El suelo del Salvador se levantaba y se movía

Publicado el 17 enero 2014 por Monpalentina @FFroi
En el año 2001, El Salvador sufrió dos terremotos. El primero se dio el sábado 13 de enero y, el segundo, justo un mes más tarde, el martes 13 de febrero.
Aquellos seismos afectaron gravemente a varios departamentos de la República. El alud de tierra acabó con la vida de cientos de salvadoreños en la Colonia "Las Colinas", hecho ocurrido en el primero de los terremotos. Se estima que la cifra total de fallecidos para ambos terremotos ascendió a 1259. Por aquel tiempo, ya teníamos en internet un borrador de curiosidades, al que subimos esta carta, donde un misionero cuenta con desgarrada voz aquel momento de caos y destrucción.

Carta de un misionero

16 de Enero de 2001

Realmente pasé miedo; mejor dicho, pánico. Sí, es la primera vez que he sentido pánico. Estábamos tres en la oficina de Círculo Solidario. Fui el primero en notar que el suelo se movía. Pero apenas terminé de decirles esta frase, me pareció que el suelo se levantaba y se movía de derecha a izquierda, como si un poderosísimo animal cargara la corteza terrestre sobre sus hombros. Salí sin respirar por la puerta delantera de la oficina, mientras los otros dos salían por la trasera. Vacilé un instante y me fui hasta el portón de hierro de la entrada. Pero no lo podía abrir, porque el movimiento era tal, que el pasador había sido doblado. La calle estaba llena de gente. Delante de mí, al otro lado del portón, estaba el carro de Círculo Solidario, que se retorcía y se levantaba furiosamente, primero por un lado, luego por el otro, como una culebra que avanza con odio contorneando su espalda. Mientras tanto, mis dos compañeros se habían agarrado a un árbol del jardín y se balanceaban con él, que se mecía violentamente hacia los lados.
El pánico nos comía las entrañas. Yo me había quedado en la entrada, un poco más atrás del portón, sin poder salir a la calle, entre nuestro salón de actos y la pared del vecino, mirando alternativamente a derecha y a izquierda, para ver cuál de las dos paredes caía sobre mí y así evitar el golpe. En los instantes que estuve en la oficina y en su pasillo delantero después del primer movimiento, me pareció seguro que con aquella tremenda trepidación la casa se iba a derrumbar, y ahora miraba a cuál de las dos paredes que tenía a mis lados le ocurriría lo mismo. (...)
No ocurrió ni una cosa ni otra. La duración del terremoto se me hizo interminable: calculé 1 minuto y algo más. Luego me han dicho que fueron 35 ó 40 segundos. En cualquier caso, más del doble que el famoso terremoto del año 86. Nos quedamos sin habla. La cocina era un montón revuelto de trastos, unos rotos y otros enteros. Los elementos de la oficina quedaron todos removidos y desparramados por el suelo, aunque los armarios grandes resistieron de pie y sólo se movieron de lugar. Mi despacho estaba completamente desordenado, el amario en el suelo, pero la mesa en pie, y algunos cuadros que pudieron bailar sobre las paredes, tampoco se cayeron. Subí a mi cuarto: no se podía entrar; los libros de los estantes se hallaban en el suelo formando un montón que impedía el paso. Mi mesa de trabajo se había movido mucho, pero el ordenador pequeño permanecía sobre ella...  Había lámparas por los suelos, enseres de baño, mil cosas caídas...
El suelo seguía moviéndose, aunque ya no como el fatídico momento, sino suavemente, como ocurre en este mismo momento, tres días después, mientras escribo estas líneas.
Era la hora de comer. Inmediatamente después, decidimos visitar a las comunidades marginales a las que atendemos. Curiosamente no había grandes desastres en ellas. Ningún muerto. Varias casas derrumbadas (lo de casas es un decir), bastantes más paredes caídas y otros desperfectos, todos ellos pequeños comparados con la magnitud de la catástrofe. En los días siguientes y hoy hemos intentado solucionar provisionalmente esos desperfectos y ayudar a otros grupos. Ahora mismo salen de nuestra casa varias personas a contar ropa al Cafetalón, un gran campo abierto de Santa Tecla, donde debe de haber muchísima necesidad de gente para clasificar los donativos.  La reconstrucción vendrá la semana próxima, cuando hayan concluído los temblores. (...) 
El Salvador está triste. La desgracia ha sido inconmensurable. El domingo avisaron que las 10 de la mañana del lunes sería la hora tope para enterrar a los cadáveres no identificados de los días anteriores. Hay miedo a epidemias. No han desenterrado todavía ni la mitad de los cuerpos sepultados y desaparecidos, y sin embargo, muchos de los desenterrados no han sido identificados. 
Pero, ¿es acaso extraño este hecho, cuando han quedado sepultadas familias enteras, los padres y todos los hijos, hasta cinco en algunos casos, y sus familiares están lejos , sin posibilidades de acceso a los lugares de mayores siniestros? Y otras veces los cadáveres que sacan son irreconocibles...  Un amigo me contaba ayer que a un conocido suyo lo identificó su cuñado por una cicatriz que tenía en la espalda.
La tragedia es inmensa. ¿Habrá juicio para los responsables de las construcciones hechas en lugares carentes de seguridad? Ciertos medios de comunicación, ya se sabe cuáles y por instigación de quién, se esfuerzan en mostrar que no hay responsabilidades penales, porque ha habido derrumbes tanto en zonas de casas como en zonas sin casas, por lo cual no se puede deducir, según ellos, que el desastre tenga causas humanas además de las telúricas, sino que toda "la culpa" es del terremoto. Después se les escapa, como he oído yo mismo en la TV, que las zonas más peligrosas son las que están en pendiente y en terrenos no estabilizados todavía, como es el de "Las Colinas" y toda la Cordillera de "El Bálsamo".
La impunidad es uno de los mayores males de una sociedad; y aquí, según me repiten los salvadoreños por activa y por pasiva, esta es la moneda más corriente del País. ¿Habrá juicio para los que tengan responsabilidades en muchas de las construcciones derruídas? La gente dice que no: siempre ha sido así, repiten. La propaganda exculpadora ya ha comenzado. Y sin embargo hay hechos que hablan por sí solos. Hace unos cinco años -no tengo datos precisos, pero lo he oído al Canal 12 de TV- la entonces alcaldesa de Santa Tecla, a la que pertenece El Bálsamo, mandó detener las construcciones al tratarse de zona peligrosa. Se unieron las fuerzas vivas interesadas y lograron que la alcaldía fuera multada con una cantidad importante y que las obras continuaran. 
Asímismo, las dos organizaciones ecologistas más importantes del País -CESTA y UNES- aseguraban en el mismo Canal de TV que ellos han denunciado cientos de veces, e insistieron en lo de "cientos de veces", que la tierra de "El Bálsamo " era peligrosa y debía prohibirse toda construcción. No fueron escuchados. Y había graves precedentes en el País para haber hecho caso a tales avisos y denuncias; por ejemplo, el terremoto del 86, que se cebó en la Capital, San Salvador. El edificio Rubén Darío, que es donde murió más gente, estaba denunciada como peligroso porque tenía ya grietas. No hicieron caso y pasó lo que pasó. Ahora se ha repetido la historia de otra manera.(...)
No sabemos casi nada ni del bien ni del mal. No sabemos casi nada de la vida, ni de qué es lo mejor o peor para nosotros. Vivimos envueltos en la ignorancia del misterio. Habrá que luchar sin descanso por el desarrollo económico, por el reparto equitativo de los bienes, y también por los valores humanos y evangélicos, sin los cuales el desarrollo se convierte en una peste de injusticia y muerte para las grandes mayorías. Habrá que hacer todo eso y más, con una sonrisa en un ojo y una lágrima en el otro. Pero habrá que tener confianza en que nuestro mundo y nuestras vidas, aún en medio de tanto dolor, valen la pena incluso para los pobres, porque la inmensa compasión de Jesús -y la nuestra, aprendida de él- terminan triunfando sobre todos los dolores y sobre todas las miserias de nuestra injusticia. Pero al mismo tiempo siento que hemos de hacer justicia en este mismo mundo, toda la que nos sea posible, poca o mucha, y transformar la sociedad, según las posibilidades de cada uno, empujando el carro de la esperanza de los pobres, y finalmente de todos los pecadores que somos nosotros mismos, con nuestro poco amor y nuestras tremendas omisiones. Es un pobre carro éste de la esperanza, un débil carromato. Pero ahí, en ese pobre carromato empujado por nuestras torpes manos, camina de nuevo Dios, pobremente, con el triunfo del mundo en su mirada. Porque la pobreza y debilidad de Dios es más fuerte que toda la fuerza del dinero y el poder, como dice Pablo. Esto creo y espero. Y por eso lucho. A todos, un abrazo grande, redondo y apretado.
Patxi LOIDI
misionero