El terrible silencio de los niños

Por Mapilar @pilarcasota

Esta semana tuve la oportunidad de pasar una jornada en la Escuela Activa Savia que comenzó su andadura el pasado mes de septiembre, bajo la dirección de Francisco Gómez San Miguel. Una jornada en la que sobre todo escuché a los niños, porque en esa escuela no tienen que mantener silencio.

Es más, en ese espacio privilegiado, tan normal que emociona, sin subterfugios ni fuegos de artificio, con procesos respetuosos y normales, pasa algo maravilloso que yo pude experimentar en mis propias carnes: cada uno puede ser quien es, puede decir lo que piensa, puede equivocarse. Con total tranquilidad, sin necesidad de estar en tensión ni preocupado por lo que dirá el profesor, por tener que dar la talla. Sin tener que callar opiniones, emociones ni necesidades.

Puede que alguno de los 12 niños de la escuela aún no se sienta así, que siga teniendo miedo de ser quien es: algunos de estos niños vienen de escuelas donde han sido calificados de terribles o donde, pese a ser alumnos de primera, no eran ellos mismos.

Un acto tan sencillo como sentarse en círculo y pedir la palabra, ser escuchado sin juicios, hacer propuestas, votar, tomar decisiones y asumir responsabilidades es casi un sueño para la mayoría de los niños escolarizados en España.

Porque la realidad es que la población infantil permanece en silencio en las aulas. Incluso en aquellas donde supuestamente está permitido el diálogo, donde se pide a los niños que se expresen. Y esto ocurre por dos motivos:

  1. los niños no toman decisiones sobre los asuntos que les afectan, no cuentan para decir lo que les gustaría aprender, sobre el funcionamiento del aula, sobre los materiales, los horarios, las pruebas de evaluación, sobre las relaciones entre ellos y con los profesores, sobre cómo aprenden, sobre los compromisos que adquieren para contribuir a la marcha positiva del grupo.
  2. los niños no se sienten escuchados pese a la buena voluntad o intenciones de los adultos, porque tenemos una limitación terrible: no sabemos escuchar. Y cuando se trata de los niños… quizá no queremos escucharlos de verdad, porque eso significaría que habría que tener en cuenta lo que dicen y actuar en consecuencia. ¿Quién los controlará entonces? ¿Cómo van a saber ellos qué les conviene? ¿Dónde queda nuestro papel como adultos enseñantes que orientan, cuál sería entonces nuestro papel, qué autoridad tendríamos ante y sobre ellos?

La consecuencia lógica es que los niños, incluso cuando tienen ocasión de hablar, no lo hacen. Porque ¿quién se tomaría la molestia de expresarse con sinceridad si ya ha tenido la experiencia de no ser escuchado ni tenido en cuenta? ¿Si obtiene indiferencia, ironía, censura o condescendencia?

Quizá algunos sigan pensando que los niños no comprenden, no saben o no tienen capacidad para juzgar pero a la vista está que no es así. En este artículo queda muy claro, y con esta conversación de hoy mismo con mi hija de 8 años más todavía:

“He sacado un 9 en el control de Matemáticas”

“¿Estás contenta?”

“Sí, claro, yo prefiero sacar buenas notas, pero sé que en realidad los exámenes no son lo más importante. Los profesores quieren que los hagamos muy bien, pero si lo que importa no es eso, sino aprender, que para eso vamos al colegio”

Mientras estamos ocupados en conseguir la atención de los niños en el aula y en el hogar mediante su silencio, estamos inculcando hábilmente que no saben y no cuentan. El resultado final es que desconfían de sí mismos o se sienten prisioneros.

Por eso, a ti que lees estas líneas te invito a ser un elemento subversivo: ¡dales la palabra a los niños!

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