El surrealismo y Hollywood (1937), de S. Dalí

Publicado el 21 julio 2012 por Gcpg
Hemos encontrado un texto que nos ha gustado mucho y queremos compartirlo en el blog. Se trata de una visión del surrealismo (dedicando gran parte del espacio a Harpo Marx) en Hollywood de la mano del excéntrico por antonomasia Salvador Dalí. Lo hemos sacado de "Dalí y el cine", donde se recogen textos de varios autores sobre el genio de Figueres, así como textos del propio artista. En dicho libro figura como extraído de «Surrealism in Hollywood», Harper's Bazaar, vol. 71, nº 6, junio de 1937, pp. 68, 132, trad. George Davis. El manuscrito original dedicado al coleccionista y mecenas británico Peter Watson, escrito en francés, se encuentra en la Fundació Gala-Salvador Dalí de Figueres.
El surrealismo y Hollywood
No hay nada que me parezca más digno de que lo devore el fuego surrealista que esas porciones misteriosas de «celuloide alucinatorio» que se producen con tanta inconsciencia en Hollywood, y en las que ya hemos visto aparecer, estupefactos, tantas imágenes de auténtico delirio, azar y sueño.
Lo cierto es que uno siempre cree más o menos haber «soñado» cuando recuerda a Claudette Colbert solazándose en una bañera llena de leche de burra al principio de El signo de la Cruz, de DeMille; uno cree haber «soñado» cuando recuerda el frenesí biológico, histérico y caníbal de El conflicto de los Marx, que creó una forma nueva, perfectamente original y fascinante de marxismo en la historia del cine; uno piensa haber «soñado» esos «arco iris cataclísmicos» deslumbrantes que son las Sinfonías bobas de Disney; uno siempre cree haber «soñado» ese fantasma real e irreal entre todas ellas, el más evanescente y el más sensual, el más «camelia» y el más preñado de argénteo arriére-pensées, el fantasma mitológico y surrealista Garbo. 
Acabo de regresar de Hollywood, donde he escuchado la palabra «surrealismo» en labios de todo el mundo. Incluso han anunciado oficialmente la inclusión de pasajes surrealistas en próximas películas. Esto demuestra que de repente Hollywood ha descubierto todo lo que siempre ha deseado, sin saberlo, de forma subconsciente. 
Y es que el cine solo puede desarrollarse en la dirección de la «imaginación sin cables» y en la «fantasía paralizadora», la presa y alimento de la inmensa «hambre de ilusión» del público y de las masas en general. Reducido a la idiotez por el progreso material de una civilización mecánica, el público y las masas exigen urgentemente las imágenes ilógicas y tumultuosas de sus propios deseos y sueños. Por este motivo hoy esas multitudes se apiñan ansiosas en torno a la tabla de salvación que es el surrealismo, clavando las uñas en la carne viva de esas porciones de sueño que les ofrecen, de tal manera que podamos «salvar nuestra fantasía» y proclamar «los derechos de la locura humana». Así es como intentamos evitar que se hundan para siempre en ese mar plomizo y espeso que es la vulgaridad cotidiana, y en la estupidez del llamado mundo «realista». 
Es posible que en Hollywood veamos imitaciones del surrealismo frente al auténtico, pero es cierto que en Hollywood existen genuinos surrealistas. Natural- mente, el personaje más fascinante y surrealista en Hollywood es Harpo Marx. 
La primera vez que me reuní con Harpo fue en su jardín. Estaba desnudo, con una corona de rosas, y en el centro de un auténtico bosque de arpas (al menos quinientas). Acariciaba, como una nueva Leda, a un cisne blanco como la nieve, y le daba de comer ralladuras de una estatua de la Venus de Milo hecha de queso, que él rallaba usando las cuerdas del arpa más cercana. Una brisa casi primaveral arrancaba un curioso murmullo al bosque de arpas. En las pupilas de Harpo reluce la misma luz espectral que se observa en las de Picasso. 
A Harpo le encanta comer aguacates, que le sirven acompañados de una salsa que es del mismo color que su peluca roja (las películas de los Marx pierden mucho al no ser en color). Adora los relojes «blandos». Adora esos diminutos y peludos «trombones» que revolotean como abejorros sobre las flores. Adora a su bella esposa. Adora las imprecisas manchas de humedad que se forman en los muros de las casas aún por acabar. Y adora los paisajes de Watteau, a los que corresponde cronológica y poéticamente. 

Dado que Harpo es el menos moderno de los personajes contemporáneos, siempre va envuelto en esa luz relajada, el dueto de todas esas imponderables polillas del pasado; y esto hasta el punto de que milagrosamente consigue transformar cualquier lugar donde se encuentre en una sorprendente atmósfera de leyenda. Harpo hace su aparición, maravillosamente fuera de su elemento, en los apartamentos más modernos y relucientes, con cañerías de níquel por doquier, y lleva prendido a su espalda toda la paja, el heno erótico, todo ese olor compuesto de corderos, mariposas y heliotropo que constituye el secreto del perturbador perfume de Watteau y de su siglo. Llega Harpo y a su peluca rizada y alucinatoria van pegados el rapé, el canto de los ruiseñores y los excrementos de las golondrinas de los parques umbríos del Embarque a Cithera, ese cuadro que resuena entre todos los demás porque está pintado como una auténtica ópera, con la música de todas las arpas invisibles de la luz y del canto llano del paisaje; todo lo cual culmina en los profundos tonos pectorales que exhala el sol poniente sobre las trenzas despeinadas de los grandes árboles; y estos, a su vez, viven en mil pasajes de Harpo, que sirven de nido a los duetos lánguidos, estridentes y apasionados de las mil parejas de mirlos, canarios, corderos y filetes diminutos (porque para Harpo no existe diferencia esencial entre una mariposa y una chuleta diminuta, todo lo que sangra con genuina truculencia poética es su presa; Harpo devora todo con la ayuda de esa saliva corrosiva par excellence que es «fosforescencia imaginativa»). Porque, debemos decirlo de una vez por todas: «HARPO ES UN ESPECTRO». 

Si Harpo es un espectro, Garbo, su antagonista, es un fantasma. Un fantasma es un cuerpo que parece irreal, pero que sin embargo se puede iluminar como cualquier cuerpo físico ordinario. Un espectro no absorbe la luz, ni tampoco la refleja; brilla, es fosforescente. Existe tanta diferencia entre un espectro y un fantasma como la que existe entre un pollito amarillo que acaba de romper el cascarón y una patata hervida grasicnta que acaba de salir de la marmite. El sol es un espectro par excellence, tal como indicaría el nombre de su espectro; la luna es un fantasma entre los cuerpos celestiales porque no hace más que dejarse iluminar, emitiendo la imagen de su propio reflejo, su propio fantasma. 
Y es por eso que, igual que Harpo puede considerarse el sol de Hollywood, Garbo se puede considerar su luna, de donde nace el relumbre lunar de Garbo, ese reflejo que procede de lejos (¿la infancia?), ese reflejo que se difumina, vacila, se apaga cuando se acerca la intimidad, los labios, las tempestades sentimentales, con la misma sensibilidad frágil, imponderable y sutil de un auténtico reflejo en un espejo sobre el cual uno echa el aliento. Las emociones más tenues, la más mínima gota de melancolía empañan el reluciente cuerpo celeste de Garbo con la misma neblina escarlata que invade un vaso de agua transparente cuando vertemos en ella una sola gota de anisette
Si alguien apagase la luz, Harpo, el espectro, seguiría brillando; en la noche más oscura uno podría seguir leyendo el diario solo bajo el brillo fosforescente de su peluca. Pero Garbo se extinguiría con la luz, como una gardenia cuando llega el crepúsculo; ella es mate, argéntea, y vestida con las prendas de duelo cósmico de todas las noches de la luna y del amor.
 
Una de las cosas más infrecuentes del mundo es hallar espectros entre las mujeres: por lo general, son fantasmas lunares. Gala, mi esposa, es una gran excepción a todas las reglas, porque me encuentro casado con un auténtico arco iris. La mezcla de soles y lunas puede tener consecuencias terribles desde cualquier punto de vista. Invito a mis lectores a intentar distinguir entre los espectros y los fantasmas que se cuentan entre sus amigos y entre las estrellas de Hollywood. 
ANÁLISIS ESPECTRAL Y SURREALISTA DE LOS CIELOS DE HOLLYWOOD
ESPECTROS
Cecil DeMille es surrealista en su sadismo y fantasía.
Harpo Marx es surrealista en todo.
El bigote de Adolphe Menjou es surrealista.
Clark Gable no es surrealista.
Etcétera.
FANTASMAS
Gary Cooper es surrealista en ese filme de sueño y delirio, Peter Ibbetson, y también con su tuba en Mr. Deeds.
El éxtasis de Garbo es surrealista.
William Powell es surrealista en las ruinas de su mirada.
Robert Taylor no es surrealista.
Groucho Marx es surrealista en su cinismo y en su marxismo.
Etcétera.