Este año, para sorpresa de algunos, se han producido algunas anécdotas que han atraído una atención desmerecida y exagerada. Por un lado, las previsiones apuntaban que sería la última representación de una obra basada en el bipartidismo de los que se alternan en el poder. Ello ha despertado cierta expectativa. Al parecer, nuevos personajes intervendrán en una trama que se limitaba a dos grandes protagonistas que se acusan mutuamente de los males que propinan a la población. A partir de las próximas elecciones generales, según los sondeos, nadie asumirá un papel estelar en solitario, debiendo compartirlo en coalición con otras figuras que se disputarán el favor del público. Y ese aire de despedida se ha notado en la actuación de quienes, de alguna manera, despiden la temporada con la incógnita de si los contratarán en el futuro. Se han dejado llevar por la emoción y han sobreactuado.
Por otra parte, todos participan de una representación que tiene su puntito tragicómico. Causa sonrojo ver unos actores intentando convencer al contrario de ser los verdaderos defensores de los servicios públicos cuando entre unos y otros los han recortados y deteriorados hasta prácticamente eliminarlos por inservibles. El que hace el papel de “bueno” y el que le lleva la contraria como “malo” no se cansan de repetir que ambos se baten por recuperar el pleno empleo como si los espectadores no supieran que, unos antes y otros después, han reducido salarios, han congelado pensiones, han favorecido el despido, han desprotegido al trabajador, han precarizado el trabajo y han suprimido prestaciones cuando las cosas vienen mal dadas por todo lo anterior. Si no fuera porque entran ganas de llorar, reirías con tamaña ficción mal interpretada y peor representada de lo que pasa en este país. Porque es trágico prometer empleo cuando has provocado 600.000 parados más, asegurar bajar impuestos cuando has aumentado la mayoría de ellos, ayudar a los trabajadores cuando sólo saneas exclusivamente a la banca, y no parar de tomar medidas para controlar la deuda y contemplar impotente cómo ésta escala hasta el 100 por ciento del producto interior bruto. Vender todas esas contradicciones como un triunfo del que hace que gobierna se convierte en una comedia bufa de tintes trágicos.
Una obra de teatro sobre el debate del estado de la nación que exhibe su insoportable levedad con la imagen de una de sus protagonistas entretenida jugando por internet sin importarte estar en plena representación sobre el escenario, o cuando un secundario sufre un desvanecimiento justo en el momento de salir a escena. Estas anécdotas serán las que recordará el espectador de una obra vacía de contenido e interpretada por actores tan mediocres que sólo transmiten vacuidad y aburrimiento. Hasta vuelva a representarse el año que viene.