El alcohol los separa radicalmente, pero pese a ello, el té y el vino siguen trayectorias semejantes, desde el terruño hasta los ritos de la cata, pasando por su elaboración.
Símbolos arquetípicos del arte de vivir y de la convivencia, dos bebidas milenarias que provienen del árbol de la vida: el del té y de la cepa, respectivamente, objetos de culto religioso, puras leyendas desde la mitología. En el caso del té, fue considerado como un medicamento, siendo el budismo quién lo salvó. Por su parte, el vino hubiera desaparecido de no mediar el cristianismo en su salvación.
El que antaño fuera conservador general de la Maison des Arts Asiatiques Guimet Yishu 8, Jean-Paul Desroches en París, revisó un texto olvidado, el Chajiulun “Diálogo del té y del vino”, que data de la dinastía Tang, escrito con pincel hace más de mil años por un tal Wang Fu, formando parte de los manuscritos descubiertos a principios del siglo XX en unas cuevas de Dunhuang , una de las etapas de la ruta de la seda*. Cuatro son los ejemplares que se conservan, 2 en la Biblioteca Nacional de Francia y otros dos en la British Library de Londres.
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En su texto, no exento de humor, Wang Fu imagina una conversación entre el té y el vino, cada uno aduciendo y alabando sus méritos, uno respecto del otro, hasta el momento en que surge un tercero en discordia, el agua, que se burla de su vanidad y acaba con la disputa. Una vieja querella china que indica que el vino se asocia en la literatura, con la embriaguez poética y, el té con la serenidad budista.
Una historia paralela, que desde el continente, por ejemplo, tenían en cuenta las siguientes analogías tales como son los detalles de presentación, los útiles del té, el cuenco o taza de cerámica hecha al fuego y, para el vino, ese cristal o vidrio en forma de copa con diversidad de formas, según el tipo de té (verde, rojo, amarillo, blanco, wulong) y el tipo de vino (tinto, blanco, rosado, naranja y gris) de que se tratara.
En lo que hace referencia al terruño (terroir), las parcelas y pagos se corresponden con el jardín de los tés. También existen rutas del té, como la de los vinos. En cuanto al aspecto sensorial, ambas bebidas evocan los mismos sabores de frutas y de vegetales, el aspecto tánico y la largura en boca. Al igual que con el vino blanco y tinto, el té verde se bebe más joven que el té fermentado.
Respecto al origen, el vino nació en el Mediterráneo Oriental y, el té en el sur de China, en la provincia de Yunnan* en la que la señora Li Minguo, cultiva el Pu Erh, uno de los grandes tés. En la falda de las montañas que bordean el gran río Mekong, se expanden las tierras de cultivo y de la rica cultura del té, al igual que el vino en Europa, con sus antiguas cepas, conservan los viejos árboles del té, clasificados por años de antigüedad.
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El té Pu Erh puede compararse con un vino caro, cuyo origen reside en los grandes árboles del té de la región de Xishuangbanna, cuyas raíces son muy profundas y un ramaje muy antiguo. Al igual que ocurre con los grandes Riojas, Burdeos o Borgoñas (entre otros), de añadas excepcionales, los precios de los viejos Pu Erh, cuya calidad va mejorando con el tiempo, son considerablemente altos en los comercios chinos.
Dos mercados distintos y distantes, con unos 2.000 años de historia.
Recuerdo que en el año 2014, visitando las galerías Lafayette en París, pude admirar una pieza maestra de cerámica, que se mostraba en la exposición: “Une passion partagée”, un cojín/almohada de la dinastía song (del norte de China), en la que se leía: “Para combatir la melancolía, nada mejor que el vino. Para eliminar las fantasías, nada igual al té”.
Un cuadro vacacional
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