Según la OMS, se trata de cigarrillos que se calientan a temperaturas inferiores a 400 grados centígrados (manda huevos, que diría F. Trillo) y que, a diferencia de los normales, no están sometidos a combustión. Este es el quid de la cuestión. No hay que confundirlos con los vapeadores, tan de moda. Imitan el funcionamiento de un cigarro mediante un software que controla la fuente de calor. Sus aerosoles continen nicotina y aromas para producir placer. Su reclamo consiste, sin ningún tipo de evidencia científica, en que son menos dañinos para la salud porque no hay combustión.
El tabaco calentado tiene la misma fiscalidad y restricciones que el convencional. Se trata de un producto en claro ascenso. En el Estado español, las ventas mensuales se multiplicaron por 9 entre enero de 2017 y julio de 2018 (de 419.942 a 4,1 millones de euros, respectivamente). Vamos, que el que no corre, vuela; porque la pela es la pela.
En el Estado se comercializa como IQOS - "I Quit Ordinary Smoking"- fabricado por Philip Morris y con un nombre que tiene sus bemoles. Están constituidos por polvo de tabaco reconstituido, impregnado de propilenglicol y glicerina. Todo ello insertado entre dos filtros y recubierto por una lámina fina de aluminio. Pero, como no hay dos sin tres, los astros se alinearon para que el Ploom TECH de Japan Tobacco International, Glo de British American Tobacco se hayan puesto a ello en otros mercados.
Hace falta tener ingenio, mucho gasto en investigación y ocurrencia en el marketing para desarrollar un aparato como este. Bueno, también hay que ser muy depeniente del tabaco para adquirirlo, porque son el uno para el otro. Fin.