A Diana
Era un sueño reiterativo. En él, ella era capaz de desplazarse, si no volando, si a grandes saltos imposibles. Desplazamientos de cientos de metros sin apoyar los pies en el suelo. Deslizándose en el aire de forma natural, a pocos centímetros o a varios metros del suelo. A voluntad. Luego, despertaba y durante unos minutos, permanecía la sensación de ingravidez. Pero enseguida tomaba conciencia de que todo había sido un sueño. De aparaiencia muy real, pero sueño al fin. Y de que sólo podía andar, saltar, correr, pero con desplazamientos de pocos centímetros por tranco, apenas un par de metros, tres si tomaba mucha carrerilla. En ese momento era cuando se daba cuenta de que seguía soñando y que no era sino dentro del sueño donde había despertado y que en realidad, al despertar era cuando soñaba y mientras creía soñar, estaba despierta.
Llegó un momento en que no sabía cuando era sueño, cuando vigilia. Se levantó en ese estado de aturdimiento, se duchó rápidamente, se recogió el pelo en una cola de caballo después de secarlo, se vistió, y tomó el bolso y el móvil. Era tarde y desechó desayunar. Ya lo haría en la oficina. Salió a la calle y mirando el reloj pensó: “Apenas tengo cinco minutos. Menos mal que con la escoba sorteo todos los atascos”.