El teatro y la vida

Por El Ojo De Darwin

Contra lo que a primera vista pudiera parecer, la ficción teatral no es sólo cosa del hombre, sino que prácticamente lo practican todas las especies vivas. Por empezar por las vegetales, vemos que muchas de ellas disponen de unos mecanismos muy sofisticados para conseguir algo que les es vital: la expansión de su descendencia. Ante la imposibilidad de desplazarse cada individuo, han inventado un mecanismo con el que engañan a ciertos animales: rodean las semillas de una sustancia apetitosa para que se las coman y después las depositen en lugares distantes.

Un ejemplo asombroso es el de las flores. Éstas son órganos del vegetal que se revisten de una singular hermosura visual, también exhalan una fragancia y hasta un néctar que las hacen muy atractivas para ciertos insectos, mas no para que se deleiten, sino para que faciliten la polinización. Pero aún hay flores con una malicia mayor, las de las plantas carnívoras, que emiten una sustancia que atrae a ciertos insectos, que incautamente entran en ellas, y acaban siendo atrapadas y devoradas sin piedad.

En lo que se refiere a los animales, la representación teatral es mucho más sofisticada, también se puede decir mucho más cruel a veces, sobre todo la que se da entre especies diferentes, que raramente es un intercambio de favores. Entre los recursos más teatrales de los animales suele estar el camuflaje, practicándolo algunos de una forma tan sofisticada como el conocido mimetismo, es decir, tomando su piel el color del ambiente en que se encuentra para pasar inadvertidos por los animales a los que pretenden cazar o de los que pretenden librarse. Éstas son las malas artes del camaleón, por ejemplo.

Formas de teatralidad más o menos sofisticadas las ejercen todos los animales que necesitan cazar para vivir. La leona se acerca cautelosamente escondiéndose entre la maleza. Llama la atención el bonito traje rayado que lucen las cebras, que no es otra cosa que el disfraz para pasar inadvertidas en el claro de un bosque o en la sabana.

Entre los ejemplos más asombrosos de teatralidad en busca de la seguridad, en este caso para la prole, nos lo ofrece un ave tan pequeña como el chorlito. Ante la presencia de un zorro, por ejemplo, que se acerca al lugar donde está el nido con los huevos o con la prole, este ingenioso animal hace una exhibición de vuelo fingiendo que está herido, con lo que consigue atraerlo hacia sí y alejarlo del nido.

El chorlito hace lo mismo cuando se trata de otro animal tan peligroso para él como puede ser una serpiente. De niño, recuerdo haber oído contar a los chicos de mi pueblo que un pajarillo, no sé de qué clase, revoloteaba cerca de una serpiente al parecer sin poder salir de esa situación. Ellos interpretaban como que la serpiente le tenía fascinado o hipnotizado de manera que no le permitía escapar. Hoy entiendo que se trataba de una interpretación errónea del hecho, pues no era la serpiente la que mantenía fascinado al pajarillo, sino que era el pajarillo el que estaba distrayendo a la serpiente, sin duda para desviarla del camino que llevaba y para que no encontrase el nido que estaría en el suelo con los huevos o las crías. Resulta sorprendente lo que ese ingenioso pajarillo había conseguido con su representación teatral: no sólo engañar al zorro y a la serpiente, sino también a los ingenuos espectadores humano, los que no habían pagado por contemplar el espectáculo.

Se trata de un caso de teatralidad que es muy frecuente en la naturaleza: individuos que se manipulan entre sí en lugar de compartir la información. El caso del chorlito que hemos citado es de individuos de especies diferentes, pero también los hay entre individuos de la misma especie. P. J. B. Slater cita, entre otros, uno muy curioso, el que se produce entre percas (Lepomis macrochirus). Según nos lo cuenta el autor, un tema de teatro de alcoba de lo más picante:

“La mayoría de los machos de esta especie no alcanzan la madurez sexual hasta los 7 u 8 años, momento en el que forman territorios para atraer a las hembras y aparearse. Las hembras son más pequeñas y de aspecto bastante diferente. En ocasiones dos hembras pueden desovar simultáneamente con un solo macho, depositando los óvulos y los espermatozoides en el agua a medida que nadan alrededor del territorio. El engaño se produce por el hecho de que algunos machos, alrededor del 20 por 100, maduran prematuramente, a la edad de 2-3 años, cuando su tamaño es mucho más pequeño. Tienen el mismo aspecto de las hembras y se unen a las parejas en fase de reproducción. El propietario del territorio no lo aleja porque desconoce que en realidad no es una segunda hembra, sino un verdadero macho que comparte la fertilización de los óvulos producidos por la hembra” (1)

La pregunta que cabe hacerse ahora es si esto es natura o es cultura, si se trata de una conducta innata o la adquiere el sujeto y, en este caso, cómo la adquiere, si la idea es de él o la aprende de otros aunque sea por imitación. Se trata de una interesante pregunta a la que la etología moderna está respondiendo con esta opinión: en los animales hay cultura, y ésta se transmite de generación en generación como lo hacemos los humanos. Entre ciertos monos, Enric Alonso Medina propone ejemplos muy claros (2). Lo que en todo caso se puede decir es que se trata de unas conductas que no se pueden considerar como mecánicas, sino que son teatrales, culturales por tanto.

Esta actitud de los animales se corresponde con la filosofía de Heráclito de Éfeso (s. V a. C) de que el mundo es lucha, lo que nos lleva a concluir que, para tener éxito, la teatralidad de los seres vivos nace de una absoluta necesidad. En los seres vivos en general esto parece evidente, siendo muchos los ejemplos que se pueden aducir, aunque se trate de maneras muy primitivas de teatralidad. Esta teatralidad es mucho más evidente en el hombre, quien, gracias a su superior cultura y capacidad intelectual, ha conseguido unas formas de teatralidad más y más sofisticadas. En realidad, cada vida particular humana es una función de teatro que comienza en el momento de nacer y termina en el mutis final, cuando ya se baja el telón. Para ser más estrictos, la teatralidad comienza por lo menos en el momento de la fecundación por parte de los padres: desde que comienza el galanteo hasta que por fin se ponen en posición de engendrar. ¿O es que no hay mucho de teatro en las relaciones sexuales, amorosas o no, siendo además uno de los temas más recurridos por la literatura de todos los tiempos? Siguiendo a Heráclito, se trataría de una lucha entre el varón y la hembra, una lucha en la que el engaño forma parte de la actuación de ambos contendientes. Hay que decir que la primera que obra con astuto engaño muy teatral es la propia naturaleza, ofreciendo un placer muy atractivo, un placer que sólo dura hasta el momento mismo de la eyaculación. La vedad es que, sin esa teatralidad de la naturaleza, sin esa motivación tan fuerte, posiblemente el mundo biológico se habría acabado ya, mejor dicho, ni siquiera habría podido comenzar. Pero al compás del teatro y del engaño de la naturaleza está el teatro y el engaño de los dos cónyuges, el ingenio de cada uno para llevarle al otro al huerto de la forma más placentera posible.

(1)   P. J. B. SLATER, Introducción a la etología, Crítica, Barcelona 1988, p. 181.

(2)   ERIC ALONSO DE MEDINA, El animal humano, Barcanova, Barcelona 1991.