen de la barbarie, divulgadas por medios de todo el mundo, han provocado en gran parte de la población europea una especie de síndrome del superviviente.

Publicado el 09 septiembre 2015 por Carlosdelriego

De situaciones e imágenes como esta no tiene la culpa Europa

Es algo así como un sentimiento de culpabilidad surgido del convencimiento de ser afortunado en un mundo en el que no todos lo son. Según cuentan los que consiguieron volver de los campos de concentración nazis, jamás han encontrado el modo de sacudirse una cierta sensación de culpa provocada por el hecho de que ellos siguieron viviendo, mientras que amigos, familiares y compañeros de infortunio perecieron víctimas de la extrema brutalidad. Pues un sentimiento parecido está penetrando en gran parte de la población europea, que no deja de golpearse el pecho y acusarse como si estuviera aquejada de este extraño mal; así, aunque objetivamente no pueden achacarse a los europeos todos los males de este mundo, hay muchos que se juzgan culpables de las barbaridades que ocurren en el planeta y, por tanto, se sienten mal por el hecho de tener la suerte de vivir en estados organizados en los que hay respeto por las personas.  
Esa autoinculpación (que no coincide con la realidad de los hechos) provoca comentarios, declaraciones y artículos periodísticos alejados de la razón. Así, se habla en varios de ellos de ‘la vergüenza de Europa’, y se culpa a sus gobiernos y población del éxodo de los perseguidos, incluso de las muertes, ya se produzcan éstas en el viaje o en donde los fanáticos islámicos exterminan poblaciones enteras (tanto en Oriente Medio como en África); pero lo más sorprendente es que no se culpa de los cadáveres a esos descerebrados de Isis (o estado islámico o como quiera que se le llame), nada de eso, pues apenas se les menciona…; es como cuando los asesinos etarras (y parte de la población vasca) insultaba y culpaba a las víctimas. Más allá: hay quien sostiene que ‘la culpa es de todo el mundo’, incluyendo, por tanto, a los indios del Amazonas, a los aborígenes de Papúa-Nueva Guinea y a los bosquimanos del Kalahari; y ya puestos podría extenderse la cosa: ‘¡la culpa de la muerte del niño en la playa es de todo el sistema solar…, de toda la galaxia!’  
Sea como sea, esas mentes sentimentaloides y tendentes a la hipocresía y el relativismo moral viven en la contradicción ‘buenista’: quieren que se acabe con los terroristas islámicos que matan y destruyen, que esclavizan a mujeres y niñas y se apoderan de territorios y estados, pero a la vez abominan de la guerra a voz en grito; abogan por ‘el diálogo’ sin caer en la cuenta de que cuando ataca una manada de hienas es verdaderamente difícil el parlamento, y tampoco en que lo único que es eficaz contra una horda invasora y sangrienta es un ejército.
Es curioso cómo la terrible imagen del niño muerto en la playa ha provocado un movimiento colectivo autoinculpatorio, una corriente casi general bastante parecida a la reacción de los peces en un banco, que se mueven al unísono en la misma dirección y  responden sincronizadamente a la amenaza. Del mismo modo, llama la atención que no hubiera un clamor de igual intensidad cuando se difundían imágenes de desdichados quemados en una jaula; es decir, da la impresión de que los que mueren en las costas mediterráneas (cerca de casa, vamos) son más importantes y provocan mayor empatía que los masacrados en las tierras donde mandan los monstruos, pues es sabido que ‘el sueño de la razón produce monstruos’.  
En fin, cada vez está más difundida y aceptada la idea de que Europa ha de ser no sólo el guardián del mundo y centro de acogida universal, sino la culpable de toda maldad. Y por ello, los que elevan su clamor pretendidamente progresista y buenista (quienes, además, se creen poco menos que la bondad hecha carne) están absolutamente convencidos de que este tiene que ser un lugar donde la solidaridad (o la caridad) ha de ser impuesta por la ley; sin embargo, es evidente que la solidaridad ha de ser un acto voluntario, pues si existe obligación se convierte en un impuesto. Por otro lado, en unos cuantos meses, esos refugiados que rechazaron la comida porque procedía de una bolsa con la Cruz Roja estarán exigiendo que se les permita pisotear a sus mujeres y, en casos extremos, matando infieles.
Sin embargo, pase lo que pase en otros espacios y sociedades del mundo, muchos sectores y grupos de población europea se va a sentir siempre culpables de haber tenido buena suerte.

CARLOS DEL RIEGO