Tuve mi momento de amor pasional hacia el teléfono en mi época adolescente, igual que todos, ¿no?. Pero a día de hoy le tengo más manía que otra cosa.
Si mi marido lee esto se llevará las manos a la cabeza diciendo algo así como: ¡qué engaño, si estás todo el día colgada!. Pues no, churri, no se contradice una cosa con la otra. Hablo bastante por teléfono, sí, porque si no fuera por él, no intercambiaría más de tres frases diarias con un adulto y acabaría dando charleta hasta en la cola del pan, como me pasa muchos días, que me doy cuenta de lo necesitada que estoy de rajar cuando me pongo a comentar el frío que hace, el solecillo tan bueno o lo caros que están los limones con la señora de al lado...
En fin, que no reniego del teléfono, cumple su función, gracias a él puedo mantenerme al día de lo que le pasa a la gente que quiero y pegarme mis buenos desahogos con alguna amiga. Hasta ahí, bien.
Pero hay una cosa que me trae por el camino de la amargura y es el ring ring cuando el bebito está durmiendo. Porque el niño tiene el oído fino finísimo y se despierta con el vuelo de una mosca. Considerando lo delicado que se está volviendo para dormir y lo mucho que me cuesta que se eche la siesta, cada vez que llama alguien me reboto, sobre todo si llaman a horas que no me parecen pertinentes.
Reconozco que yo en esto tuve una educación exquisita por parte de mis padres y, sinceramente, pienso que ojalá todos hubieran tenido la misma escuela. A mi me enseñaron, y después he compartido totalmente, que a las casas no se llama a las 9 de la mañana, a las 15h o a las 22h. Ya se que sobre esto hay muchas opiniones y hay gente que coge el teléfono a cualquier hora como si nada. A mi me parece muy poco respetuoso, sobre todo sabiendo que hay bebés.
Recuerdo en la época en la que mi hijo era un recién nacido, las poquísimas veces que se echaba una siesta durante la mañana, yo nunca podía echarme también, porque no había vez que no sonara el teléfono. Y, por supuesto, la llamada diaria de las empresas de telecomunicaciones, a la peor hora de todas, esa no falla desde hace años. Luego están también (estas me encantan) las de la gente que sabe que estás en casa porque a esas horas siempre estás y como no lo coges (estás quitando el pañal lleno de caca), cuelgan y vuelven a llamar. Tu sigues con la operación pañal y mientras estás en ello el susodicho llama que te llama como si se le estuviera quemando la casa. ¡Qué nervios se me ponen!.
En este sentido, los más respetuosos son mis padres, que si la hora es un poco comprometida, me mandan un sms o me hacen una perdida al móvil para pedirme que les llame yo. Lo mismo alguna amiga con la que pactamos horarios de siesta de nuestros nenes para poder hablar. ¡Como se nota quien pasa por la misma situación y quién no!.
Seguro que alguien me dirá que no hay que dejar la casa en silencio durante el día para que los bebés distingan el día de la noche. Bueno, a mi esto me parece genial para un recién nacido, que sería capaz de dormirse hasta con el ruido de una taladradora en marcha. Pero en cuanto el bebé pilla el ciclo de sueño noche-día, cuanto más relax haya en la casa, más garantía de siesta larga y placentera tendrá. Luego ya habrá bebés para todos los gustos. El mío, como no duerma lo suficiente, luego tiene una tarde inaguantable que se cae por los rincones. Y yo, para que negarlo, necesito ese ratito de descanso para comer y recoger un poco la casa.
Así que como la situación se ha recrudecido porque el bebito se está poniendo de un especial para dormir que para qué, he optado por la decisión más drástica de todas: apagar los dos teléfonos fijos y el móvil. Lo llevo haciendo una semana y es la gloria. Luego enciendo los teléfonos y veo las llamadas perdidas y digo: ay, ¡qué bien hice en apagarlo!.
Claro, esto no me libra del teléfonillo o del timbre de la puerta, que no se pueden apagar y tampoco fallan en el día que más silencio necesitas. Pero, bueno, algo es algo.