La primera final, decían muchos. El canguelo se instaló en Málaga para quedarse, puesto que finales, como tal, son todas, para un equipo modesto que lleva 35 jornadas para evitar el descenso.
El estadio sí parecía vivir un final. Se colgó el cartel de ”No hay billetes”. Casi 30.000 personas animaron sin cesar a un Málaga que en ocasiones tiene el balón, en otras, contragolpe o jugadas a balón parado, pero que nunca tuvo pegada.
El Sporting tuvo dos: un palo y, minutos después, el gol. Se dedicó a dejarle el balón a los de Muñiz. Algo incomprensible, teniendo a jugadores de la talla de Rivera o De las Cuevas. Mientras, el Málaga llegó demasiadas veces para no hacer gol. Nunca se oyeron tantos “uuuy” en La Rosaleda. Suerte que Caicedo empató y arañó un punto que sirve para dormir, casi simbólicamente, en la permanencia.
Ni siquiera en esta mal llamada Final, Muñiz apostó por dos puntas jugando en casa y ante un rival también modesto. Quizá la reacción llegue tarde.