Hace años que no duermo bien.
Todo se remonta a la guerra de Afganistán. Estaba apuntado al ejército como el que está en una empresa de las de trabajo en cadena con la única motivación de ganar algo de dinero.
Nunca tuve vocación, siempre estuve más cerca del pacifista que del violento.
De pequeño evitaba las peleas y salía huyendo. Mi superioridad física no era usada como medio de imposición de mi doctrina. Prefería parecer cobarde que poder quedar lisiado de por vida derivado de un golpe mal recepcionado.
Con los años aprendí que lo que decía Churchill de que "había que estar preparados para la guerra para prevenir la paz" era cierto. Me cansé de correr y en alguna ocasión me tocó demostrar a algún bocazas que mis clases de boxeo había pasado de ser una liberación de frustraciones con excusa deportiva a ser mi carta de presentación ante necios.
No corrían buenos años y tenía que mantener a los dos hijos (no deseados) que tuve con la camarera de ese bar de jazz donde me dejaba caer cuando estaba fuera de la biblioteca. Con el tiempo pasó de ser un complemento a un sustituto.
Ella era exuberante y sabía convencer con movimientos de caderas a los jóvenes que no teníamos más rumbo que el que nos llevaba a la posición horizontal con ella en su catre.
Tuve que matarme la cabeza para dar sustento y caprichos a mis hijos ( dos gemelos preciosos) y es por eso que me alisté al ejercito confiado de que era un dinero fácil por desfilar los 12 de Octubre y por usar un uniforme verde feo y ajustado.
Por aquel entonces nuestro país se metió en "labores humanitarias" en zonas de conflicto. Era un eufemismo para decir que estábamos en guerra.
Se me ofreció una cantidad indecente de dinero por ayudar al pueblo sometido en labores de reconstrucción y protección, era una oferta irrechazable ya que en 6 meses se ganaba lo de casi 6 años trabajando de tornero fresador.
Me despedí con lágrimas de mis hijos y con indiferencia de su madre. Seguidamente me embarqué en un avión obsoleto que nos llevó a la zona de conflicto.
Pronto aprendí que las armas que nos daban allí no eran de adorno.
Nos daban "estimulantes" para que perdiéramos el miedo a morir y el desprecio a vivir. Yo me enjuagaba la boca y lo tiraba, con las pastillas hacía el truco de ocultarlas debajo de la lengua.
Entramos en combate varias veces, unas cuantas mis disparos hicieron blanco. Derramé sangre y conciencia.
Nos trajeron con honores de hojalata y con la cartera menos llena de lo prometido.
De propina una sensación asquerosa de que ya no era el que antes era.
Ahora estoy viendo la televisión, huyendo de la realidad nunca pongo las noticias,me parecen todos los perros iguales sosteniendo el mismo collar de mierda y estoy a la espera de que me llegue mi prótesis nueva de pierna la cual les dejé allí como muestra de que las balas y las bombas no eran de videojuego.