Sobrecoge. Estoy tan acostumbrada al ruido en mi entorno que no percibirlo me sobrecoge. No doy crédito y por eso me paro, miro a mi alrededor para comprobar que estoy sola y escucho. Nada, ni un pájaro, ni un grillo, ni una persona a lo lejos, ni el sonido de la brisa batiendo las hojas de los árboles…, nada excepto silencio.
Creo que me ha pasado únicamente un par de veces en mi vida porque siempre ha habido un factor que ha roto esa quietud, por eso lo saboreo, cierro los ojos y me concentro en la sensación. Procuro respirar suavemente y estar tranquila para que ni siquiera los latidos de mi corazón molesten. Y disfruto. Son unos minutos nada más hasta que una escandalosa familia rompe el encanto, pero ¡qué minutos! Estoy en La Cumbrecita, dentro de la Caldera de Taburiente, un regalo para mis sentidos.
(El vídeo que acompaña esta entrada está tomado por una aficionada desde un smartphone, disculpen la mala calidad de antemano y suban los altavoces, por favor).