Los partidos que tradicionalmente han venido ostentando el poder en España desde la Transición, se muestran implacables ante el riesgo de que su cortijo pueda peligrar. En el pasado, ocurrió con Mario Conde y también con Jesús Gil, dos casos en los que las fuerzas mayoritarias no dudaron en segarles la hierba. Sin embargo, ahora ha surgido un fenómeno electoral por el lado opuesto del espectro socio-político. Por lo que se ve, Podemos, formación bastante singular para la concepción que de los partidos tenemos en este país, se ha convertido desde el pasado 25 de mayo en la bestia negra del sistema. A fecha de hoy, ni uno solo de sus dirigentes se libra de algún pero, en especial su cara más visible y mediática, Pablo Iglesias, al que solo falta que nos descubran que, de pequeño, en el recreo del colegio, arrebató un día el bocadillo a un compañero y lo dejó sin almuerzo.
Lo cierto es que la clase política –que desde Podemos denominan casta– está viendo en riesgo su preponderancia con la irrupción de este movimiento de corte populista, que no se sabe muy bien donde puede desembocar. Lo chocante del caso es que está engrandeciéndolo ella misma, sobre todo desde la derecha, con sus críticas feroces de manera constante en diferentes foros y, especialmente, en las tertulias radiotelevisadas.
Sinceramente no creo que la llegada de Podemos a las instituciones trajese bajo el brazo la revolución bolivariana, como ya nos dejó dicho en su momento Felipe González, ni las cartillas de racionamiento cubanas, ni menos aún que se adopte la ‘costumbre’ iraní de colgar a los homosexuales o de lapidar a las adúlteras, por mucho que denuncien que ese régimen execrable entregó dinero “al de la coleta”. Es la descalificación facilona que toda la vida se ha utilizado por algunos para tratar a los españoles como niños y amenazarles con que el que puede venir es el hombre del saco. Porque lo que subsiste en el fondo de la cuestión no es algo menos sibilino ni baladí: quienes con más saña atacan a este movimiento de la izquierda radical son aquellos que creen que puede peligrar su ‘modus vivendi’. Aquellos mismos que se han instalado en el cambalache y que viven de él a todo gas. Todos esos altos cargos, diputados, senadores, alcaldes, concejales y demás, que llevan años en el machito y que no han tenido más oficio ni beneficio que la política. Esos, con las lógicas excepciones, a los que tanto escuece que unos advenedizos, a los que no hace mucho tildaban de perroflautas en la Puerta del Sol, se les suban a la chepa y los califiquen de casta. Y, claro, es ahí donde más les duele.
['La Verdad' de Murcia. 30-7-2014]