El sofá amarillo nº 2 : Tengo prisa.

Publicado el 16 febrero 2012 por Bypils @bypils

-¿Tienes prisa?- Más que una pregunta es una constatación de un hecho. Yo estoy sentado, tranquila y serenamente, en mi sofá amarillo mientras él, me habla desde las cimas de su altura, paseándose casi como un péndulo. Aquí, allí, aquí, allí…

-Sí, mucha.

Ahora, estiro mis piernas y las relajo encima de los mullidos cojines. Dejo que mi espalda se amolde suavemente al respaldo del sofá. Cuando ya estoy en una posición agradable, me quedo unos segundos suspendido en la nada, deleitándome con el paisaje que me ofrece la naturaleza, desde mi ventana…Eso sí que es un  privilegio. Observó ese campo de trigo, aún muy verde, que la brisa mueve y ondula como si fuera un mar. Casi puedo oír el susurro delicado que te arrulla como la más exquisita de las nanas…Lo único que me resulta un tanto molesto, es este tipo que me bloquea la visión, ahora sí, ahora no…

-No me voy a sentar en este sofá, ni voy a perder el tiempo tomando un café contigo. Te repito que tengo mucha prisa.

-Cuando dices “mucha” ¿De cuanta hablamos?- Le dejó que calcule una cifra. Normalmente, la transacción se realiza de esta forma: ellos me dicen cuanta tienen y yo le pongo un precio. Si interesa, bien. Si no… no pasa nada. Hay mucha oferta. Se me antoja un buen momento para hacerme una infusión relajante. Creo que voy a probar el té de frambuesa que me trajeron de Nepal. Me lo tomaré, sorbo a sorbo, dejando que el calor inunde mi cuerpo y el sabor de las fresas silvestres me conforte. Las nubes cambian de forma y se deslizan por el cielo, empujadas por un suave viento que esparce el aroma de esta primavera neonata. Me apetece abrir las ventanas…

-Yo creo que un par de kilos.- dice, de repente,  el hombre que tiene prisa– ¿Te van bien? Necesito el dinero y, de verdad, me tengo que ir ya.

- No es mucha, pero con eso puedo pasar-Calculo cual sería el precio justo según los índices de cotización de la prisa en el mercado. Le digo la cifra y el asiente, moviendo enérgicamente la cabeza y me doy cuenta que estoy comprando prisa de una gran calidad. La necesito para cuando viajo a la ciudad o cuando me convocan para reuniones de negocios. Desgraciadamente, yo nunca he tenido prisa y, por eso, me veo obligado a comprarla.

Cuando estoy cerrando el gran tarro de cristal en el que he guardado la prisa, recién adquirida, oigo como hierve el agua de la tetera. Me dirijo al hombre que acaba de venderme su prisa y le invito a probar el té de frambuesas del Nepal.

Nos sentamos los dos, en el sofá amarillo. Estamos cómodos y relajados y nuestra mirada se pierde en el baile del trigo y en las montañas que se adivinan en la lejanía, cubiertas de nieve. El contraste cromático es de una delicadeza exiquisita: las cimas nevadas, se recortan contra un cielo de un azul turquesa casi imposible que se une a la franja del verde, fresco y chispeante…

-Este té está delicioso-me dice mi proveedor de prisa.

Le agradezco el comentario y doy otro sorbo. Las fresas silvestres estallan en mi paladar y lo acarician.

Sí. Está delicioso…

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