El talento hecho persona: Jorge García Sosa

Publicado el 03 diciembre 2013 por Jediloy @jediloy
TU IMPLACABLE LÁPIZ ROJO
Es una paradoja verdadera: ”Hoy hay mas comunicaciones que periodismo”. En cambio, contigo aprendí a ser más rectificador de mis escritos; y hoy, siempre que tomo la pluma, me acuerdo de tus sabios consejos adosados de la chispa que nos inculcabas cuando éramos unos aprendices de periodista. 
Por eso te lo dije la última vez que nos encontramos en Santa Clara, hace unos escasos tres años, y no me canso de decirlo: "He añorado siempre que volviéramos a ser la redacción de Vanguardia que una vez fuimos".
El testimonio más elocuente que guardo de Jorge García Sosa (Santa Clara, 1951—2013) es el de los años 80, los del gran fogueo del periodismo provinciano, cuando rastreábamos la noticia palmo a palmo, sin importarnos límites ni tiempo.
Como jefe de información entonces, con tu implacable lápiz rojo, limpiabas de hojarascas y textos floripondios las crónicas certeras que volcábamos en las gacetillas de cada día. Así nos impregnabas el aire nuevo. Por eso estuviste en la cúspide, y aunque por poco tiempo, lideraste aquel tándem de hacedores de la noticia cuando el periódico era un verdadero zafarrancho en el desvelo por la exclusiva de cada día. 
Después, como diseñador, nutriste de ideas nuevas el lenguaje de los formatos de las páginas que llenábamos con el día a día villaclareño.
Jorge era alérgico a los actos y al reunionismo.Durante sus mas de 30 años de ejercicio, la perspicacia por la novedad le había gobernado siempre en la esencial divisa de que el periodismo es para los demás, y no para uno mismo. Por eso nos concienciaba que detrás de un acto y una reunión había una noticia mejor.
TRES DÉCADAS FECUNDAS
En el momento de su muerte ocurrida el domingo 1 de diciembre, Jorge ocupaba el sillón de jefe de redacción en Vanguardia, y dejaba tras de si tres décadas de ejercicio fecundo en la redacción del periódico que lo amamantó toda la vida desde que terminó sus estudios en la Universidad de La Habana.
En los años 80, todavía en la época en que Vanguardia se imprimía en la rotativa que tenía en la misma casa actual de Céspedes y Plácido, por un golpe del destino, o mejor, por haber acertado en el buen ejercicio del periodismo de opinión, pase a integrar la plantilla de reporteros del diario después de tres años destinado en el Gobierno provincial de Villa Clara.
Aquel salto me permitió conocer mejor las dimensiones de un Jorge García, a quien ya admiraba como un as de la redacción. La burocracia administrativa que había dejado atrás, no perdonaba que primero fuéramos periodistas y después portavoces. 
En esa manera de decir las cosas como son, tuvo mucho que ver la suspicacia de Jorge García, que cada día nos volcaba en una batalla permanente por poner sobre el tapete los problemas más acuciantes de la vida. Fue así como llegué a intimar con él, en sus tiempos memorables como jefe de información de Vanguardia. En realidad, fue él y no otro, quien me propuso que me fuera a trabajar en el periódico y le sacara partido a mi entonces naciente vocación.
Y hasta lo dudó en algún momento: “Mejor te quedas en el Poder Popular, porque entonces quien nos va a sorprender a la hora del cierre cada día, diciendo: ‘¡Traigo un palo, un notición!’ “.
Hay una exclusiva que puedo considerar el mayor bombazo que haya metido durante mis años en Vanguardia a la vera del ímpetu certero de García Sosa, y ese fue el reportaje denuncia a la pasividad burocrática que lastraba la ejecución de la etapa final de la fábrica de traviesas de Santa Clara, un tema que levantó polémica y revolucionó el espíritu constructivo de una obra que parecía interminable.
De ahí salió el reportaje titulado: "Fabrica de traviesas: Un elefante blanco dormido". En él, no sólo tuvo que ver Jorge, que ya era brillante emplanando las páginas del diario; también fue determinante la rienda abierta que nos daba otro as de la línea editorial: Ifrain Sacerio Guardado, el jefe de información que sucedió a García y que desafortunadamente también sucumbió.
Jorge y Sacerio fueron dos nombres, dos identidades de una época de Vanguardia, que se convirtieron en los mejores confidentes de las investigaciones que una batería de reporteros tenaces llevábamos adelante cada día en el afán por revelar lo bueno y lo malo.
Pero no siempre todo se publicaba. Jorge como Sacerio se habrán llevado muchas  historias no contadas de esa dinámica a veces infructuosa cuando a ellos tocaba la triste determinación de no publicar muchas cosas. Fue lo que me pasó con el Secuestro de Agustín García Fernandez, un pescador de Isabela de Sagua que vivió mil desventuras en el estado norteamericano de la Florida, y aún cuando regresó, no pudo ser héroe en su tierra. Eso nunca se publicó, y no precisamente obedeció a una determinación de Jorge e Ifrain. El Secuestro de Agustín se fue a la basura, pero me quedó el aliento certero de dos maestros de mi tiempo y de mi oficio. Al menos, de aquellos batacazos quedaba la sólida enseñanza que en buena lid me inculcaron Jorge y Sacerio. "¡Tu sigue así!", me decían, aunque los reportajes cocinados durante días enteros en las máquinas de escribir, muchas veces fueran a parar a la basura, porque sencillamente no ayudaban.
Fue así como yo comencé a ver un periodismo que cada día perdía más primacía y se quedaba más rezagado, en medio de historias estremecedoras que la indolencia burocrática rechazaba ajena a toda la voluntad de mis colegas.
A pesar de ello, la dinámica que me impregnaron mis años provincianos en Vanguardia, sirvió para que todos creciéramos periodistas ejercidos y curtidos. Muchos como yo, llegaron en los 80, recién graduados e imberbes, pero con el mayor empeño puesto en publicar.  Así se nos acabó de estirar el cuerpo, arropados en el desvelo de nombres como el de Ifrain Sacerio Guardado y el mismísimo Jorge García Sosa, aunque ya sólo queden sus nombres para recordarlos.
El periódico era la mejor escuela de periodismo, pero en realidad, la escuela era Jorge García siempre que empuñaba el lápiz rojo sobre las cuartillas de los reporteros que llenaban la crónica del siguiente día.
LAS FOTOS:
Jorge García Sosa en los años recientes antes de su muerte ocurrida el domingo.
En 1984 —con 20 años—cuando yo empezaba a trajinar sobre la máquina de escribir, porque quería ser periodista. Jorge García tuvo la osadía de curtirnos a muchos noveles periodistas cuando Vanguardia era el diario que daba en la diana de la noticia cada día.