Me encontré con Juan en el mismo bar del Casco Viejo en donde pasamos la tarde del día de La Inmaculada del año pasado. Había regresado recientemente de la India, luego de vivir unos meses en Benarés, una ciudad considerada sagrada a orillas del río Ganges. La última vez que nos vimos, Juan me contó de su mal momento: se había separado de su mujer, lo habían echado de su trabajo y en el hospital le acababan de diagnosticar una lesión crónica en la espalda que le causaba mucho dolor al caminar. Cuando me llamó el otro día para juntarnos, el tono de su voz sonaba muy distinto a la de hace un año: “Tengo que contarte de mi viaje… ha sido la mejor decisión de mi vida”.
Lo vi renovado, más delgado, menos encorvado y con una agradable sonrisa en lugar de su pasado gesto adusto. Pero el mayor cambio estaba en su hablar: sus frases esparcían paz, alegría y ganas de vivir, en el extremo opuesto del pesimismo y la tristeza de la última vez.
“Esas navidades toqué fondo. Pasé la noche sólo, bebiendo cerveza hasta las tantas y llorando a cántaros hasta quedarme dormido. Al día siguiente un compañero de mi antiguo trabajo me llamó para saludarme por las fiestas. Me escuchó tan mal que vino a mi piso, me habló fuerte y me hizo reaccionar. Me recordó las veces que le había dicho que quería irme lejos para desconectar, cambiar de aires y volver con nuevos ánimos. Me dijo que ese era el momento adecuado para hacer el famoso viaje a la India del que siempre hablaba. Esa misma tarde empezamos a buscar información por Internet y en los días siguientes ya tenía más o menos hecho el plan.”
“En la India existen muchos charlatanes, gente que se hace pasar como mística y engatusa a celebridades y poderosos para que les done dinero y lujos como parte del camino a la espiritualidad –recuerdo que una vez hablaste del encuentro del Maharishi y los Beatles en tu programa de radio-. Yo tuve mucho cuidado y luego de revisar varios consejos de viajeros en la red llegué hasta el áshram del swami Pramada. Su look no dista de la típica imagen de los yoguis –hombres canosos de pelo largo, barba desaliñada, vestido sólo con una rústica saya- pero es un verdadero maestro de la meditación que vive con lo justo y que más bien dedica su vida, y la de sus discípulos, al servicio de la gente más necesitada de su pueblo.”
“Porque eso de que la India es uno de los grandes mercados emergentes no es más que puro marketing. En la India he visto la miseria: moribundos tirados en las calles, niños semidesnudos abandonados a su suerte y ancianos errantes a la espera de la muerte que los lleve a una nueva reencarnación. Un panorama muy distinto al Bollywood y a los centros tecnológicos. La gente no tiene para comer, no hay medicinas y el gobierno no se da abasto para alivianar la vida de más de 400 millones de indios en extrema pobreza.”
“En ese contexto, lo que hace el swami Pramada es encomiable. Él no te pide dinero, te pide comida, herramientas, ropa, tu propio esfuerzo. Cualquier cosa que les permita a los vecinos de Benarés mejorar su calidad de vida. Por ejemplo, yo mismo estuve ayudando en la construcción de un centro de salud. Éramos varios los que habíamos llegado al áshram desde todas partes del mundo. Dormíamos en el piso, sobre alguna estera, y nos despertábamos con los primeros rayos del sol. Recitábamos un mantra y luego de hacer algunos ejercicios de yoga nos dedicábamos a nuestras labores para la comunidad. Y todo en un completo silencio. Los prosélitos del swami nos indicaban con señas lo que debíamos hacer. Sin prisas y sin ninguna presión.”
“Las horas pasaban, había mucho trabajo pero sin embargo no sentíamos mayor cansancio. Era extraño. El sólo hecho de saber que estábamos haciendo algo para beneficio de la gente nos daba energía para seguir adelante. Hacíamos un descanso para comer al mediodía y al final de la tarde nos volvíamos a reunir todos en el áshram para hacer meditación antes de dormir. Nunca he dormido con tanta paz en mi vida. Nada de insomnios, ni pesadillas, ni despertares a medianoche. Es más, creo haber tenido los mejores sueños de mi existencia. Algunos ni los recuerdo, pero sí me acuerdo que amanecía con una gran sonrisa de tonto que me duraba todo el día.”
Juan me narraba su historia, y yo me imaginaba el escenario de sus palabras. “Es mucho peor de lo que te imaginas, pero aún así tiene tanta energía, tanta magia, que no dejarás de sentirla a tu regreso”. Me ha dicho que piensa volver a Benarés a mitad de año. Quizás para entonces me anime y puede que en el próximo día de la Inmaculada, sea yo quien le cuente a otro colega de mi trascendental y revitalizador viaje a la India.
Fotografía de Paula Arbide publicada en su sección Photowriting.
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