En este mismo espacio se criticó la Educación para la Ciudadanía como asignatura, por entenderla como adoctrinamiento político de la formación que detente el poder en cada momento, del mismo modo que se defendió la asignatura de religión como parte del acervo cultural de la humanidad y como preocupación del hombre desde el albor del los tiempos. Pero tal formación debería interpretarse como parte de la cultura global del alumno y no como adoctrinamiento en una confesión determinada. Ahí es donde el catolicismo utilizó la asignatura como caladero de cristianos devotos y lleve su hipocresía hasta el punto de impedir a una profesora de religión impartir sus clases por llevar una vida contraria a la fe en Cristo. Acierta el Alto Tribunal al fallar favorablemente frente a una mujer cuya pretensión era enseñar religión, nombre de la asignatura, y no cristianismo, denominación propia de una confesión concreta. Los estudiantes deberían contar entre su formación, con unos conocimientos sobre las religiones en general y muy en particular sobre el cristianismo, que representa las raíces y la tradición de la vieja Europa en la que vive, pero sin despreciar otras creencias y sobre todo, sin obligar a ser practicantes o creyentes a los miembros del profesorado que imparten la asignatura. Me parece muy bien que sacerdotes o seglares, teólogos o filósofos sean profesores de religión, pero desde el respeto a los derechos constitucionales de este mundo, antes que a los designios divinos del otro. Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.