Las prácticas cotidianas —sociales, económicas y culturales— han sido reconfiguradas por la digitalización de la información y la comunicación. El libro "La era del algoritmo", compilado por Julián Zícari y Martín Burgos, analiza críticamente cómo un puñado de plataformas concentró el capital global e incidió en el mundo del trabajo, el consumo y las finanzas. Esa centralización de datos en pocas corporaciones vuelve la economía digital un espacio opaco y desigual, que requiere regulaciones urgentes para evitar que la lógica algorítmica profundice la brecha de poder y las desigualdades existentes.
Por Mara PedrazzoliEl libro comienza narrando que la economía digital atravesó cuatro
etapas desde los años noventa, cada una marcada por saltos tecnológicos y
nuevas formas de uso social de internet. La primera fue la
web 1.0,
una internet inicial y estática basada en la simple lectura de
contenidos, cuya expansión terminó en el auge y estallido de las
“puntocom”. Luego llegó la
web 2.0, que introdujo la
interactividad y la participación de los usuarios mediante redes
sociales y blogs, transformando la comunicación y producción cultural.
Más tarde, con la masificación de los teléfonos inteligentes, se
consolidó la
web 3.0, definida por el uso de
aplicaciones móviles y la centralidad de los algoritmos para ordenar la
información. Finalmente, desde mediados de los 2010, comenzó a
perfilarse la
web 4.0, una etapa de hiperconectividad
donde tecnologías como inteligencia artificial, big data, blockchain e
internet de las cosas integran la vida cotidiana en sistemas digitales
cada vez más autónomos.
En la era digital, las empresas más
rentables ya no están vinculadas a los procesos fabriles sino a la
producción de software y, sobre todo, al control de la información,
señala Julián Zícari, autor del primer capítulo del
libro. En este nuevo escenario, la competencia dejó de centrarse en los
precios —como ocurría en el capitalismo industrial— para desplazarse
hacia la capacidad de procesar datos y el uso estratégico de esos
insumos a través de algoritmos.
El autor destaca la problemática
tal vez más amenazante del capitalismo digital referida al manejo de la
información: “siempre se termina por entregar más información a la
plataforma de la que efectivamente esta nos da, así ella convierte nuestros datos en dinero y en recursos de control, dominio y vigilancia”.
De
esta manera, bajo el influjo de los algoritmos, las grandes
corporaciones y empresas privadas dueñas de la información no actúan ya
como actores económicos subordinados a la regulación estatal, sino como
las nuevas instituciones de facto: Facebook es poderoso, tiene más
usuarios que cualquier país del mundo.
Por otro lado resalta que
la idea del «fin del trabajo» vinculado al avance de la inteligencia
artificial no es nueva: existió con la llegada de las máquinas y luego
con la robótica. “Es verdad que las revoluciones tecnológicas eliminan
empleos, pero también crean otros”, sostiene el autor. En este sentido, la discusión no se centra ya en la cantidad de trabajo, sino en su calidad.
Se profundizan la flexibilización y la tercerización, ahora reforzadas
por dinámicas propias del trabajo virtual: autogestión de los tiempos,
horarios y modos de trabajo.
En este esquema, proliferan labores
desprovistas de derechos básicos —vacaciones pagas, cobertura por
accidentes, licencias por enfermedad o maternidad, protección frente al
despido— junto con el ocultamiento de relaciones de dependencia que
deberían estar registradas.
La regulación de internet
Los
datos se han vuelto un valor en la economía, un nuevo bien que debe ser
regulado. “Pero este bien no es como un vaso de agua, que se termina
cuando lo tomamos. No. Este bien puede ser utilizado para diversos
fines: una misma base de datos puede emplearse para investigación, para
diseño de políticas públicas y para generar más ganancias en una
empresa”. Así comienza el capítulo dos del libro, redactado por
Sofía Scasserra.
La información es un bien “no rival” y como tal tiene carácter público,
pero las empresas privatizaron esos bienes y esto les dio propiedad de
monopolios, generando ganancias extraordinarias. Esta apropiación genera
debates globales sobre cómo regular el uso de la información y
redistribuir la renta, “en los acuerdos de libre comercio el debate va a
contramano del mundo”, afirma Scasserra.
Estos acuerdos buscan
desregular de manera permanente la economía digital, fortaleciendo a los
gigantes tecnológicos mediante la privatización de datos y la ausencia de responsabilidades por el impacto de sus algoritmos.
Por ejemplo, desde 1998, bajo la agenda de “comercio electrónico” en la
OMC, se renueva cada dos años una norma que impide aplicar impuestos
aduaneros sobre los datos —la materia prima de la economía digital—, lo
que habilita un “extractivismo digital” semejante al histórico de
recursos naturales.
A su vez, los acuerdos buscan desregular el
producto final de la industria digital: eximen de impuestos a las
transmisiones electrónicas y liberan a las plataformas de
responsabilidad por los contenidos que difunden sus algoritmos, incluso
en casos que derivan en daños graves, como el suicidio de una
adolescente en el Reino Unido. El resultado es un régimen que concentra
poder y erosiona la soberanía digital de los países.
Dinero digital
La
expansión de las billeteras virtuales en actividades antes propias del
sistema bancario es un fenómeno (promovido por organismos
multilaterales) cada vez más discutido. Las
fintech, entendidas
como empresas digitales que proveen servicios financieros mediante
tecnología, adquirieron autonomía y un peso creciente en la
intermediación del dinero. Según
Martín Burgos, autor
del tercer capítulo del libro, la adopción del dinero digital “es
especialmente intensa entre jóvenes familiarizados con la tecnología y
entre sectores con bajo acceso al sistema financiero tradicional”. En
Argentina, los trabajadores informales de ciudades pequeñas quedan
excluidos del crédito bancario, que continúa concentrado en empresas,
asalariados formales y sectores de mayores ingresos. El resultado es un
proceso de redistribución regresiva del dinero desde las poblaciones más
vulnerables hacia los grupos urbanos más consolidados.
Las criptomonedas profundizan esta dinámica. Operan a través de exchanges
y billeteras duales que permiten mover activos digitales sin
intermediación directa del Estado y bajo la promesa de transparencia
basada en tecnología blockchain. Pero esa presunta descentralización convive con una fuerte concentración de poder: los exchanges
son dominados por pocas corporaciones globales como Binance y
convirtieron en un nuevo canal de evasión fiscal. En vez de democratizar
las finanzas, las criptomonedas reproducen asimetrías preexistentes y
abren interrogantes sobre la regulación y protección de los usuarios.
El
libro continúa con artículos de Andrés Imperioso y Alejandro Sosa Dias
sobre las empresas argentinas llamadas «unicornios» y de Pía Garavaglia
que problematiza sobre cómo funcionan y se redefinen las cuestiones
sindicales, el teletrabajo y la lucha gremial al interior de la economía
de plataformas; entre otros.
Mara Pedrazzoli