¿Hasta dónde es capaz de llegar el ser humano? Parece que hasta la animalización, o más allá de ella porque el hombre continúa razonando para ser más cruel. Puede que llegue un momento en que la culpa se instale en nuestro cerebro, por las atrocidades cometidas, y martillee incansable hasta destrozarlo. Podríamos hablar entonces de locura, de la enajenación que se apodera de nosotros y es la responsable de la aniquilación que infligimos. Pero antes de llegar a ese estado se ha de ser simplemente malvado, tener malos instintos.
En esto pensaba mientras leía El temperamento melancólico , por lo que una vez terminado he debido dejar a un lado el rechazo que me ha producido el mensaje para poder admirar lo que el autor ha conseguido. , con una prosa magnífica, recoge en esta novela el punto de vista filosófico, religioso, pictórico, cinematográfico, novelístico y ensayístico con el que diversos autores, a partir del tratado Problema XXX, 1 del siglo IV a.C., han demostrado la importancia que la melancolía tiene para el hombre.
Los monólogos interiores aportan voz a unos personajes, en principio secundarios, luego serán imprescindibles, que además de constituir una toma de conciencia con la que justificar, o no, su forma de actuar, nos sirve para, a través de su mirada, seguir temas como la soledad, la frustración, la fuerza, la cobardía o la culpa. Entre todos conforman una realidad convincente, que fluye desde su intimidad y contrasta con el absurdo que están viviendo.
El argumento es sencillo en principio: Un afamado director de cine, Karl Gruber, sufre un cáncer terminal y decide filmar una película que constituya su obra cumbre, una obra de arte que refleje la propia vida y se la dé a él para la posteridad. Para ello elige a diez personas, no famosas, para que convivan en su finca Los Colorines, durante el tiempo que dure la filmación de la película: El Juicio. Así, en un viaje absurdo, pues el director no se presenta, ni son informados del guion ni de nada, van en busca de la fama, Zacarías, Javier, Ana, Luisa, Ruth, Sibila, Arturo, Gamaliel, Gonzalo y Renata. En el autobús son acompañados por Eufemio, el secretario de Gruber, y quien los recibe en el rancho es Braunstein, el fotógrafo. Todos harán en todo momento lo que ordene el director, Gruber, el creador de nuevas personalidades y de un nuevo universo para ellos. No se nos escapa que, en total, son doce los que siguen a este hombre que se considera a sí mismo como un Dios. Y como tal, actuará con ellos; de manera déspota, insensible, les asignará el papel que deberán representar siguiendo sus órdenes al principio y, después, cuando es consciente de que ha creado poco menos que monstruos y deja de decidir sus comportamientos, ve, impasible, cómo siguen ejerciendo su papel, convencidos de vivir en la realidad. Este comportamiento los llevará irremediablemente a la destrucción; el dios Gruber lo sabe pero se escuda en que actúan libremente "-Es algo que yo no puedo detener -me respondió indiferente-. Tú lo has visto [...] el artista es lo único que hace: crea y luego contempla la lenta demolición de su obra".
Indudablemente el concepto de libre albedrío es puesto en entredicho, pues el Creador ha hecho así a su obra, ha enseñado cómo debían comportarse; Gruber es quien consigue que el Arte sea sucio porque en su película sólo saca la suciedad de las personas "La cámara regresa al rostro sudoroso de Gonzalo. Zacarías, en tanto, se coloca detrás del bastidor. Gonzalo se mete una mano en el bolsillo del pantalón y la mueve ahí". Poco a poco la convivencia en la casa se convierte en una orgía violenta, en una demostración de la más absoluta depravación, revelando con ello que ocultamos acciones que nos envilecen, acciones que echan sobre nuestros hombros la culpa que no nos permite alcanzar la felicidad, "-Esa noche, mientras tú me besabas, Zacarías y yo engendrábamos a Renata... La cámara enfoca de nuevo los ojos llorosos de Ruth".
Ruth también actúa egoístamente, por temor a perder la libertad "no quería que me obligasen a casarme con él; mi hijo -que resultó ser hija- sólo me pertenecía a mí", es capaz de abandonar a su familia, hasta que se da cuenta de que su valentía es fingida, y "acepté casarme con un hombre de grandes recursos económicos". Lógicamente esto la arrastrará a una vida vacía, infeliz, que pone de manifiesto la principal consecuencia del egoísmo: generar un daño mayor que el que pretendíamos evitar.
Renata, la
Renata quiere escapar de su realidad, de su marido Carlos, celoso en extremo, que le impide ser quien es, y se introduce en el mundo de Gruber, quien la adopta como su hija, su confidente, hasta que consigue violarla sin que ella pueda quejarse ni oponerse, como en la vida real. Después, en la película, será la hija de Zacarías, quien la obliga a desnudarse delante del crítico de arte (lógicamente, Gonzalo) para pintar su esencia. Renata vivirá una y otra vez la misma derrota, la misma traición interior.
Zacarías, será el creador, trasunto de Gruber, y llevará a su familia a la destrucción. Casado con Ruth, quien podrá demostrar en escena que es capaz de ser infeliz con tal de tener un puesto social. Mientras que Sibila, al desatarse los lazos religiosos, aparece en la obra como la responsable de romper el matrimonio de Ruth y Zacarías.
Gamaliel actúa como amigo de Javier, hijo de Zacarías, sólo para intentar enamorar a Luisa, mujer de Javier.
Arturo quiere evadirse de la mentira vivida al tener que cuidar siempre a su madre, sin quererlo, para descubrir en la interpretación que a pesar de estar con Ana, es homosexual.
La novela supone todo un reto para el lector que debe resolver las contradicciones resultantes de las diversas realidades, la que vive cada uno, la de Gruber, la que crea Gruber en su película, aquella en la que actúa cada uno en la ficción libremente... Todos se mueven por un afán de supervivencia y curiosamente se encierran en un juego que les hace daño, son conscientes de ello pero aun así se dejan llevar por su dios, el que les ha labrado su destino.