Grandes maestros han vivido por y para divulgar en su tiempo esta luz de la verdad más pura y humana; el principio fundamental de la vida y los misterios, pero la realidad histórica de nuestras turbulencias sociales les han oscurecido y agraviado.
Vivimos tiempos extraños, por un lado compartimos una época de transición donde conciliar lo nuevo con lo viejo es moderno, por otro compartimos un espacio desconcertante con ideas y tendencias que no sólo se oponen sino que se atacan, esto justifica la necesidad de un entendimiento integral para, una vez más, descifrar las necesidades imperiosas de armonizar cuerpo, mente y emociones para que lo natural responda en consecuencia a nuestra demanda de expansión.
Todas las culturas en su ideario lo establecen, pero la ciencia ortodoxa lo rechaza, Porque el hombre ha dirigido su voluntad y su mirada a satisfacer su egoísmo. Ha rehusado a sus propósitos naturales para recrearse en el vil metal.
El precio que pagamos es incalculable, rechazamos de dónde venimos sin saber hacia dónde vamos.
En realidad nada tenemos, nada nos pertenece sino nuestra propia vida, y tal vez, ni eso. Creemos equivocadamente que somos libres sin saber siquiera que la libertad no se conquista, porque se nace con ella, aunque pronto nos la arrebatan.
Con un simple cambio de óptica se aplacarían todos los males de nuestra era, ya sé que con ingenuas palabras escritas retóricamente no se logra nada, pero tampoco callando.
Tal vez seamos seres perfectos venidos a menos, es obvio que para alcanzar tales objetivos harían falta cambios trascendentales en el propio género humano. Las ideas sobre cómo mejorar la humanidad no son nuevas. Hace más de dos milenios, el filósofo griego Platón escribió: “Lo mejor de un sexo debería unirse con lo mejor del otro tan a menudo como fuera posible, y lo inferior con lo superior lo más rápidamente posible”. Pero no fue hasta fechas muy recientes que se realizaron las primeras tentativas serias de perfeccionar la raza humana. Surgía así una nueva disciplina: la eugenesia.