El Sueño de Hipatia {Texto}

Publicado el 30 mayo 2022 por Frank Paya @payafrank

Roma, primavera del año 392El esclavo llegó sin resuello al portón que cerraba el muro exterior dela villa. Golpeó varias veces el aldabón hasta que recibió una desabridarespuesta desde el interior.-¡Ya va! ¡Ya va! ¡Qué modales! ¡Y a estas horas!Quien contestaba tenía una parte de razón. El sol acababa de despuntaren el horizonte y apenas había comenzado la actividad en las cocinas dela casa, una hermosa villa sobre el Aventino que el senador QuintoCecilio Graco había puesto, gentilmente, a disposición de sus amigosmientras estuviesen en Roma. El astrólogo alejandrino y su hija llevabanuna vida placentera, dedicada a conocer los entresijos de aquella ciudad.Panfilio, que había viajado desde Alejandría para hacer las veces demayordomo, mientras Cayo quedaba en Egipto a cargo de todo, descorriólos cerrojos y arrastró el portón lo justo para ver quién armaba tantoruido. Se encontró con un esclavo que lo miraba insolente. Apenaslevantaba cuatro palmos del suelo.-¡Por todos los dioses, Artemio! ¡Espero que tengas una buena razón paraarmar este escándalo! -le reprochó Panfilio.El esclavo se limitó a preguntarle:-¿Está tu amo?-¡Claro que está, pero duerme! ¿Acaso crees que iba a estar levantado aestas horas? ¡Solo los patanes como tú andan aporreando puertas tantemprano!-Le traigo un mensaje de mi amo. ¡Puedo asegurarte que se trata de algomuy gordo!Panfilio arrugó la frente.-¿No lo habrás leído?-¡Bah! -exclamó despectivo-. Parece que estés en la luna. ¡Mira, mira!-Le mostró el pergamino-. ¡Los lacres garantizan su secreto! Pero losdioses se mostraron bondadosos con el pobre Artemio: no le dieron largaspiernas, pero sí dos hermosas orejas.-¿Qué has oído, bribón?Panfilio había dejado atrás el tono gruñón y se mostraba máscondescendiente. Artemio le hizo un gesto, indicándole que se acercara.Tuvo que agacharse para que el esclavo le susurrase al oído. Lo miró condesconfianza y le preguntó:-¿No será una broma de mal gusto?Artemio simuló ofenderse.-Con esas cosas no se bromea.-¡Vamos, pasa! Avisaré a mi amo.Lo condujo a la cocina y ordenó que le diesen algo de comer.Una hora más tarde Teón e Hipatia iban camino del palacio de QuintoCecilio Graco en el Quirinal. El mensaje era muy escueto, pero anunciabaalgo lo suficientemente grave como para requerir su presencia.-¿Qué crees que puede haber ocurrido? -preguntó Hipatia, acomodada en lalitera.-El mensaje no hace alusión, pero Panfilio me ha adelantado algo.-¿Qué sabe él?-Lo que le ha contado el esclavo que traía el mensaje.-¿Por qué no me lo has dicho?-Porque no quiero alarmarte antes de tiempo.Teón, al comprobar su turbación, consideró necesario añadir:-Ya sabes lo que se exagera en ciertos ambientes. Las cocinas sonlugares propicios a bulos y chismorreos.El remedio fue peor: ahora Hipatia estaba amoscada.-Pero bueno… ¿qué ha ocurrido?-Nos lo dirá el senador.Teón se removió incómodo, aumentando la inquietud de su hija.-¿No vas a decirme lo que cuenta ese esclavo?-Dice que el emperador Valentiniano ha muerto.Hipatia guardó un prolongado silencio, necesitaba digerir la noticia. Alcabo de un rato comentó:-Estaba en la Galia, ¿no?-Sí.-¿Ha muerto luchando contra los bárbaros?-Al parecer no.-¿Al parecer no? Pero bueno… ¿Qué es lo que pasa?-Según cuenta ese esclavo, lo han encontrado ahorcado en sus aposentos.-¿Lo han asesinado?-No lo sé, pero no debemos sacar conclusiones precipitadas. Ni siquierasabemos si ese rumor es verdad.El resto del trayecto lo hicieron en silencio. Teón sabía que la muertede un emperador en extrañas circunstancias se había producido confrecuencia en Roma y también que daban lugar a momentos de tensión. Laplebe romana se agitaba con facilidad y aprovechaba el vacío de poderpara campar a sus anchas. Otras veces, las muertes violentas habíandesencadenado incluso conflictos de mayor envergadura.El propio Quinto Cecilio Graco, acompañado de su mayordomo, salió arecibirlos. Era una forma de señalar la alta consideración en que teníaa sus huéspedes.Por Roma circulaban copias de los comentarios de Hipatia a la Aritméticade Diofanto; muchos matemáticos romanos se sorprendieron al saber que suautora tenía veintiún años. Causó una gran impresión la conferencia queHipatia había impartido sobre las Tablas Astronómicas de Ptolomeo en labiblioteca anexa al templo del Divino Trajano, a cuyas puertas seelevaba la gigantesca columna que tenía labradas en su fuste, con granlujo de detalles, las campañas del emperador.Los acompañó hasta una luminosa sala, junto al jardín principal de lacasa, y los obsequió con un refrigerio a la vez que les presentaba susexcusas.-Un grupo de senadores se ha presentado de improviso, no tengo másremedio que atenderlos.Quinto Cecilio Graco era el jefe de una importante facción del Senadoque pretendía restaurar el poder que había tenido la institución en elpasado. Habían apoyado a Juliano, pero el asesinato del emperador, aquien los cristianos llamaban despectivamente el Apóstata, habíafrustrado sus planes. Eso no significó que los senadores renunciasen asu proyecto.-Ha sido algo imprevisto, solo serán unos minutos.-¿Es cierto que han encontrado ahorcado a Valentiniano? -le preguntóTeón, antes de que se retirase.-Es cierto; precisamente por eso te he mandado llamar. Aguardad miregreso, será un instante. Os lo prometo.Una vez solos, Hipatia preguntó a su padre:-¿Por qué nos habrá llamado?-No lo sé, pero ya sabemos que está relacionado con la muerte del emperador.El instante se prolongaba mucho más allá de la promesa hecha por eldueño de la casa. Hipatia había distraído la espera contemplando losfrescos que decoraban las paredes, ocho escenas mitológicas sobre unfondo sepia muy intenso. Se deleitó con el nacimiento de Venus; ladiosa, con una larga cabellera, emergía de las aguas, resplandeciente dehermosura. También le gustó la escena de Leda y el cisne, llena desensualidad. La espera se alargó tanto que Teón pidió una tablilla decera y un punzón, y se ensimismó en sus cálculos, mientras que Hipatiasalía al jardín. Estaba cuidado con esmero y el colorido lo inundabatodo. Atrajo su atención un árbol con llamativas flores rojas y seacercó a él; lo contemplaba admirada cuando hasta sus oídos llegaronunas palabras sueltas que atrajeron su atención. Se acercó sin hacerruido hasta un peristilo donde, sin ser vista, podía escuchar laconversación que tenía lugar unos pasos más allá.Eran siete los senadores reunidos. Todos ellos, salvo Quinto CecilioGraco, vestían las togas propias de su dignidad. Hipatia conocía a lamayoría, pues durante los cuatro meses que llevaban en Roma habíaacudido a sus fiestas y celebraciones gracias a la influencia de Graco,que les había abierto las puertas de la cerrada clase senatorial romana.-Eso es lo que quería que supieseis, ésa es la noticia, tal y como me hallegado -decía el dueño de la casa.-¿Crees que se confirmarán todos los detalles? -preguntó Claudio Metelo.Hipatia lo miró fijamente. Desde que lo conoció le había llamado laatención su porte majestuoso, su nariz aquilina y su penetrante mirada.-¿Estáis completamente seguros de que lo encontraron colgado de una vigadel techo? -preguntó otro de los senadores antes de que Graco contestasea la anterior pregunta.-Sí, a Valentiniano lo encontraron ahorcado en sus aposentos, y todo loreferente a la fuerte discusión con Arbogastes también está confirmado;además, no me extraña.-¿Qué quieres decir?-Algo que todos conocemos, mi querido Claudio: que entre el emperador ysu magister militum había serias diferencias.-¿Insinúas que ha podido asesinarlo ese franco?-Me limito a informaros de las noticias que he recibido. Valentiniano noha fallecido de muerte natural en su residencia de Vienne. Si se suicidóo lo han ahorcado es algo que ignoro. Tal vez en las próximas horastengamos más datos.Hipatia trataba de no perder detalle, a pesar de ser consciente de queno debía escuchar conversaciones ajenas. Sin embargo, en aquellascircunstancias podía más su curiosidad, algo innato en ella.-No debemos perdernos en elucubraciones sobre los detalles de la muerte.Lo importante ahora es actuar con diligencia ante la nueva situación-planteó otro de los reunidos a quien Hipatia no conocía.Aguzó el oído, sin atreverse a mirar, por miedo a ser descubierta, yescuchó otra vez la voz de Claudio Metelo:-Eso resultará complicado si no tenemos más información. Hay queasegurarse primero del papel que Arbogastes ha desempeñado en todo esto.-No creo que eso sea tan importante -replicó Graco-. En cualquier caso,el mando sobre las legiones de Occidente está en sus manos. Nadie podráhacer nada sin contar con su apoyo.-¡Yo pienso lo mismo!-¡También yo!-¡Y yo!Claudio Metelo se había quedado solo en su apreciación.-Creo que ha llegado el momento de Flavio Eugenio. -Las palabras deGraco sonaron rotundas y provocaron un prolongado silencio entre losreunidos.«¿Flavio Eugenio?» Ella había escuchado aquel nombre en alguna parte,aunque no podía situarlo.-Si todos estamos de acuerdo, no debemos perder un instante -propuso Graco.-Supongo que todos sois conscientes de lo que supone esta decisión-protestó Claudio Metelo-. Teodosio no aceptará a Flavio Eugenio como suigual en Occidente y Arbogastes tiene demasiados enemigos en la corte deConstantinopla. Antes o después, será la guerra con el Imperio de Oriente.-Esas malas relaciones de Arbogastes son una baza a nuestro favor. Si nofuese así, el bárbaro ya se habría proclamado emperador con el apoyo desus legiones.-No habrá más remedio que ponerse en contacto con él -señaló Graco.El asentimiento fue general, pero el amigo de su padre quería el apoyoexplícito de Claudio Metelo.-¿Estás de acuerdo, Claudio?-¡Qué remedio! -se resignó el representante de una de las más ilustresfamilias romanas desde tiempos de la República.-En tal caso, me encargaré de que hoy mismo salga un correo hacia Vienney hacia Lugdunum, el magister militum estará en uno de esos dos sitios.-Antes habrá que hablar con Eugenio.-Desde luego -confirmó Graco-, aunque solo sea por salvar las apariencias.Hipatia sentía latir su corazón con tanta fuerza que creyó que iba adelatar su presencia. Aquello era una conspiración en toda regla. Lossenadores estaban confabulándose para proclamar al próximo emperador delImperio de Occidente. ¡Estaba asistiendo a un acontecimiento! Perotambién estaba siendo testigo de algo que debería permanecer oculto enlas profundidades de la historia. Conocer aquellos entresijos podíaresultar peligroso.Rápidamente cruzó el jardín. Quinto Cecilio Graco tardaría muy poco enacudir a la estancia donde su padre aguardaba. Disimuló su agitación.Por fortuna para ella, su padre continuaba enfrascado en sus cálculos.Hipatia miró la posición del sol. Había transcurrido cerca de una horadesde que llegaron.Después de despedir a los senadores Graco explicó a sus huéspedessomeramente las noticias recibidas, que coincidían con lo que Panfiliohabía contado a su padre.-No sé cómo se desarrollarán los acontecimientos en los próximos días,pero deberás permanecer atento.-¿Crees que la muerte de Valentiniano puede desencadenar un conflicto?El senador se encogió de hombros.-Es posible, en cualquier caso creo que deberías considerar tu regreso aAlejandría. Roma suele ser una ciudad peligrosa cuando se produce unvacío de poder.-¿Temes disturbios?-Suelen ser habituales.Su esposa Paulina, una mujer de perfil clásico que reflejaba a laperfección la imagen de las antiguas matronas romanas, irrumpió en lasala. Después de dedicarles un efusivo saludo, le dijo a su marido:-Graco -siempre lo llamaba por el apellido-, acabo de tener noticia deque en el Transtiberi hay disturbios. Han asaltado los almacenes degrano y han quemado algunas barcazas a la orilla del Tíber.El senador dejó escapar un suspiro.-Ha sido mucho antes de lo esperado… Aunque, ¿cómo es posible que esosmiserables se hayan enterado ya de la muerte del emperador?-Querido, pareces forastero. En esta ciudad las noticias se extiendencomo las manchas de aceite.-Supongo que la guarnición de la ciudad intervendrá -comentó Hipatia.-Mi querida jovencita, eso dependerá del papel que sus jefes esténdispuestos a adoptar ante la nueva situación.La explicación de Graco le dio pie a formular una pregunta que leproducía escozor en la lengua.-¿Quién será el próximo emperador?La respuesta del senador fue digna de un político de su elevada posición:-¡Ya me gustaría saberlo!-¿No apuestas por alguien?-Será complicado. Arbogastes controla a las principales legiones delImperio de Occidente y Teodosio está al acecho.-¿Y eso qué significa?-Que la sucesión imperial será complicada. Ahora creo que tu padre y túdeberíais marcharos y pensar en lo que os he dicho. En cualquier caso,mi casa sigue a vuestra disposición.-¿Van a marcharse? -preguntó Paulina escandalizada-. ¡Las calles estánalborotadas!La esposa del senador había congeniado desde el primer momento conHipatia; disfrutaba con la compañía de la joven, cuyos conocimientos ysabiduría admiraba.-La situación empeorará cada hora que pase -se justificó Graco-. Si noes vuestro deseo, no tenéis que marcharos.-Creo que será mejor que regresemos.El senador no tuvo nada que objetar. Estaba claro que Graco no deseabatener testigos. Teón e Hipatia suponían en aquellas circunstancias unestorbo para sus planes. Batió palmas y en unos segundos su mayordomoapareció en la sala.-¡Proporciona una escolta a mis huéspedes! ¡Ocho hombres!-Sí, mi amo.-¡Bien armados!-Por supuesto, mi amo.El ataque los sorprendió en un recodo cuando iniciaban la subida de unacuesta empinada; los porteadores se esforzaban en mantener el paso. Laescolta se encontró con algunas dificultades para rechazar el envite;dos de sus integrantes resultaron malparados, pero rápidamente cerraronun círculo protector en torno a la litera y se aprestaron a rechazar unsegundo intento.Los facinerosos eran muchos más y trataban de aprovechar su número paraconseguir un botín que consideraban fácil. La rica litera de un patriciosiempre era una tentación. La segunda acometida fue más feroz, pero laescolta estaba prevenida y logró rechazarla, aunque otro de sus miembrosquedó fuera de combate. Teón se bajó de la litera y pidió una espada.Fue entonces cuando se dio cuenta de que estaban acorralados; podríanrechazar algún ataque más, pero aquellos desalmados acabarían porconseguir su objetivo. Miró a su alrededor y vio a pocos pasos unapuerta entornada. Era la posibilidad de escapar de la trampa en que sehabían metido.-Creo que lo mejor será buscar refugio -indicó al responsable de laescolta, señalando el portón. El hombre se quedó inmóvil-. ¿Algúnproblema? -le preguntó el astrólogo.-No me había atrevido a proponéroslo. Vuestra hija es una dama.-¡Y esto, una emergencia!Al veterano, el único soldado profesional de la escolta, no le parecíael lugar más adecuado, pero el amigo de su amo tenía razón: la necesidadapremiaba. Los atacantes les superaban en una proporción al menos decinco a uno y ya se preparaban para el ataque definitivo.-¡Rápido, nos refugiaremos en el prostíbulo! -ordenó a sus hombres.No necesitó repetirlo. Hipatia, ayudada por uno de los porteadores,corrió rápida hacia el lupanar, mientras su padre y los miembros de laescolta se replegaban abandonando la litera al saqueo de la turba. Losatacantes se abalanzaron sobre el vehículo, lo que les proporcionó eltiempo necesario para alcanzar su objetivo. Entraron rápidamente yatrancaron el recio portón del lupanar, reforzado con tachonería de hierro.Estaban encerrados, pero los malhechores no disponían de medios paraasaltar la casa. Sería cuestión de esperar; acabarían por desistir y semarcharían en busca de una presa más fácil después de saquear la litera.A Hipatia le llamó la atención el silencio imperante, solo roto por sullegada y por los golpes que daban en la puerta los frustradosdelincuentes. El lugar estaba sumido en una suave penumbra. Lo habíaimaginado de forma muy diferente, como un sitio bullicioso y festivo.-¿Quién va? -preguntó una voz aguardentosa que llegaba desde la plantade arriba.-Somos gente de paz, no buscamos pendencia -respondió Teón.-¡Tampoco venimos a echarte un polvo, viejo putón! -exclamó, sin lamenor consideración, uno de los porteadores.La mirada de Hipatia fue tan fulminante que ninguno se atrevió a reír lagracia.-Supongo que prefieres pagarle a una cuadrantaria desdentada para que tehaga una felación en un oscuro rincón de una calleja inmunda.Instantes después apareció una mujer, entrada en años, vestida con unallamativa e indecente túnica de color púrpura, cuyas transparencias casidejaban al descubierto unos senos voluminosos y caídos. La prostitutabajó la escalera con paso inseguro. Estaba bebida.-Te pido disculpas -se excusó Hipatia.-¡Hoy no encontraréis lo que andáis buscando! ¡Se han marchado todas alTranstiberi! ¡Las muy insensatas piensan que van a sacar más en lacalle! ¡Pueden encontrarse con lo que no esperan!-¿Estás sola?La mujer no respondió a la pregunta de Teón. Solo tenía ojos paraHipatia, quien miraba un obsceno dibujo sobre el marco de una puerta.-Tú no pareces del oficio -ironizó la mujer-. Por las trazas, diría queeres una dama.Hipatia se acercó hasta ella. Los golpes en la puerta habían perdidointensidad.-¿Te importaría enseñarme este lugar?El deseo de Hipatia por conocerlo todo no tenía límites.Por un instante, la mujer se quedó mirándola. No podía entender cómo unadama de la calidad que señalaban sus formas e indicaban sus vestiduras,tuviese interés por conocer un lupanar.-¿Te burlas de mí?-En absoluto. Ya que el destino lo ha dispuesto así, me gustaríarecorrer este lugar de tu mano.La prostituta se sintió casi halagada.-Si ése es tu deseo, sea pues.Las dos mujeres recorrieron el lugar, mientras Teón miraba divertido lasorpresa que la actitud de Hipatia producía en los romanos.-¿Cuál es tu nombre?-Mi nombre es Lamia, ¿y el tuyo?-Hipatia. Soy de Alejandría, en Egipto.-Quiero darte las gracias.-¿Por qué?-Por la lección que has dado a ese rufián, solo con mirarlo.-Se lo tenía merecido.Lamia le explicó cómo funcionaba el prostíbulo. Le mostró lasdependencias donde se satisfacían las demandas de los clientes y leaclaró que algunos sentían placer cuando los insultaban o los sometían avejaciones.-A algunos incluso les gusta recibir algunos azotes y otros, por elcontrario, disfrutan maltratando.-¿Se les permite?-Si pagan bien, algunas están dispuestas a soportarlo.Hipatia estaba intrigada con los pergaminos enmarcados que había junto alas puertas de los cubículos.-Esos dibujos, ¿por qué están ahí?-Para indicar al cliente la especialidad.-¿Hacen esas cosas? -preguntó ruborizada.-¡Y más! -exclamó Lamia.-¡Parece imposible!-No lo creas. El sexo no tiene límites, llega hasta donde la fantasía escapaz de viajar.-¿Ese falo no es exagerado? Parece descomunal.Hipatia señalaba un fresco que decoraba un testero, donde podía verse aun individuo con un pene tan gigantesco que necesitaba de las dos manospara sostenerlo.-Es Príapo. Los dioses lo dotaron tan generosamente que tenía muchasdificultades para montar a una mujer.Lamia, contenta con el papel que estaba desempeñando, respondía a todassus preguntas. Le contó algunas historias picantes y le explicó con todolujo de detalles lo referente a las tarifas, que eran muy variadas,según la belleza y la especialidad de la prostituta. También hizoreferencia a las leyes que regulaban las actividades de los lupanares yse quejó de que pagaban demasiados impuestos al fisco. También seexplayó con el catálogo de abusos que las autoridades cometían con ellas.Emplearon cerca de una hora. Cuando regresaron a donde los hombresaguardaban, hacía rato que los atacantes habían renunciado a su presa.Abrieron la puerta con cuidado, prevenidos para hacer frente a algunaañagaza, pero la calle estaba vacía y la litera había desaparecido.Hipatia se despidió de Lamia, agradeciéndole el tiempo que le habíadedicado. La prostituta rechazó los dos denarios que intentó regalarle.Hicieron a pie el resto del recorrido hasta la villa del Aventino, sinque hubiera mayores incidentes. Hipatia, después del susto, se marchabasatisfecha. Lamia le había enseñado algunos de los entresijos del mundode los burdeles. Ella apenas sabía algo. Había visto a pobres mujeresque se dedicaban a realizar felaciones por un miserable cuadrante y poreso recibían el nombre de cuadrantarias. Se lo había explicado Panfiliouna tarde mientras la acompañaba por el barrio de la Suburra y asistió auna extraña escena en la que creyó ver cómo un individuo con trazaspatibularias acorralaba a una mujer en un oscuro rincón. El encargado dela villa la apartó del lugar cuando Hipatia se disponía a ayudar a ladesgraciada y le explicó lo que allí estaba ocurriendo.Se sintió abochornada. Sabía algo del mundo de las prostitutas, peroignoraba que se llegase a tales extremos. El ambiente donde ella sedesenvolvía estaba muy lejos de tales miserias.Tres semanas después de aquellos sucesos, Hipatia y su padre veíanperderse la línea de la costa que abrigaba el puerto de Ostia. Acababande zarpar en un trirreme con destino a Alejandría. Si los dioses leseran propicios y los vientos se mostraban favorables, pasarían pordebajo del Faro y entrarían en el puerto de Oriente una semana más tarde.La levantisca plebe romana había protagonizado un sinfín de altercados,hasta que llegó la noticia de que Arbogastes se aproximaba a la ciudad.Era cierto. Poco después de que el rumor circulase, el magister militumentraba por la Prima Porta. Al día siguiente, el senador Flavio Eugenioera elegido emperador en una votación del Senado y, lo que era mucho másimportante, fue aclamado por las tropas. Aquella misma tarde se enviaronemisarios a Constantinopla para ponerlo en conocimiento de Teodosio.La primera decisión del nuevo emperador de Occidente fue acudir alPanteón y ofrecer un sacrificio a los dioses, y aquel mismo día llegaronnoticias a Roma de que Ambrosio, el obispo de Mediolanum, había lanzadoveladas acusaciones contra Arbogastes en los funerales celebrados por elalma del emperador fallecido.Acodada en la borda del barco, Hipatia dejó que los recuerdos deaquellos meses flotasen en su mente. Rememoró sus meditaciones en elPanteón, donde pasó muchas horas admirando su enorme cúpula y el óculocentral que permitía al sol explorar con sus rayos el pavimento. Recordósus paseos en barca por el Tíber y sus conversaciones en la islaTiberina con los médicos que allí tenían sus establecimientos. Estabanmás atrasados que sus colegas de Alejandría; Hermógenes habría causadosensación entre ellos. Jamás olvidaría sus caminatas por los forosimperiales, el de Trajano, el de Augusto, el de Nerva, el de Vespasianopara llegar hasta el arco de Tito, donde contemplaba embelesada susrelieves, y luego alzar la vista y encontrarse con la majestuosa fachadadel Coliseo, toda revestida de mármol.Algo en su interior le decía que jamás volvería a pisar aquella tierra yque tampoco volverían los pasados esplendores de que hablaban aquellasconstrucciones. Tuvo el vago presentimiento de que el destino de aquellaciudad quedaría sellado en muy pocos años.Las palabras de su padre sonaron en sus oídos como una confirmación delos malos augurios.-Teodosio no aceptará a Eugenio como emperador.-¿Por qué lo dices?-Porque está sometido al poder de los cristianos y sus obispos noaceptarán un emperador que actúa como Juliano.
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Patricia Mabel.