Rajoy, que hace un año y medio, cuando fue elegido por los españoles con una sólida mayoría absoluta, sorprendió a los europeos por su enorme respaldo popular, ha perdido en ese corto tiempo casi todo su capital político y es hoy un tipo fracasado, desprestigiado y rechazado por los mismos ciudadanos que antes le dieron su apoyo, entre otras razones por sus mentiras, por haber incumplido sus promesas electorales, por no escuchar jamás los gritos y deseos del pueblo, por sus reiterados fracasos y por su política de indiferencia y pasividad ante el sufrimiento de los ciudadanos, la corrupción y el abuso de poder que están envenenando la economía y la política españolas.
No escucha nada ni a nadie. No escucha los consejos de la Fundación FAES, el tanque pensante del PP, que le pide que baje los impuestos. Rajoy tampoco oye el clamor popular que pide que regenere l vida pública, que persiga a los corruptos y que persiga a los saqueadores de las cajas de ahorro, pero el Mariano se hace el sordo o en realidad no oye. Los ciudadanos exigen inútilmente que los partidos políticos dejen de financiarse con fondos públicos, ni escucha tampoco el grito de las clases medias contra los impuestos, ni la protesta ciudadana ante la legislación que regula las hipotecas y los desahucios, declarada contraria a los derechos fundamentales por la Justicia europea. Rajoy está sordo como una tapia o se hace el sordo para seguir haciendo lo que él quiere.
Hay tres tipos de sordos en política: los que no escuchan por arrogancia, los que no oyen por cobardía y los que no escuchan porque son cretinos o imbéciles. La sordera de Mariano debe ser por arrogante o por cobarde, porque tonto no parece.
Muchos expertos le gritan que haber incumplido sus promesas electorales le convierte en el presidente ilícito de un gobierno también ilícito, pero él no hace caso. También le pigen a gritos que solucione con decencia y no con trucos y trampas la estafa de las participaciones preferentes, con la que el contubernio banqueros-políticos han robado los ahorros a cientos de miles de españoles. Rajoy tiene los oídos taponados de cerilla y no oye nada de nada.
La gente le pide que adelgace el Estado, que está tan gordo y sobrecargado que es insostenible e incosteable, pero Rajoy se niega a escuchar porque adelgazar el Estado significaría dejar sin trabajo de lujo a los miles de militantes del PP que él ha colocado bien agarrados a la teta del Estado.
Desde Europa le dicen que debería reducir gastos, antes que subir impuestos, pero el sordo hace lo que le sale de los cataplines, sin escuchar a nadie.
La democracia es un sistema que no admite a los sordos porque es un gobierno de opinión pública en el que el criterio del ciudadano es sagrado. En mudo puede gobernar una democracia, pero un sordo siempre termina siendo un tirano.
Los expertos le dicen que la recuperación de la economía se retrasa y que no llegará a tiempo para salvar al PP de la estruendosa derrota electoral que España le está preparando, pero el sordo Rajoy sigue dale que dale con su cantinela de que creará puestos de trabjo y la economía resucitará antes de que se abran las urnas.
A estas alturas de la película nadie sabe si está sordo o es un cínico o un cretino o un descarado con la cara como el cemento. No escuchar el clamor del pueblo es democracia es convertirse en un sátrapa odioso y ajeno a la ciudadanía. Ël lo sabe, pero ni siquiera es consciente de que el pueblo, harto de sufrir, está gritando y ya le tiene ganas a su partido.