El Taumaturgo de Condat.

Por Santos1
San Oyend de Condat, abad. 1 de enero.
Su "vita" fue escrita por un monje de Condat en el siglo VI, y aunque el autor casi fue contemporáneo del santo, tiene más de leyenda que de historia. Gran parte de esta "vita" pretende explicar los ritos del "Óleo de San Oyend", un aceite bendecido que el monasterio ofertó durante siglos a los devotos del santo. Igualmente explica la presencia de algunas reliquias en el monasterio, para darles autenticidad.
Según este escrito, Oyend (Eugend, Agend, Yan, Eugendo) nació en Franconia, a finales del siglo V y fue hijo de un presbítero. Siendo aún un niño pequeño tuvo una visión en la cual veía a dos religiosos que le tomaban y le llevaban consigo a una alta montaña, desde la cual oyó una voz, como el Patriarca Abraham, que le decía "Tu descendencia será tanta como estas estrellas". Y aparecían cientos, miles de monjes que confirmaban aquellas palabras. Además, se vio el niño Oyend en el cielo, donde los ángeles entonaban salmos y cánticos ante el trono del Altísimo. Cuando terminó la visión, la refirió a su padre, el cual lo confió a los Santos abades Román y Lupicinio (28 y 29 de febrero), que recién habían fundado un monasterio en Condat.
Así, a los siete años entró al monasterio. Pronto aprendió a leer, escribir y cantar. Apenas tuvo la edad requerida, tomó el hábito monástico allí mismo. Fue penitente y orante como pocos, y se dice siempre llevó una áspera camisa de pelo bajo el hábito y unos zapatos de madera, toscos y sin refinar por dentro. Dormía sobre un saco de paja, sumamente incómodo. Su oración era prolongada, y salía de ella transfigurado, con una luz sobrenatural emanando de su rostro. No comía sino una sola vez al día, a la hora de Sexta, y solo comía otra vez si la obediencia se lo imponía.
Estudió las Escrituras y los Padres de la Iglesia, destacando por su recta comprensión de la doctrina católica. Su obispo quiso ordenarle presbítero para que pudiera predicar el Evangelio, pero Oyend nunca quiso, sino que prefería ser un simple monje sin honores. Fue un gran auxilio para su abad, el cual descargaba con confianza numerosos encargos y acciones de gobierno, teniéndole por vicario fiel. Destacó sobre todo como director de la escuela del monasterio, en la que él mismo se había formado. Poco tiempo después tuvo una visión en la cual los santos fundadores Román y Lupicinio le cedían su cayado y su cíngulo, en signo de que le elegían para que fuera abad del monasterio cuando los monjes lo decidieran.
Y efectivamente, al poco tiempo, en 490, murió su abad y Oyend fue elegido por unanimidad como abad de Condat. Fue prelado piadoso, noble y recto al mismo tiempo. Aun así, a veces recibía críticas de sus monjes, a las cuales respondía con humildad y redoblando sus penitencias para ser mejor. Tuvo el don de milagros, y los dones de conciencias y de sanación. Incluso por medio de sus cartas hacía milagros, lo cual fue aprovechado, según la leyenda, por varios prelados y presbíteros, para escribirle y obtener respuesta suya, y así, por medio de estas cartas "milagrosas", aliviar las penas de los enfermos. Otro sacramental muy usado por el santo fue el aceite bendito, que sus visitantes se llevaban del monasterio para ungir a enfermos, obrándose portentos.
También eran efectivas su acción y oración contra el demonio. Cuéntase que una joven de Secundiac cayó bajo el dominio de un demonio, que llegó a enloquecerla hasta el punto de tener que ser atada con cadenas. Conjurado el demonio a que dejara a la muchacha en paz, el diablo dijo que sólo podría contra él sino el Oyend, el abad de Condat. Fueron a rogarle al santo que viajara a exorcizar a la joven, mas Oyend se negó a salir del monasterio, aunque firmó una nota en la cual ordenaba al diablo, en el Nombre de Cristo, a salir de la joven. Todavía no habían llegado a la mitad del camino cuando el diablo, sintiendo cerca la presencia del santo abad, salió del cuerpo de la poseída.
Nuestro santo tuvo, por iluminación divina, el conocimiento previo de las cosas, como la pronta muerte de algunos de sus monjes, a los cuales avisaba para que se prepararan para el encuentro definitivo con Cristo. También predecía la llegada de los prelados o personajes ilustres, esmerándose en que todo estuviera listo. También tuvo el especial don de conocer las virtudes o vicios de los que rodeaban sintiendo un agradable perfume o espantoso hedor, según el caso. Algo que también leemos de Santa Cristina la Admirable (24 de julio).
Uno de los "hechos" más conocidos y representados en la iconografía de San Oyend es una visión que tuvo: Se le aparecieron los apóstoles San Pedro, San Pablo y San Andrés un día que descansaba bajo un árbol. Luego de saludarles y preguntarles de donde venían, los tres santos le revelaron quienes eran. Oyend, luego de besar sus pies inquirió que hacían los santos por aquellos parajes, siendo que sus cuerpos se veneraban en Roma y de Patras. Entonces San Pedro le contestó: – "Eso es verdad, nosotros estamos donde tú aseguras, mas hemos venido aquí, que es donde debemos habitar ahora". Y desaparecieron. En ese momento vio el santo abad se acercaban dos monjes que años atrás habían salido en peregrinación, quienes traían un arca con reliquias los santos Pedro, Pablo y Andrés. Las reliquias fueron llevadas al monasterio solemnemente y veneradas durante siglos en el altar.
También gozó nuestro santo de la protección del gran San Martín de Tours (11 de noviembre, sepultura; 4 de julio, ordenación episcopal; 5 de octubre, Iglesia Oriental; 12 de octubre, Iglesia bizantina; 12 de mayo, invención de las reliquias; 1 y 13 de diciembre, traslaciones), el cual socorrió a varios de sus monjes en una ocasión en que Oyend les había enviado a comerciar con sal. Sucedió que a los dos meses aún no habían regresado los monjes y Oyend entristeció sobremanera, pensando no les habría enviado a la muerte. Entonces, estando en oración en su lecho, se le apareció San Martín, quien le aseguró que estaba a salvo por su protección, aunciándole el día y hora en que llegarían al monasterio. Oyend lo comunicó a sus monjes al día siguiente, y así mismo ocurrió, pues el día y hora anunciados aparecieron los monjes. Además experimentó la protección de San Martín cuando el monasterio de Condat sufrió un incendio y milagrosamente se salvaron numerosos bienes, pudiendo reconstruirse el monasterio en poco tiempo. Además, el aceite bendito, siendo lo más inflamable, quedó intacto en medio de las cenizas el recinto.
Luego de la Navidad de 509, Oyend se sintió desfallecer y pidió le fuera impartido el sacramento de la Extremaunción, pues sabía no le quedaban sino pocos días de vida. Consoló a sus monjes, que estaban tristes por perderle, y les animó a elegir un abad mejor que él mismo. Tuvo una visión en la cual los santos Román y Lupicinio entraban con un ataúd y alegres le mostraban el cielo. Pidió a sus monjes no retrasaran su muerte con oraciones, sino que pidieran mejor para que alcanzara pronto el cielo. Y así, el primer día de año de 510, teniendo 60 años, el santo abad entró a la gloria eterna.
Fuentes:
-"Dix mille saints: dictionnaire hagiographique". A. SIGIER. 1991.
-"Les vies de tous les Saints de France". Tomo V. M. CH. BARTHELEMY. Versalles 1864.
A 1 de enero además se celebra a
San Demet de Plozevet, eremita.
San Concordio, presbítero y mártir.