El sobrino del emperador (reedición) y 3

Publicado el 12 julio 2013 por Miguelmerino

Con esta entrada, cierro, por ahora, la serie “Momentos chinos”.

Junto a la Plaza de Tian’anmen y con la entrada presidida por un retrato de Mao Tse-tung, se encuentra el recinto de la Ciudad Prohibida. Tiene muchos e interesantes atractivos, tanto en lo material como en lo simbólico, pero no es esto lo que me ocupa en esta entrada.

Como casi todo en la China actual, está descaradamente enfocado al turismo y a obtener un gran rédito comercial a su milenaria historia. No seré yo quien se lo reproche, aunque un cierto desencanto si que me produjo esta constatación.

En el interior de esta Ciudad Prohibida, existe una zona comercial, no diré que extensísima, porque no soy amigo de los superlativos injustificados, pero tampoco diré que pequeña, para no caer en el vicio contrario. Digamos pues, que se trata de una zona comercial suficiente para el sitio que la cobija. En ella puedes comprar cualquier recuerdo que se te pueda pasar por la cabeza y si no me falla la memoria, que bien pudiera ocurrir por el tiempo transcurrido, no se podía regatear, cosa que sinceramente a mí, me retrajo de comprar, pues al no tener nunca la certeza de la autenticidad de lo que compras, eso de no poder regatear te hace sentir engañado. Ya, ya sé que con regateo incluido te pueden engañar y aún quizás mas fácilmente que sin él, pues los precios únicos pueden ser síntoma de seriedad y el regateo, todo lo contrario; pero cada uno tiene el curso de sus razonamientos como lo tiene y es muy probable que no pueda o no quiera evitarlo.

Pero me estoy desviando del propósito de esta entrada, que como bien indica el título, trata de hablar del sobrino del emperador. Sí, del último emperador, ése que fue dado a conocer por Bertolucci al mundo entero. Este sobrino de dicho emperador, estaba sentado en uno de los extremos del recinto comercial, detrás de una amplia mesa y con un porte de apariencia digna y señorial. Si mal no recuerdo, vestía a la usanza china y se dedicaba a escribir sobre lienzos mas o menos similares a pergaminos, esos difíciles y hermosísimos (justificado el superlativo, cuando están bien hechos) caracteres chinos. Parece ser que es un experto y afamado caligrafista, arte muy apreciado en la cultura china por razones obvias. Estaba prohibido dirigirle la palabra y por supuesto hacerle fotografías, salvo que ¡oh milagro!, tuvieras la buena idea de adquirir, por un precio que no soy capaz de juzgar si justo o no, pero que si recuerdo que a mí me pareció elevado, algunas de sus afamadas caligrafías. En ese caso, podías dirigirte a él, con el debido respeto, por supuesto, fotografiarte a su lado, e incluso tener el dudoso honor de estrechar su mano. Me lo perdí, y puedo asegurar que no lo lamento en absoluto, pero ya dejé dicho antes que los vericuetos de mis razonamientos tienen su propio cauce y es muy probable que sea esclavo de ellos.

Lo dicho, la actual China se ha empeñado en comerciar con su historia, sus mitos, e incluso con sus miserias. Puesto que de ellos son, que hagan de su capa un sayo si les place.